Eugenia Sacerdote de Lustig tuvo que enfrentar desde la expulsión de su país por el fascismo hasta el machismo de sus colegas, pero su voluntad por hacer ciencia de buena calidad en la Argentina pudo más. El domingo pasado, cuando ya había cumplido los 101 años, la prestigiosa científica murió en su casa del barrio porteño de Belgrano.
Recién durante los últimos veinte años de su vida la científica empezó a recibir reconocimientos de la comunidad científica. El año pasado la habían reconocido como “prócer de la medicina bicentenario”, con un diploma de honor que le entregaron el ex presidente de Uruguay y médico oncólogo Tabaré Vázquez, el ex rector de la UBA, Guillermo Jaim Etcheverry, y el presidente de la Asociación Médica Argentina, durante un acto organizado por la revista Gracias, Doctor, en la Academia Nacional de Medicina.
“Eugenia Sacerdote de Lustig fue una investigadora brillante y original, a pesar de todas las barreras. Cuando llegó a la Argentina, después de ser expulsada por el fascismo en Italia, no le reconocieron el título de médica en la Argentina. Tuvo que empezar de cero. La dejaron investigar como un favor”, recordó ayer Diana Maffía, legisladora de la Ciudad e integrante de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología.
La científica había nacido el 9 de noviembre de 1910 en Turín, Italia. A los 19 años, empezó a estudiar medicina junto con su prima Rita Levi-Montalcini, quien ganó el premio Nobel en 1986. Con su marido y su primer hijo (tuvo 3 hijos en total y 9 nietos), emigró en 1939, y finalmente adoptó a la Argentina como su lugar . Se preocupó por entender la comprensión del cáncer y de la enfermedad de Alzheimer.
“Fue siempre generosa” , dijo ayer Rosa, la persona que la cuidó durante los últimos 30 años.
Ella estaba capacitada en una técnica que aún no se usaba en la ciencia argentina. Pero lo cierto es que las puertas no se le abrieron fácilmente. “Yo sé hacer cultivos de células vivas”, dijo en una cátedra de la UBA. “Ah, bueno, si usted quiere una silla se la damos”, le contestó un científico, según un libro con conversaciones con Catriel Etcheverri, que fue editado por Capital Intelectual.
Para trabajar, Sacerdote de Lustig tenía que ir al mercado de Plaza Once y comprar una gallina, a la que le sacaba sangre para tener suero y hacer investigaciones. Recibía algún dinero de un fondo que era para reemplazar vidrios. “Las mujeres tenían que elegir entre la carrera y la familia. Eugenia eligió las dos , y en eso fue original también”, opinó Maffía. “Hoy se avanzó, pero aún hay desigualdades: no se considera aún la maternidad como un bien social”.
Clarín.com
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