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“La familia ya no es ni volverá a ser jamás lo que fue”

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“La familia ya no es ni volverá a ser jamás lo que fue”

08/11/2012

Categoría: Interés general, xHoy1

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Jeanmaire: «Las últimas familias que tienen esos rasgos que conocimos y que están pasando a ser del pasado, estuvieron articuladas en torno a una mujer».   

«Más que enfrentar a un profundo drama, quise observar las enormes diferencias de una salto generacional en que los proyectos y sentimientos parecieran haber pasado a ser otros» comenta Federico Jeanmaire sobre su nuevo libro «Las madres no les decimos esas cosas a las hijas», que acaba de publicar Seix Barral. Jeanmaire es licenciado en Letras y ha sido profesor en la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Siglo de Oro, fue becado en 1990 para trabajar en la Sala de Manuscritos de la Biblioteca Nacional, en Madrid. Ese mismo año su libro «Miguel», una biografía ficticia de Cervantes, fue finalista del Premio Herralde de Novela. Entre las novelas de este narrador argentino se destacan «Mitre», «Vida Interior», «Montevideo», «Una virgen peronista» entre otros. Dialogamos con él.

Periodista. ¿Cómo hizo para meterse en el interior de la cabeza de una mujer mayor, y hablar desde ella?

Federico Jeanmaire: Supongo que eso tiene que ver con escuchar, observar y mirar. Mi mamá tenía más de ochenta años y varias amigas, y creo que no es difícil intentar pensar como ellas. Creo que la mujer es mucho más interesante que el hombre en casi todos los sentidos, y ahora mucho más. Y me interesa mucho el tema de la edad de esas mujeres. Me parece que son el lugar donde se ha producido mayor cantidad de cambios. Son las personas que han visto más cambios culturales en su vida, y que, a pesar de eso, aunque pueden de algún modo sobrellevar la modernidad, la modernidad de costumbres, la modernidad tecnológica, es una de las últimas generaciones de mujeres que se ven a sí mismas como articuladoras de lo familiar. Las últimas familias que tienen esos rasgos que conocimos y que están pasando a ser del pasado, estuvieron articuladas en torno a una mujer. Una mujer que por lo general habla mucho, con un marido cercano que habla poco, que cumplen meramente un rol. Eso no sólo lo he visto en mi casa sino en muchas otras. Me interesa en especial el lugar de esa mujer, con todo lo que significa haber nacido y estar viviendo los últimos años de su vida en un mundo completamente distinto.

P.: «Las madres no le decimos esas cosas a las hijas» es un monólogo de ese tipo de mujer, cortado por momentos por un hombre, un marido, de la misma generación.

F.J.: Le habla a su hija que está en España a través de DVDs grabados en su casa. Me parece que es la única que puede llevar a cabo esa tarea, y el marido sólo puede acompañar, estar de acuerdo o no. En ese sentido la novela se convierte en un casi monólogo de esa mujer. Sobre todo porque la otra parte, a la que van dirigidas las palabras, no está, ni va a estar.

P.: El marido tiene cáncer, ¿no resulta muy duro contar dos vidas en su estadio terminal?

F.J.: Yo empecé no sabiendo demasiado, como empiezo casi todas mis novelas. Sí sabía el final, que es algo raro en lo que yo hago. Básicamente se me ocurrió la novela de algo que leí en el diario hace unos cuatro años de una pareja que había tomado una determinación. Si es fuerte o no, no lo sé. Tengo mucha gente cercana, de la edad de los protagonistas, que llega con problemas parecidos o mayores. Es el momento en que este tipo de pareja sigue estando junta por un tema de solidaridad, de apego, y no de amor. En los casos que conozco, cuando uno de los dos muere, lo que mas extraña el que sobrevive es la compañía, y no otro tipo de cuestiones que tengan que ver con el amor. Es gente que se acompañó durante toda la vida, algo que la mayoría hoy desconocemos por completo. Recuerdo que cuando murió mi padre, el problema de mi madre era cómo hacía para vivir sin él. Todos tratamos de explicarle que quedábamos un montón vivos, y que la necesitábamos, y que tratara de entender que la vida seguía. Cuando pienso desde mi en una situación semejante, lo que me produciría un quiebre absoluto con mi relación con la vida sería la pérdida de un hijo, no de una pareja. Son dos visiones del mundo completamente encontradas.

P.: Usted plantea dos visiones diferenciadas de la soledad.

F.J.: Comparo experiencias. Tengo 55 años y de mi generación para abajo la gente vive sola, generalmente. Esporádicamente está en pareja, pero básicamente se concibe como sola, como compartiendo la vida en determinados momentos con alguien. En ese caso la soledad no es una cuestión tan compleja. En esa gente, de ese otro mundo, como me gusta llamarlo, la soledad es un peso formidable. Cuando esto lo he hablado con mi madre, y le he dicho que yo vivo tan solo como ella, me ha dicho: no, lo tuyo es elección, lo mío no. Creo que ahí está una de las claves de la diferencia, del corte generacional, y de todos los cambios que se han producido, quizá demasiado rápido.

P.: Otro tema que le interesa es el de la medicina actual.

F.J.: Esa tecnología que se ha desarrollado como para permitir sobrevivir, quizá no en buenas condiciones, y hasta qué punto esa sobrevida es buena o mala para el ser humano que está padeciendo. Esa es también una frontera generacional que nos está haciendo pasar a otro lado.

P.: ¿Se puede adelantar cuáles son las cosas que las madres no le dicen a sus hijas?

F.J.: Lo que trata esta madre de decirle a su hija es que hay dos cosas que no conocemos, una, sabida, es la muerte, pero la otra es la vida. Los límites de la vida son tantos que lo que conocemos de la vida es muy poquito. Y nadie nos enseñó a preguntarnos cuáles son las posibilidades de vida. Creo que el largo monólogo de esta mujer habla de eso. Creo que esas dos cosas son las más inciertas de cualquier persona que a partir de Descartes se piensa a sí misma existiendo. María Emilia no pude dejar de hacerse las preguntas que se ha hecho la filosofía a lo largo de la historia. Y no es algo forzado, sino de una inquietud natural.

P.: Sabe que el final de su novela puede llevar a las lágrimas.

F.J.: Hay lectores que me lo han dicho. Incluso a mí me sucedió. Escribí la novela en un año y pico, y cuando me quedaban quince páginas para concluirla, me costó mucho terminarla porque me daba mucho miedo escribir lo que tenía que escribir. Era todos los días levantarme y poder escribir tres o cuatro renglones y con cualquier excusa dejar de escribir. Me di cuenta recién entonces, cosa que no me había pasado antes, que la historia que contaba se parecía en algo a la vivida por los padres de mi ex mujer, y eso me impactó muy fuerte. De pronto se mezcló lo emocional y la narración se acercó de un modo impensado. Esas quince páginas me llevaron tres meses por lo menos.

P.: La emoción que alcanza al lector es la de los personajes y de los ecos internos que provoca.

F.J.: Es una novela triste. Y la tristeza no es sólo por la historia que se lee sino por las preguntas que uno se hace mientras lee, también. Es lo que me pasó a mí escribiéndola; La literatura funciona así. No es lo que leemos de los personajes sino lo que leemos de nosotros mismos a través de los personajes en lo que estamos leyendo.

P.: ¿No cree que tanto en esta novela como en su premiada novela «Vida interior» hay una cierta vinculación con el modo de ver el mundo de Julio Cortázar?

F.J.: Cortázar creo que es el escritor nuestro que más hizo por una lengua literaria afincada en la coloquialidad. En la crítica que le hace al «Adán Buenosayres» de Marechal en la revista «Sur» se da cuenta de que en esa novela hay algo que él va a explotar en toda su escritura que es que lo coloquial puede convertirse en nuestro país en una lengua literaria. Cortázar le pone una bomba a la lengua literaria argentina, la revoluciona para siempre, y me permite a mí hacer lo que hago.

P.: ¿Qué relación encuentra con su novela «Vida interior»?

F.J.: Era un monólogo escrito por un varón. Tiene mucho de autobiográfico. Es bastante distinto a «La madres no les decimos esas cosas a las hijas», pero los problemas que me interesan, los temas que termino escribiendo aun a mi pesar, son los mismos: la soledad, la incomunicación, la imposibilidad del amor, la violencia cultural, una mirada sobre la vida bastante absurda. Así es como puedo emparentar esas dos novelas y muchísimas más que he escrito.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

F.J.: Estoy terminando de corregir otra novela, «La guerra civil», donde dejé esa estructura sin narrador de mis últimas tres novelas, donde quería escribir textos sin jerarquía donde las voces tuvieran el mismo valor, y la que fuera más potente se adueñara del texto. Mi nueva novela trata de un señor que talla manos para cambiar el destino de la gente, y debido a algunos tallados que hace se da una suerte de guerra civil.

 

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