Desde hace unos días comenzó a rodar la intención de alguien o algunos de cambiar el nombre a nuestra plaza mayor, la que tres o cuatro generaciones de baraderenses conocen como Plaza Mitre. Lo mismo pasó hace un tiempo con la Plaza Colón.
Si recurrimos a la memoria colectiva, cada vez que se visualiza una imágen del antiguo edificio del palacio municipal, todos se lamentan y dicen que nos quitaron un valor histórico, que nos borraron parte de la historia.
Así, no hace mucho tiempo, algunos «iluminados supinos» consumaron proyectos inescrupulosos y le quitaron el nombre al Anfiteatro Municipal y al Museo Histórico Municipal, lisa y llanamente borraron parte de la historia de Baradero.
La eliminación de los nombres de la nomenclatura urbana del distrito lo único que aporta es confusión a la gente, tratar de borrar la historia de lo que ha sucedido y por qué ha sucedido.
Para cambiar de nombre a una plaza o a una calle no hace falta perder tiempo ni dinero, se debe pensar que con aciertos y errores cada uno de «ellos» (los nombres que hoy existen) fueron y son parte de nuestra historia.
El historiador Jorge María Ramallo se refiere a este tipo de tentación de interpretar el pasado según nuestra posición ante el mundo, aconseja no caer en el peligro del fait accomli, del hecho consumado cuyo final ya es conocido. Y para echarle un poco de luz recurre a Lucien Febrve, quien sostiene que es necesario “recomponer la mentalidad de los hombres de otra época; ponerse en su cabeza, en su piel, en su cerebro para comprender lo que fueron, lo que quisieron, lo que consiguieron…”.
Bien vale repetir lo dicho por el máximo exponente de nuestras letras, paradójicamente también él fue borrado de una parte de la historia de Baradero “Es la memoria un gran don, calidá muy meritoria; y aquellos que en esta historia sospechen que les doy palo, sepan que olvidar lo malo también es tener memoria”. Martín Fierro, de José Hernández.
Daniel Buey
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