Nadie podrá negar que don José Willi fue un hombre de clara inteligencia y fina percepción como comerciante. Edificó los locales comerciales que aún perduran sobre calle Sta. María de Oro, al lado de su seguramente amada «Casa Suiza» en los que él, sus hijos y nietos trabajaron y trabajan.
En el subsuelo funcionó, en un principio, una especie de bar en el que los parroquianos, suizos en su mayoría, aprovechaban para jugar a lo que hoy llamaríamos una especie de bowling, lugar que con los años dio lugar a la imprenta Willi regenteada por César Willi, uno de los hijos de don José, quien había hecho estudios específicos en la ciudad de Buenos Aires y para lo que tenía un especial talento.
En la imprenta llegaron a desempeñarse medio centenar de personas y una de las hermanas Willi, que con su esposo vivía en Buenos Aires en el barrio de Barracas, atendía allí una librería en la que se tomaban trabajos que se hacían en la imprenta local. Por momentos la tarea era de tanta magnitud, que la casa de Buenos Aires debió rechazar pedidos.
A esa imprenta, con nada más que 17 años de edad, ingresó en el año 1942 Eduardo Leuzzi quien se desempeñaba como aprendiz. Ocho años después, Norma Mazzoli, una hermosa quinceañera, se incorporó al trabajo y entre los dos nombrados surgió un romance que terminó en un matrimonio que dura hasta hoy, cuando han transcurrido 65 años.
La imprenta realizaba trabajos para empresas de todo el país; téngase en cuenta que por esos años, los envases de cartón se imprimían en la máquina «plana» y luego eran armados y pegados manualmente, razón que explica la cantidad de personal empleado en las tareas.
Los que se fueron dejaron lugar a los que venían y así fue que Eduardo y Norma, en sociedad con el recordado Roberto «Yito» Véliz, quedaron como propietarios de la imprenta que, con el nombre de Impresos Vele, realizó trabajos para todo Baradero a lo largo de muchos años.
Hay que destacar la calidad de los impresos hecho por Vele y se comenta que, en algunos casos, ciertas personas imprimían allí, por ejemplo, participaciones de casamiento y luego, para darse importancia, decían que el trabajo lo habían hecho hacer en Bruno Breda, una famosa imprenta de la calle Florida de Buenos Aires, que era reconocida por la calidad de sus impresos, a los que, en efecto, nada tenían que envidiarle los de Vele.
Los años pasaron, Véliz ya no está entre nosotros y además llegaron las nuevas técnicas de impresión, el oficio de imprentero, el de parar los tipos, armar la plancha, entintar las máquinas y demás, fue reemplazado por la computación y sus auxiliares. Eduardo y Norma ya no tenían edad para actualizar todo como para seguir, sus hijos se dedicaban a otras tareas y entonces la imprenta se puso en venta. No es fácil vender máquinas que en buena parte se han tornado obsoletas, pero algunas de ellas, como la plana del año 1923 que como todas las demás funciona de maravilla y está lista para trabajar en cuanto se lo disponga, es buscada por coleccionistas y también, se comenta, que los mismos fabricantes alemanes estarían interesados en recuperarla, pero nada es fácil en este tema ya que la cuestión del transporte no es una cosa menor.
Eduardo y Norma, primero empleados, luego novios, esposos y dueños de la imprenta en la que se iniciaron, componen una historia que no ha de repetirse mucho. Hoy, todavía, la imprenta hace algunos trabajos, cada vez son menos, por supuesto y, en cualquier momento, llegará el día en que los dos, en lugar de caminar las pocas cuadras que median entre su casa y la imprenta, se queden en su hogar para seguir conversando de las tantas historias que pueden contar luego de tantos años de trabajo y trato con personas de toda nuestra comunidad que los aprecia y valora.
Gabriel Moretti
El Diario de Baradero
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