1. Borgashian. The New York Times tituló “Ha muerto Jorge Luis Borges, un maestro de la fantasía y la fábula”, y detalló que “el cuentista, poeta y ensayista argentino, considerado uno de los mayores escritores de América Latina, murió ayer en Ginebra, donde había estado viviendo desde hacía tres meses”.
ABC se inclinó por una oración única, larga, empalagosa: “Borges, el hacedor, el supremo urdidor de ficciones, aquel que convirtió la palabra en un territorio fantástico sin fronteras para la imaginación, el autor de versos en los que precisión y belleza caminan codo con codo, uno de las más grandes escritores en lengua castellana de este siglo, falleció ayer en Ginebra a los 86 años”.
Pocas veces la muerte de un escritor merece esa cobertura global, en particular la muerte de un escritor de un país periférico que no había ganado el premio Nobel. Pero Borges era una celebridad literaria, admirada por sus lectores y acaso más por quienes no lo habían leído pero conocían la estela de su nombre. Como las Kardashian: ¿por qué son famosas? Tenían un programa de tele. ¿Y Borges? Es famoso, también.
2. Ícono. Hasta 1961 “el esplendor de Borges fue clandestino, destinado a los muy pocos, intercambiado en voz baja y en mutuos reconocimientos”, recordó George Steiner el tiempo de JLB como contraseña elitista, pero desde que ese año recibió el premio Formentor, junto con Samuel Beckett, comenzaron las traducciones y llegaron los honores.
“El gobierno italiano nombró Commendatore a Borges. A sugerencia de Malraux, De Gaulle le confirió a su ilustre colega escritor y maestro de mitos el título de comendador de la Ordre des Lettres et des Arts. La repentina celebridad se encontró dando conferencias en Madrid, París, Ginebra, Londres, Oxford, Edimburgo, Harvard, Texas”, enumeró Steiner.
Escribió Josefina Ludmer que los argentinos ”nos quedamos con nuestros íconos, que son a la vez nuestros productos culturales de exportación y de identificación” y que JLB era uno de ellos: “Es el escritor nacional contemporáneo que se universalizó: nos representa y nos unifica a los argentinos en el mundo, junto con Gardel, Eva Perón, Maradona y el Che Guevara”. JLB, alérgico a los populismos, hubiera eludido esa verdad con alguna frase ingeniosa.
3. Últimos días en Ginebra. A finales de 1985 Borges había ido de gira por Italia. Una vez terminados sus compromisos, le dijo a María Kodama, su compañera, que quería ir a Suiza. El médico le había desaconsejado viajar durante el invierno europeo, pero él le había explicado que le daba igual morir en un lugar o en otro. Tenía 86 años y cáncer de hígado.
Antes de salir de Buenos Aires había dejado firmados documentos que le permitieron casarse en abril por poder, ante un juzgado paraguayo porque en Argentina no había ley de divorcio, con Kodama, quien desde la década de 1970 era su heredera universal y su relación más cercana. Las revistas del espectáculo llevaron la noticia a la tapa, como el romance de Ben Affleck y J-Lo; un coro de gente opinó sobre el acontecimiento, que parecía más de los argentinos que de la pareja.
Borges, acaso el escritor mediático de aquel momento —seguido con ahínco por Ernesto Sabato— no tenía ganas de que esas mismas publicaciones colaran un paparazzo en una terapia intensiva para robar imágenes de su intimidad final, como le había sucedido al dirigente radical Ricardo Balbín. “Yo quiero morir con usted, con amigos que puedan quererme y respetarme, y no ser un espectáculo”, le había pedido a Kodama.
A comienzos de mayo de 1986, instalado en el número 28 de la Grand Rue, llamó a su amigo Adolfo Bioy Casares. “Hablale en voz alta”, le pidió Kodama a Bioy antes de pasarle el teléfono a Borges. “No voy a volver nunca más”, le anunció JLB a su amigo y cortó, llorando. “Creo que llamó para despedirse”, anotó ABC en su diario.
4. Apropiaciones. ’’Soy un hombre libre. He resuelto quedarme en Ginebra, porque Ginebra corresponde a los años más felices de mi vida”, escribió semanas antes de su muerte, a la agencia EFE. Pocos días después del 14 de junio de 1986, la hermana del escritor, Norah Borges, protestó: “Me he enterado por los diarios que mi hermano ha muerto en Ginebra, lejos de nosotros y de muchos amigos, de una enfermedad terrible que no sabíamos que tuviera”.
Comenzó entonces una serie de apropiaciones, una de las dos reacciones típicas —recordó Guillermo Martínez— “que permiten dar medida de la grandeza de un autor después de muerto”. (La segunda es el ataque, y JLB lo recibió también en abundancia.) “Basta rotar un poco el caleidoscopio de citas para tener un Borges posmoderno, uno clásico, uno científico, uno cabalista, uno vegetariano”. (La apropiación más reciente es Borges como precursor de internet: ¿qué otra cosa podría significar el libro infinito de “El jardín de senderos que se bifurcan”?)
Hubo quienes pusieron en duda, sin éxito, el derecho de la viuda a decidir el entierro en Plainpalais, pero allí, a la vera del Ródano, fue la inhumación —Kodama de luto blanco y malva, acompañada por Héctor Bianchiotti, Margarite Yourcenar, Claude Gallimard y Aurora Bernárdez—, en la tumba 735, parcela D-6. La lápida, hecha por el escultor Eduardo Longato, tendría su nombre, “las dos abstractas fechas” —como Borges mismo había escrito— 1899-1986, y la leyenda “And ne forhtedon na” (Y que no temieran).
5. Del siglo XIX. Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo nació en 1899, el 24 de agosto, en el centro de Buenos Aires, pero no conservó recuerdos de esa casa de Tucumán entre Suipacha y Esmeralda porque tenía dos años cuando nació Norah y la familia se mudó al Palermo que sería su barrio, el de la manzana de Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
6. Destino. “Si tuviera que señalar el hecho capital de mi vida, diría la biblioteca de mi padre”, escribió JLB en su Autobiografía, un texto breve publicado en inglés en 1970. “En realidad, creo no haber salido nunca de esa biblioteca. Es como si todavía la estuviera viendo”.
Primero le leían su abuela inglesa, Fanny, y la institutriz Miss Tink. Pero pronto aprendió a hacerlo solo y se internó en ese camino que parecía también el de su padre, que por entonces escribía. Jorge Guillermo Borges publicó una novela, algunos poemas y una traducción de Omar Khayyam desde la versión de Fitzgerald, pero el descontento con su obra y la ceguera —que daría a JLB en herencia, como la biblioteca— parecen haber sido obstáculos insalvables.
“Creo que hizo que se cumpliera en mí el destino que no pudo cumplirse en él, el destino de escritor”, recordó JLB en una entrevista.
El padre, librepensador, postergó todo lo que pudo el envío de los borgesitos a la escuela, del mismo modo que no les exigió que se formaran en la universidad. “Desconfiaba de las empresas estatales”, explicaría luego su hijo, y para educarse había, en la casa, una biblioteca con Rudyard Kipling, Miguel de Cervantes, H.G. Wells, R.L. Stevenson, Charles Dickens; y en la calle México al 600, la Biblioteca Nacional.
“Yo iba con mi padre, de noche”, continuó JLB. “Él pedía algún libro de Bergson o de William James, que eran sus autores preferidos, o de Gustav Spiller. Y yo, demasiado tímido para pedir un libro, buscaba algún volumen de la Enciclopædia Britannica o de las enciclopedias alemanas de Brockhaus o de Meyer, el Konversations-Lexikon creo que se llama en alemán. Buscaba un volumen al azar, lo sacaba de los anaqueles laterales, y lo leía”.
7. Bullying. Cuando Borges tenía nueve años, al mismo tiempo que terminaba una traducción de “El príncipe feliz”, de Oscar Wilde, debió asistir a la escuela. “Como yo usaba lentes y llevaba cuello y corbata al estilo de Eton, padecía las burlas y bravuconadas de la mayoría de mis compañeros, que eran aprendices de matones”, sintetizó la experiencia.
8. Europa. “¿Usted sabe que en el año 1914, cuando mi familia se trasladó de Buenos Aires a Europa, no había pasaportes?”, preguntó Borges a un entrevistador. “Se viajaba por todo el planeta como quien pasa de una habitación a otra, y era muy grato”. El viaje había sido improvisado en una semana, y no obstante sería decisivo para el escritor.
El padre había comenzado a perder la vista; los adolescentes podían estudiar en el colegio que había fundado Calvino mientras él se hacía tratar por un famoso oculista de Ginebra. “En esa época Europa era más barata que Buenos Aires, y la plata argentina significaba algo”, apuntó JLB en la Autobiografía.
9. El maestro. En la escuela debió aprender el francés y descubrió a Victor Hugo, Gustave Flaubert, Guy de Maupassant, Emile Zola; ya que pudo dominar otro idioma decidió que aprendería aleman para leer a Schopenhauer, y lo logró, aunque Kant se le hizo demasiado difícil.
La Primera Guerra Mundial extendió el viaje de la familia, que hasta 1919 se quedó en Suiza. El único vínculo de JLB con su país fueron los libros de Hilario Ascasubi, Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego. En esos años también se enamoró de Walt Whitman.
Los Borges se mudaron a España, y en Mallorca los alcanzó la onda expansiva de la revolución rusa: JLB completó un libro, nunca publicado, Salmos Rojos. En Madrid se aburrió en la tertulia de Ramón Gómez de la Serna y la cambió por las madrugadas en el Café Colonial con Rafael Cansinos Assens, a quien desde entonces consideró su maestro. Contó en una entrevista:
Llegábamos a la medianoche, nos quedábamos hasta el alba. Entonces Cansinos Assens proponía un tema, por ejemplo la metáfora, o la rima, o el argumento. Todas las noches hablábamos de literatura. Y yo no he visto una pasión igual, salvo en Buenos Aires en la tertulia de Macedonio Fernández, pero ahí se hablaba de metafísica.
10. 300 pesos. Fue Fernández —a quien JLB conocía desde pequeño, cuando se reunía con su padre y otros amigos, entre ellos Evaristo Carriego, Enrique Banchs, Manuel Gálvez y Alfredo Palacios— quien buscó a la familia Borges en el puerto de Buenos Aires, de regreso, en 1921. Ese año fue Jorge Luis, ya crecido, y no Jorge Guillermo, quien armaría un grupo.
Su círculo de vanguardistas sacó una revista mural, Prisma, que se pegaba con engrudo en las paredes de Buenos Aires; también generó fuertes corrientes amorosas, como el enamoramiento de JLB y Norah Lange, quien luego se casaría con Oliverio Girondo. Mientras escribía en Proa, en Nosotros, en Martín Fierro, en el diario La Prensa, Borges iba gestando un libro.
Su padre le había aconsejado que escribiera mucho pero que no se apresurase a publicar, y le había hecho caso. Pero al cabo de cuatro volúmenes inéditos se encontró con un poemario que le pareció acabado.
“Mi padre me dio 300 pesos, yo fui a la imprenta Balcarce, en la calle del mismo nombre en la Plaza de Mayo, y ese libro lo imprimieron en seis días y me cobraron, por 300 ejemplares en papel pluma, 300 pesos”, contó sobre Fervor de Buenos Aires. “Creo que en ese primer libro está todo lo que yo haría después, salvo que está entre líneas, es solo para mí. Como una escritura secreta que está entre las líneas de la escritura pública. Pero ahí está todo. Salvo que nadie puede verlo sino yo. Lo que he hecho después es reescribir ese primer libro”.
Era 1923. Dos años más tarde publicaría Luna de enfrente y en 1929, Cuaderno San Martín; también los ensayos de Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928), que no se pudieron reimprimir hasta su muerte:
“Nunca autoricé la reedición de tres de esos cuatro libros de ensayos, cuyos nombres prefiero olvidar. Cuando en 1953 Emecé, mi editor actual, propuso publicar mis ‘obras completas’, acepté por la única razón de que eso me permitiría suprimir aquellos libros absurdos”, recordó en su Autobiografía.
11. El libro que no olvidó. El cuarto título al que aludía Borges fue Evaristo Carriego, de 1930. El año anterior había ganado el segundo Premio Municipal, que no sólo era prestigioso sino que le dejó dinero suficiente como para dedicar un año a un tema que él quiso argentino, y su madre pensó que sería Ascasubi, Almafuerte o Lugones. Cuando anunció que sería Carriego, dona Leonor Acevedo de Borges le advirtió que elegía un pequeño poeta popular.
12. Menor. En esa decisión se dirimió acaso mucho más: “Borges fue Borges porque se propuso escribir sobre un poeta menor, Evaristo Carriego, porque publicó en Crítica (un diario popular, sensacionalista y chantajista) los textos ‘menores’ de Historia universal de la infamia”, propuso Beatriz Sarlo. “Borges fue Borges porque se negó a las grandes poéticas de fin de siglo y de las vanguardias (se negó al modernismo, al simbolismo, al surrealismo) y buscó una voz en las líneas menores y en la literatura gauchesca. Sin duda, leyó todo. Pero un escritor no es todo lo que lee. Un gran escritor es, más bien, todo lo que rechaza de lo que lee. Todo lo que se niega”.
Lo menor fue desde entonces el universo borgeano porque, habiendo nacido en los márgenes del mundo, en el extremo sur de América del Sur, hizo virtud de la necesidad, como “una operación irónica”, agregó Sarlo.
13. V.O. Evaristo Carriego llamó la atención de Victoria Ocampo, la animadora cultural que se disponía a editar la revista Sur. Llevarlo a la revista significaba, para ella, “tener en mano un as de triunfo, un futuro pasaporte que nos daría acceso a la alta sociedad literaria contemporánea”, según dijo. Y lo logró. En el primer número lo acompañaban las firmas de Alfonso Reyes, Ricardo Güiraldes, Waldo Frank, Jules Supervielle, Walter Gropius, Pierre Drieu La Rochelle.
V.O. le presentó a su hermana, Silvina, y a Bioy Casares, quien sería su amigo más cercano y “un traidor”, desde el punto de vista de María Kodama, porque ordenó publicar, tras la muerte de ambos, un volumen con las entradas de su diario dedicadas a Borges. Con ellos hizo una famosa Antología de la literatura fantástica. Además de sus textos, en la revista publicó traducciones importantes: Virginia Woolf, William Faulkner, Henri Michaux; ya había traducido a James Joyce en Proa.
14. El origen. Al ubicar a Borges en El canon occidental (uno de los nueve escritores del siglo XX que consideró en el libro, dentro de la modesta cuarta parte que dedicó a la literatura posterior a Dante) Harold Bloom estableció que “Pierre Menard, autor del Quijote” es el cuento que marcó su origen como escritor.
Argumentó que el punto de inflexión fue el accidente que JLB sufrió a finales de 1938: “Siempre había padecido problemas de visión, y aquel año resbaló en una escalera mal iluminada y cayó, golpeándose gravemente en la cabeza. Estuvo seriamente enfermo en el hospital durante dos semanas, tuvo terribles pesadillas y una convalecencia dolorosamente lenta, en la que comenzó a dudar de su estado mental y de su capacidad para escribir. Y de este modo, a los 39 años, intentó escribir un relato para tranquilizarse. El hilarante resultado fue ‘Pierre Menard, autor del Quijote’, antecedente de ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’ y de todas las demás narraciones cortas que asociamos a su nombre”.
15. La biblioteca Miguel Cané. Ese mismo año murió su padre y comenzó a trabajar en una biblioteca municipal del barrio de Boedo. “Fueron nueve años de continua desdicha”, describió su tiempo allí.
Eran tantos los empleados para tan poco trabajo que en una hora solía terminar, y se escapaba al sótano a leer y escribir. Al comienzo, sin entender que no se le exigía nada, se ganó el odio de sus compañeros, que le dijeron lo mal que su eficiencia los hacía quedar ante el jefe. Tampoco ayudó que no supiera contar chistes verdes ni siguiera el fútbol, los temas de conversación habituales. Su cuento “La biblioteca de Babel” es una transfiguración pesadillesca de ese empleo; allí también escribió “La muerte y la brújula” y “Las ruinas circulares”. Ironizó:
Aunque resulte irónico, en esa época yo era un escritor bastante conocido, salvo en la biblioteca. Una vez un compañero encontró en una enciclopedia el nombre de un tal Jorge Luis Borges, y se sorprendió de la coincidencia de nuestros nombres y fechas de nacimiento.
16. Productos de granja. En 1946, con el ascenso del peronismo, fue ascendido: lo nombraron inspector de aves, conejos y huevos en el Mercado Central. Borges lo consideró una represalia por su apoyo a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. “Yo entendí que era un modo de decirme que renunciara, ¿no?”, resumió en una entrevista. “Mi competencia en materia de aves y huevos es nula”.
17. H. Bustos Domecq. “En 1935 ó 36 fuimos a pasar una semana en una estancia, en Pardo, con el propósito de escribir en colaboración un folleto comercial, aparentemente científico, sobre los méritos de un alimento más o menos búlgaro”, recordó Bioy su primera colaboración con Borges: una gacetilla para La Martona sobre el yogur. “Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado”. La empresa no valoró el texto delirante, que incluía una longeva familia búlgara llamada Petkoff. “Ahí comprendimos con Borges que en la Argentina está afianzada para siempre la superstición de la bibliografía”.
La obra conjunta más conocida, sin embargo, es la que los amigos firmaron como H. Bustos Domecq: Seis problemas para don Isidro Parodi (1942) y Dos fantasías memorables (1946), Crónicas de Bustos Domecq (1967) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977). También escribieron en colaboración Un modelo para la muerte, con el seudónimo Benito Suárez Lynch, y los guiones cinematográficos de Los orilleros y El paraíso de los creyentes.
La más polémica, en cambio, es el cuento “La fiesta del Monstruo”.
18. Una cosa que empieza con P. Circuló entre los conocidos del par —“Me parece que no se aburrieron”, anotó Bioy en su diario, cuando en 1947 se lo leyó a sus padres— hasta que en 1955, tras la revolución libertadora que depuso a Juan Domingo Perón, salió en el semanario uruguayo Marcha. “La fiesta del Monstruo” es una suerte de reescritura de El Matadero, de Esteban Echeverría, y La refalosa, de Ascasubi, en la clave del habla popular, el nacionalismo y el antisemitismo que los amigos atribuían al peronismo.
Nacidos en las clases acomodadas, ideológicamente conservadores, ambos fueron fueron muy antiperonistas. “Durante ese período gris y desesperanzado, mi madre, que andaba por los setenta años, estuvo bajo arresto domiciliario. Mi hermana y uno de mis sobrinos pasaron un mes en la cárcel. Yo mismo tenía un agente pisándome los talones”, escribió Borges en su Autobiografía. “Ernesto Palacio me ofreció una vez presentarme al Innombrable, pero no quise conocerlo. ¿Para qué presentarme a un hombre a quien no le daría la mano?”.
Siempre que pudo —y casi siempre pudo— Borges evitó pronunciar los nombres de Perón y Eva Perón. Participó en las manifestaciones que festejaron el golpe de estado de 1955.
A fines de ese año publicó “L’illusion comique”, su texto más político: “La dictadura abominó (simuló abominar) del capitalismo, pero copió sus métodos, como en Rusia, y dictó nombres y consignas al pueblo, con la tenacidad que usan las empresas para imponer navajas, cigarrillos o máquinas de lavar”, dijo sobre el gobierno peronista. “De un mundo de individuos hemos pasado a un mundo de símbolos aún más apasionado que aquél; ya la discordia no es entre partidarios y opositores del dictador, sino entre partidarios y opositores de una efigie o un nombre”.
19. Romance y fracaso. Borges conoció a la escritora y traductora Estela Canto en agosto de 1944, en el tríplex de ABC y Silvina Ocampo en Avenida Santa Fe y Ecuador. Durante meses se cruzaron allí mismo, sin prestarse mayor atención; un día salieron juntos y Borges se invitó a acompañarla caminando hasta su casa, que quedaba a unas 50 cuadras.
Los paseos marcaron el romance tanto como las cartas que él le escribía con una letra pequeña de imprenta: “No sé qué le ocurre a Buenos Aires. No hace otra cosa que aludirte, infinitamente”; “Querido amor, te amo; te deseo toda la dicha; un vasto, complejo y entretejido futuro de felicidad yace ante nosotros”.
Borges le pidió que se casaran: “Tenía todo el aire de una propuesta matrimonial en una novela victoriana”, escribió ella en su memoria del noviazgo, Borges a contraluz. Lo rechazó: “Lo haría con mucho gusto, Georgie. Pero no olvides que soy una discípula de Bernard Shaw. No podemos casarnos si antes no nos acostamos”.
El cuento más famoso de Borges, “El Aleph”, está dedicado a ella. Él le regaló el original, que Canto subastó en mayo de 1985 en Sotheby’s, y la Biblioteca Nacional de Madrid lo tiene desde entonces.
20. Ciego. “Fue un lento crepúsculo que duró más de medio siglo”, dijo JLB sobre su ceguera heredada, que se consolidó en 1955. “No fue para mí una desesperación sino el principio de algo nuevo. Y yo creo que la ceguera no debe verse con patetismo. Debe verse como un modo de vida, uno de los estilos de vida de los hombres. Ser ciego es como no serlo; es un modo de vivir y debe aceptarse así y tiene también sus ventajas.
21. La Biblioteca Nacional. Con el “Poema de los dones” Borges aludió a la coincidencia de que, precisamente cuando dejó de ver, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional: “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”.
Su nombramiento —que él siempre le agradeció a Victoria Ocampo— tuvo razones políticas, entre otras. “Durante la dictadura —dijo, en referencia al peronismo—, todo el mundo sabía de qué lado estaba yo, tanto es así que el gobierno de la revolución libertadora me hizo director de la Biblioteca Nacional”. Conservó el cargo hasta 1973, cuando se jubiló, precisamente el mismo año del triunfo electoral peronista.
El personaje clave de El nombre de la rosa —título tomado de Borges: “En las letras de rosa está la rosa / Y todo el Nilo en la palabra Nilo”— es un bibliotecario ciego, Jorge de Burgos: “Biblioteca más ciego, sólo puede dar Borges”, comentó Umberto Eco.
Al año siguiente obtuvo la cátedra de Literatura inglesa y norteamericana en la Universidad de Buenos Aires: “Sin darme cuenta me estuve preparando para este puesto toda mi vida”, dijo al concursar.
22. Sombra terrible de Lugones. El hacedor, para muchos el mejor libro de JLB, está dedicado a Lugones, el poeta que lo precedió en la Biblioteca Nacional y como representante principal de la literatura argentina. La misma sombra que Borges proyectó sobre generaciones de jóvenes autores que escribieron como él o contra él, Lugones la proyectó sobre él. Confesó en “La Luna”:
Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna / Quiso que yo también fuera poeta, / Me impuse, como todos, la secreta / Obligación de definir la luna.
Con una suerte de estudiosa pena / Agotaba modestas variaciones / Bajo el vivo temor de que Lugones / Ya hubiese usado el ámbar o la arena.
23. La crítica. En 1980, con la publicación de Respiración artificial, el académico y narrador Ricardo Piglia cristalizó una teoría de la literatura argentina ”elegante y económica”, “quizá demasiado elegante y demasiado económica”, criticó un autor posterior, C.E. Feiling. “Todo se reduce a Sarmiento en el siglo XIX y a la dialéctica Borges-Arlt en el XX”.
Renzi, el alter ego de Piglia, dice en la novela que la literatura moderna en la Argentina se terminó con la muerte de Roberto Arlt, en 1942, y que desde entonces se extendió “un páramo sombrío”. Le preguntan por el elefante en la sala: “Borges, dijo Renzi, es un escritor del siglo XIX. El mejor escritor argentino del siglo XIX”.
24. San Jorge Luis. Juan José Saer se quejó en La narración-objeto de “la religión popular que existe en torno a Borges” y la pasividad con que la crítica bendecía cualquier cosa que firmara JLB: “Es como si el solo hecho de ser textos de Borges los transformase mágicamente en literatura”.
25. Temas. En sus textos JLB vuelve a algunas cuestiones fijas y universales: la erudición apócrifa de sus enciclopedias inexistentes, el tema del doble, el tiempo, los laberintos, los espejismos de la realidad, el coraje, las metáforas, el simulacro y la alegoría. El periódico francés Libération lo consideró el escritor menos latinoamericano de todos los latinoamericanos.
La idea de Las palabras y las cosas, según Michel Foucault, surgió al leer la clasificación de animales que JLB describió en una de esas obras quiméricas, el compendio chino Emporio celestial de conocimientos benévolos: “(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”.
Mario Vargas Llosa le agradeció a Borges por ayudar a los escritores latinoamericanos a romper ”un cierto complejo de inferioridad que nos inhibía de abordar ciertos asuntos y nos encarcelaba en un horizonte provinciano”. Antes de JLB “parecía temerario o iluso, para uno de nosotros, pasearse por la cultura universal como podía hacerlo un europeo o un norteamericano”.
26. Argentino. Él, no obstante, se sentía particularmente local, según observó en “El escritor argentino y la tradición”:
Por eso repito que no debemos temer y que debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo; ensayar todos los temas, y no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos: porque o ser argentino es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara.
27. Una boda. En 1967 Borges se casó con Elsa Astete, quien había sido brevemente su novia en la década de 1930. Según la mujer, el matrimonio fue feliz mientras vivieron en la calle Maipú, con la madre de Borges; según los amigos de él, doña Leonor le facilitó la convivencia con una mujer insensible a la literatura, y al mudarse solo con ella se encontró perdido.
Se separó en 1970. Tiempo después un admirador lo saludó en una librería: “Lo recuerdo, maestro, con su esposa, aquí, hace unos años”. Borges le respondió: “Quizá se confunde, mi esposa nunca pisó una librería”.
28. Políticamente incorrecto. “Sigo siendo un viejo anarquista individualista, en esta época en que todos quieren leyes, códigos, prohibiciones”, dijo en una entrevista. “Ojalá nos merezcamos no tener ningún gobierno alguna vez, en ningún país del mundo. Ese sería el ideal. Un mínimo gobierno, un gobierno municipal, como diría Spencer. Pero desde luego mis opiniones en materia política no deben tenerse en cuenta. Yo no sé nada de eso”.
29. Represión. En 1978, durante las dictaduras en el Cono Sur, JLB recibió una condecoración de Augusto Pinochet, en Chile. Le preguntaron por eso en una entrevista: “Yo creo que Pinochet es un buen gobernante. Ese es el único gobierno posible, así como el de Videla es el único gobierno posible en Argentina”, dijo.
Si bien conocía las prácticas del terrorismo de Estado, porque en 1976 se había entrevistado con Videla, junto a otros escritores, para preguntarle por el paradero de autores desaparecidos, hasta finales de la dictadura argentina no se manifestó sobre el tema. Rechazó la guerra de Malvinas —”esa decisión fue tomada por media docena de militares, posiblemente borrachos, no se consultó a nadie”— y habló contra las violaciones a los derechos humanos: “Antes de la guerra, hubo algo no menos terrible que la guerra, que fue lo que se llamó la represión. Ya sé que hubo terrorismo, pero el gobierno no tenía por qué imitar a los terroristas”.
30. Estudiante. María Kodama era una niña cuando su padre la llevó a escuchar una conferencia de JLB. Años después lo encontró por la calle, lo saludó y le recordó la historia. “¿Y usted ahora es grande?”, le preguntó Borges. Al rato ya le había propuesto que estudiara anglosajón con él.
“Luego estudiamos islandés; ahora está tratando de enseñarme japonés, que yo nunca aprenderé”, contó el escritor en una entrevista. “Mi objetivo principal ha sido estudiar, no la vanidad de dominar”, escribió en la Autobiografía. Una confesión coherente con su definición personal como lector antes que cualquier otra cosa: “Que otros se jacten de los libros que han escrito, yo prefiero enorgullecerme de los que he leído”.
31. Nunca Nobel. Durante mucho tiempo se especuló que JLB no ganó el premio de literatura por razones políticas —cancelación, se clamaría hoy—; sin embargo, un documento de 1967 reveló hace poco que Anders Osterling, presidente del comité que evaluaba los candidatos, rechazó al noveno candidato en la lista, Borges, con un comentario condenatorio: “Es demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura”.
El poeta de izquierda Artur Lundkvist dejó de ser el villano que, contaba la leyenda, se oponía a que Borges recibiera el Nobel por sus posiciones políticas.
“Es una antigua tradición escandinava: me nominan para el premio y se lo dan a otro, ironizó JLB en 1979. Ese año recibió el premio Cervantes, compartido con el poeta Gerardo Diego.
32. Viajero. “Al recordar esta última década, advierto que he sido bastante nómade”, escribió en su Autobiografía, en 1970, pero mucho más nómade iba a ser en los años que le quedaban, junto a María Kodama. “Con ella hemos descubierto tantos países”, contó en una entrevista. “Islandia, Grecia, Egipto, Marrakesh, el Japón, los diversos estados de los Estados Unidos. Y yo le hice conocer Suiza”.
En Atlas, libro que escribieron juntos, expresó: “De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad”. Y dejó una pista: “Sé que volveré siempre a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo”.
33. Obra. JLB vivió en Maipú 994, 6º B, de la ciudad de Buenos Aires. Actualmente se lo halla en: Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuaderno San Martín, El hacedor, El otro, el mismo; Para las seis cuerdas, Elogio de la sombra, El oro de los tigres, La rosa profunda, La moneda de hierro, Historia de la noche, La cifra, Los conjurados, Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos, Evaristo Carriego, Discusión, Historia de la eternidad, Otras inquisiciones, Nueve ensayos dantescos, Historia universal de la infamia, Ficciones, El Aleph, El informe de Brodie, El libro de arena, La memoria de Shakespeare.
34. El mundo post-Borges. Las nuevas generaciones de escritores argentinos tienen una relación más libre con JLB que las anteriores, arrastradas por la gravedad a la órbita del astro. Uno de los representantes de la última que sucumbió al influjo borgeano, Alan Pauls, analizó hace 15 años:
En tanto que escritor argentino, a esta altura del partido, tiendo a imaginar a Borges menos como un escritor, menos incluso como una obra, que como una literatura entera, una literatura que fuera tan institucional, tan programática y al mismo tiempo tan imperceptible como una lengua materna, de la que probablemente ya no seamos conscientes cuando hablamos pero cuyas reglas ejecutamos, malogramos o traicionamos cada vez que abrimos la boca.
35. Clásico. Si hay que creerle, Borges no quiso ser un ícono, una celebrity, un santo popular. Le esperó, sin embargo, el capricho de la consagración que él mismo detectó en otros: “Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”, escribió en “Sobre los clásicos”.
*Las entrevistas citadas fueron tomados de los siguientes videos:
Encuentros con las letras, programa de RTVE de 1978
Tiempos modernos, programa de RTVE de 1985
A fondo, entrevista de Joaquín Soler Serrano, de 1976, de Editrama
A fondo, entrevista de Joaquín Soler Serrano, de 1980, de Editrama
Entrevista de Nicolás Kasanzew
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