No conocemos al policía que, Itaka en mano, acabó con la vida de Lucas Rotela y al mismo tiempo, de algún modo, puso fin a la suya.
En más de una ocasión hemos sostenido que cualquiera no puede ser policía y que lamentablemente, en nuestro país, cualquiera es policía.
Las que llamamos fuerzas de seguridad están compuestas por hombres y mujeres que gozan de una prerrogativa muy especial, están inmersos y caminan armados en una sociedad desarmada. Deben, por lo tanto, ser dueños de una especial personalidad. Su carácter no puede ser de ninguna manera irascible. Tienen que poseer un dominio absoluto de sus acciones y, además, estar educados para que comprendan perfectamente cuál es su rol en la sociedad.
Gonzalo Kapp se había hecho conocido en nuestro medio a raíz de una reyerta habida durante una fiesta de egresados, allí sacó su arma reglamentaria haciendo exhibición indebida de ella.
Según lo que hemos podido saber, a raíz de ese hecho se le inició un sumario y se lo cambió de destino, pero en octubre del año pasado nuevamente pasó a integrar el plantel del personal de la comisaría local.
¿Quién y en base a qué evaluación decidió que Kapp saliera a la calle con un arma de guerra? Asuntos Internos deberá saberlo, pero nosotros que lo ignoramos, aunque lo sospechamos, creemos y decimos que quien tomó esa decisión es más responsable de lo ocurrido que el mismo Gonzalo Kapp.
Yace en el trasfondo de esta enorme tragedia que ha enlutado a Baradero todo, una concepción social reiteradamente mencionada a partir de que un oscuro alcalde neoyorquino, Rudolph Giuliani su nombre, la bautizara como “tolerancia cero”.
En Baradero tenemos a varios actores sociales de importancia que se han declarado públicamente partidarios de esa “tolerancia cero” y, en consecuencia, han permitido la actuación de otros actores subordinados que compartían esa manera de entender el conflicto social. Todos sabemos de quienes se trata, pero nadie quiere nombrar la soga en casa del ahorcado.
Digamos, de paso, que esta tan invocada “tolerancia cero” se aplica siempre contra los pobres. No lo sostenemos nosotros, son palabras del ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, doctor Eugenio Raúl Zaffaroni, para muchos uno de los más importantes penalistas del mundo.
La sola mención de esta característica ya invalidaría totalmente su aplicación, no obstante, como sabemos que “las ideas dominantes de una época son las de la clase dominante”, al igual que en el viejo cuento de aquel vasco que arrojando espuma por su boca admitía que lo que estaba comiendo, si bien tenía gusto a jabón era queso, una buena parte nuestra sociedad se empeña en creer que la “tolerancia cero” es capaz de resolver algo cuando lo único que ha conseguido es ahondar el drama. Para ello se cuenta con la inestimable colaboración de ciertos medios de difusión, capaces de crear una tormenta en un vaso de agua y llevarnos a la convicción que el ladrón de la ropa en la soga o de un estéreo merece ser ejecutado “ipso facto”.
Entre nosotros este criterio se ha cobrado las vidas de tres chicos en menos de un año. Ahora, por la fuerza de las circunstancias y ante la imposibilidad de insistir con el método, y no porque falten deseos sino porque lo que falta es poder para hacerlo, se ha procedido con un tanto de sensatez.
Gonzalo Kapp tiene 28 años y carga sobre sus espaldas la muerte de Lucas Rotela con lo cual arruinó la vida de la familia de Lucas y también la suya propia. Los que pusieron una escopeta Itaka en sus manos y lo enviaron a la calle, son los últimos responsables de toda esta tragedia.
Gabriel Moretti
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