Por Agustina Carreras– La mejor persona que creemos tener en la vida, la que alguna vez nos acompañó, la que nos protegió, la que nos cuidó, la que nos aconsejó y nos brindó pleno amor, no siempre puede ser eterna. Es que más allá del amor sincero, del cariño intenso y de la protección constante, en el mundo, en los humanos, existe el egoísmo, y también –indudablemente- la traición. Ese hijo, hija, padre, abuelo, amigo, primo, sobrino, nos puede fallar y ser desleales. Por eso mismo muchas personas a veces se preguntan: “¿El amor incondicional existe?”
Si alguna vez tuvieron la posibilidad –mejor dicho privilegio- de tener un perro, de amarlo, de cuidarlo, de respetarlo, darle atención y los cuidados necesarios, no es una tarea difícil darse cuenta que el amor incondicional sí existe. Ni siquiera cumpliendo los puntos fundamentales que mencioné anteriormente estos seres increíbles van a dejar de dar amor. Es que nadie puede discutir, que el animal es la creación más bella, que dan todo sin pedir nada a cambio y son plenamente fieles y sinceros pese a cualquier situación.
Si estamos mal económicamente, si tenemos un mal día, si las cosas no nos salen como queremos, si nos vemos frustrados, si no tenemos para comer, si no tenemos con qué vestirnos, si tenemos o no un techo para dormir, ellos siempre están acompañándonos, incluso en la muerte. Se aguantan la lluvia, el frío, el calor, la humedad, y lo que sea sólo para estar a nuestro lado.
Ellos no se fijan en lo físico, y no porque no tienen la capacidad de hacerlo por ser simplemente animales, sino porque tienen la grandeza –que muchos humanos no saben comprender- de poder mirar el interior, de dejarse llevar por la esencia, y valorar cada caricia, y aceptar todos los abrazos sin quejas. A ellos no les influye nuestras decisiones, nuestros estilos de vida, nuestras decisiones, y nuestras formas de ser y enfrentar circunstancias, porque lo único que desean es darnos su compañía en cada momento y ofrecernos todo el amor con simplemente un lengüetazo, que sin dudas, valen más que mil palabras.
No es casualidad llegar de un día complicado y ver a nuestro perro correr hacia nosotros con tanto cariño y transparencia, tampoco es casualidad estar feliz y observar que ellos sonríen mirándonos. No es casualidad estar lastimados o enfermos y ver que ellos nos observan y se quedan cuidándonos. Es que a pesar de estar en las malas, sienten la buena energía de los gratos momentos, y están presentes. Cuando se trata de amor verdadero ¿Cómo podría existir la posibilidad de que todo eso –y mucho más- sea casualidad?
Nosotros amos. Ellos perros. Simplemente por eso merecen más de lo que les solemos dar. Porque nos dan más de lo que merecemos recibir. Y aunque no se expresen ante palabras, una mirada basta para comprender que jamás nos abandonarán.
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