“¡Encará, Darío!”. El vozarrón de Julio César Falcioni retumbó en el Roberto Bottino. Y Darío le hizo caso… Encaró, dejó pintados a dos defensores rivales y en el mano a mano, implacable, le rompió el arco al portero de Huracán de Tres Arroyos. Aunque había debutado en la Primera de Banfield en 2003, Cvitanich empezó a llamar la atención con aquel equipo muleto con el que el Emperador terminó subcampeón del Clausura 2005 a la par de que los titulares alcanzaban los cuartos de la Libertadores. Y con intermitencias, se fue consolidando. La primera etapa del Gato Leeb lo tuvo en un papel estelar, pero las lesiones y un cada vez más desdibujado equipo lo devolvieron al montón. Cuando su futuro marcaba B Nacional en algún préstamo, llegó Patricio Hernández y le dio la confianza para tornarlo crack. Y entonces, con la certeza de ejecutar en el momento indicado, empezó a hacer goles de todos los colores: de cabeza, de fuera del área, mano a mano y hasta de área a área. Su actuación en el 5-0 a Lanús del 2008 debe ser una de las producciones individuales más estremecedoras del último lustro… Fue el torneo de su adiós: goleador del campeonato y vendido en u$s 10.000.000 al Ajax, con la difícil misión de hacerse un lugar entre Huntelaar y Luis Suárez. Falló, más allá de su primavera en el Pachuca. Y por eso hoy está en Boca. Con el peso de haber sido devuelto a Sudamérica pero con la gran chance de reinventarse en el Xeneize, que se lleva a un pedazo de futbolista, para ser claros con un ejemplo de la casa, unas cuatro o cinco veces más jugador que Pablito Mouche…
Carlos Carpaneto – [email protected]
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