Cerca del jardín municipal Nº2, por la calle Pacheco de Melo, hay un pozo en el que cabe un tarro de doscientos litros, es decir, hay un pozo grande. Los vecinos se ocupan de taparlo, señalizarlo, echarle lo que pueden sobre su boca para evitar que ocurra una tragedia; porque por esas calles transitan diariamente sus familiares, pero también cualquier transeúnte que tenga o quiera andar por la zona.
En este caso el asunto se torna más peligroso, porque el que no es oriundo del barrio no sabe que ahí cerca del cordón se encuentra un pozo (¿boca de tormenta?, ¿túnel secreto?, ¿qué origen tiene el pozo?). Y ni hablar, si nos ponemos a pensar, de los niñitos de tres a cinco años que seguramente pasan cerca del peligro cuando van o vienen de su jardín.
Yo pregunto: ¿hasta cuándo va a estar eso ahí? Los vecinos comentan que ese pozo tiene como mínimo un año de vida. ¿Hay que esperar a que pase algo, a que alguien tenga un accidente para ir y arreglarlo?, ¿habrá que lamentar otra vida para reaccionar?
Desde este humilde lugar, sólo podemos decirles que tengan cuidado si andan por ahí.
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