El 21 de mayo, cuando los británicos intentaban establecer una cabeza de playa en San Carlos, un grupo de soldados al mando del teniente primero Daniel Esteban sorprendieron a las desprevenidas tropas: derribaron cuatro helicópteros, alertaron a Puerto Argentino del desembarco, le dieron tiempo a la aviación para atacar y pudieron replegarse

Es como si lo que vivió hace 40 años hubiese pasado ayer. Daniel Esteban, un puntano nacido en Villa Mercedes en 1954, cerró los ojos e hizo una pausa cuando Infobae le preguntó por lo que había visto ese viernes 21 de mayo en San Carlos. Recuerda perfectamente que fue a las 8 de la mañana cuando el soldado Díaz se acercó corriendo. “¡Mi teniente primero, por el canal está desembarcando una fragata!” Y sorprendentemente le dio las características y el modelo del buque.

“¿Cómo sabe todo eso?” “Porque es igual a ésta”. Y le mostró un paquete de fósforos que había tomado del cuartel de Moody Brook. Las cajas de fósforos que usaban los Royal Marines tenían figuras de buques de guerra con las siglas correspondientes.

Esteban tomó sus anteojos de campaña y con el soldado y el subteniente José Vázquez se dirigieron a una elevación a observar. Lo que vieron era imponente. “Ya estaba la fosforería completa”, ironizó. “Cuando se levantó la bruma, ahí vimos todo lo que entraba”. Fragatas, destructores, cientos de lanchas de desembarco y decenas de helicópteros volando en todas direcciones.

Casi dos meses atrás, en la sala de situación del Regimiento 25, tuvo la emoción de su vida. No solo se enteraba que se ponía en marcha el operativo de recuperación de las islas Malvinas, sino que había sido designado jefe de la Compañía C, creada para tal misión y armada con las tres mejores secciones. Esteban estaba casado, y hacía seis meses era papá de Santiago. El antecedente militar en la familia era su propio padre, Felipe Carlos, un suboficial mayor mecánico de Fuerza Aérea.

Según la había definido el teniente coronel Seineldín, jefe de la unidad, sería “la embajadora del regimiento”, por ser la única unidad del Ejército que desembarcaría, junto a infantes de marina y comandos anfibios.

El propósito inicial de la misión lo entusiasmó y le parece aceptable, aún cuando el costo internacional pudiera ser alto: desembarco de unos 500 hombres, izamiento de la bandera argentina, dejar a un gobernador y a una fuerza mínima y regresar al continente, y continuar con las negociaciones diplomáticas.

El viaje en el Irízar fue un infierno. El interminable bamboleo que una furiosa tormenta sometió al buque hizo que la navegación fuera dura para todos. El helicóptero que debía usar Esteban se zafó de sus agarres y terminó destrozado al impactar, una y otra vez, contra las paredes de la bodega del barco.

Para Esteban, cuando a eso de las 6 de la mañana adivinó el contorno de las islas entre la niebla, le pareció deshabitadas. Otra fue la impresión cuando desembarcó y al rato contempló la bandera argentina ondeando en la casa del gobernador y en el cuartel de los royals marines. Se emocionó, sintió que se estaba haciendo historia.

Su misión fue, luego de apoderarse de la zona del aeropuerto, dirigirse a unos 100 kilómetros de Puerto Argentino y tomar Darwin y Goose Green. En el poblado, al que se bautizó como “Puerto Santiago”, tuvo una insólita sorpresa.

El referente local era Brook Hardcastle, un inglés que había vivido en las islas a comienzos de los 50, y que desde 1971 se había establecido definitivamente, y era el gerente de la Falkland Island Company. En una fotografía en la casa de Hardcastle, Esteban reconoció a su propia esposa. Estaba junto a Janette, la hija del inglés. Había resultado que ellas habían estudiado juntas el colegio secundario en La Cumbre.

Con ironía inglesa, le repetía que los militares argentinos estaban locos, que si vieran una flota en operaciones se irían. “No queremos ser argentinos”, insistía.

Se les requisaron 130 armas que pertenecían a una organización civil de reserva, y los vehículos, porque desde Puerto Argentino nunca les enviaron los que les habían prometido. Además, la compañía de Esteban confiscó las radios Yaesu FL 500, con las que los kelpers se comunicaban. Dichos aparatos les serían de mucha utilidad.

Esteban y Hardcastle acordaron un sistema de intercambio. El británico le proveía carne de oveja a cambio de especias y el cuidado de la población. El militar permitió que la gente continuase con la vida normal y sus trabajos en el campo.

El 1 de mayo tuvo a la guerra cara a cara. Cuando inteligencia informó que cerca de las 8 de la mañana se produciría un bombardeo, ordenó sacar a las tropas de las posiciones y las llevó a los acantilados de la costa. Si bien la Fuerza Aérea tuvo bajas y se destruyeron en pista aviones Pucará, la compañía de Esteban no había tenido siquiera un herido. Eso levantó la moral de los soldados.

Cuando una fragata hundió al Isla de los Estados, le asignaron una misión casi imposible: con 62 hombres, debían controlar el poblado de San Carlos, dar la alarma temprana en caso de desembarco e impedir el pasaje de buques enemigos por la boca norte del Estrecho de San Carlos, órdenes muy difíciles de cumplir para dos secciones de infantería. Junto a Esteban y al subteniente Roberto Reyes, se incorporó el subteniente José Vázquez, del Regimiento 12. Efectivos de ambas unidades conformaron lo que se llamó el Grupo de Combate Güemes. Contaban con dos cañones Czekalski y con dos morteros, armamento poco eficaz para dañar a un buque.

Cuando llegaron al lugar, decidieron dividirse para estar comunicados con el comando en caso de un posible desembarco. Les vino como anillo al dedo las radios requisadas a los kelpers, porque las que habían llevado ellos enseguida se inutilizaron por la humedad y el frío.

Ese 21 cuando los británicos desembarcaron desprevenidamente, comenzó a nevar. Esteban, con una de las radios requisadas, le describió el desembarco al general Parada, y le dijo que cortaba las comunicaciones y que se preparaban para defender la posición. Mientras lo hacía, Esteban descubrió que sufría del síndrome de “pata de conejo”: una pierna se le movía sola, malestar que le desaparecería apenas comenzada la acción.

Estaban totalmente aislados, a unos 100 kilómetros de las filas argentinas. Aún así, ante la magnitud del desembarco, aclaró a Infobae que a nadie se le había cruzado la idea de rendirse, a pesar de que eran 60 hombres contra 6000. “Sentíamos que estábamos en nuestra casa, que nuevamente nos estaban invadiendo y que debíamos defenderla. Ni mis hombres me lo hubieran permitido”.

El cabo primero Fernández rompió la radio y las claves y se dirigieron a una posición de altura. De la nada apareció un helicóptero Sea King con un chinguillo de carga. Los soldados de Esteban, con apenas 45 días de instrucción, abrieron fuego justo cuando el aparato estaba por aterrizar. La lluvia de proyectiles hizo que saltasen chapas del helicóptero y quedó humeando en el lugar.

Antes de ordenar un cambio de posición, apareció el primer helicóptero Gazelle, que recibió cerca de 2000 impactos y se hundió en las aguas del río San Carlos.

Un segundo Gazelle se acercó a 20 metros de donde estaban los argentinos. También recibió infinidad de impactos, se desplomó y se prendió fuego, muriendo sus tres ocupantes.

El tercero apareció un poco más atrás y le dirigieron los disparos. Averiado, pudo aterrizar y fue auxiliado por la población. Luego, Esteban vio al Aeromacchi piloteado por el teniente de navío Owen Crippa, que también sobrevoló su posición. Para Esteban, la misión fue un éxito porque dieron tiempo a la Fuerza Aérea a atacar a los buques británicos.

Desde ese momento, el enemigo se olvidó de ese puñado de hombres. El teniente primero consideró oportuno replegarse hacia Puerto Argentino. Lo hicieron tomando el rumbo 81°. Por su parte Reyes, con su gente, también se replegó, en una verdadera odisea, con hombres heridos, siendo hostigado por tropas inglesas y sufriendo los rigores del clima y del terreno.

Llegaron a Top Malo House. Un soldado se las arregló para hacer un pollo con arroz y todos pudieron comer algo caliente. Al rato, dos helicópteros ingleses sobrevolaron el lugar y a pesar que tenían planeado descansar, resolvieron continuar la marcha para evitar sorpresas.

Al llegar a la estancia Douglas Paddock, Esteban arengó a sus hombres en un día muy especial, el 25 de mayo. Vinculó lo que estaban viviendo con el primer gobierno patrio y les dijo que la historia les permitía estar en ese territorio recuperado el mismo día en que la voluntad de un grupo de patriotas había permitido desprendernos de España. “Los soldados tenían un alto espíritu. Pero, claro, solo tres habían visto a la flota”, describió.

En helicópteros fueron llevados a Puerto Argentino y Esteban pidió volver a Darwin, donde habían quedado el teniente Roberto Estevez y el subteniente Juan José Gómez Centurión. Luego de una comida caliente, de cambiarse borceguíes nuevos y con más municiones, partieron. Cuando llegaron, prácticamente todo había terminado.

Los ingleses los trataron con respeto. Fueron llevados a San Carlos, de donde fueron embarcados hacia el continente. Esteban lo hizo en el Norland. Recuerda haber llegado el día que Juan Pablo II visitaba el país.

Fue condecorado con la medalla al valor en combate distinción y dice que todos sus soldados la merecen. Está retirado del Ejército desde el 2007, es doctor en Ciencias Políticas y hace 16 años es el responsable académico de la UADE Business School.

“Nosotros estamos vivos por los importantes errores que cometieron los ingleses, especialmente el general Julian Thompson. La Fuerza Aérea hizo un desastre en la cabeza de playa, producto de los errores del enemigo. A mi tendrían que haberme eliminado en una operación comando durante la noche”, evalúa.

Sobre el general Mario Menéndez dijo que “a pesar de todos los errores que cometió, podría haber resistido dos días más, a un costo muy alto de muertes, y no quedar con la responsabilidad histórica de rendirse. Cuando vio que lo abandonaron de Buenos Aires y discutió con Galtieri, asumió la responsabilidad de no cumplir las órdenes. No se si cualquiera lo hubiese hecho. Salvó a miles”.

Prefiere no regresar a las islas para no someterse al sellado del pasaporte. Dice que está empeñado en transmitir a los argentinos lo que fue y lo que es Malvinas, por respeto a los que murieron. Sostiene que, de lo contrario, el soldado muere dos veces, con las balas enemigas y con el olvido de su pueblo. Hicieron lo que mejor pudieron, con lo que tenían, estuvieron dispuestos a dar su vida por lo que su maestra de primaria les había contado: que las Malvinas son argentinas.

Infobae

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