Es de baja estatura, rubicunda, posee cabellos rojizos y algunas pecas que denuncian su ascendencia irlandesa. Así es por fuera Alejandra Bardo quien, nacida en San Antonio de Areco, llegó a Baradero junto con su esposo allá por el año 1983 y se empleó como doméstica en distintos hogares de nuestra ciudad. En uno de ellos vieron sus aptitudes y sus ganas de trabajar y lograron que la tomaran como mucama en el Hogar de Ancianos «San José». «Justo a mí, que lo que menos me gustaba era hacer la cama, me pusieron a hacerlas todas. La señora Mecha controlaba que estuvieran bien, aún con el colchón hundido, el cubrecamas tenía que estar colocado de manera que no se notara el hundimiento, caso contrario, la deshacía completa y había que hacerla de nuevo» cuenta entre risas recordando sus comienzos como empleada del municipio.
Señala también que el ambiente en que se desenvolvía, en el asilo de ancianos, la llevó a interesarse en algunas prácticas elementales de la enfermería y que de esa manera comenzó a interesarse en esa práctica.
En cuanto se enteró que había un curso que se dictaría en el hospital, se anotó como alumna y concurrió el año necesario para graduarse como enfermera. No fue nada fácil ya que el curso comenzaba a las 14, la misma hora en que salía de su trabajo en el asilo de ancianos, así que, sin sentarse a comer y casi corriendo, iba de un lugar a otro, por fortuna cercanos, para asistir al curso que aprobó junto a 38 compañeros más.
Ya enfermera diplomada ingresó a prestar servicio en el hospital municipal desempeñándose durante un tiempo allí; cuando consutó qué sueldo le correspondería por su nueva tarea, se enteró que la cifra era menor a la que percibían otros compañeros que hacían la misma tarea e indagando el porqué se enteró que se debía a que no tenía completos sus estudios secundarios. Lejos de arredrarse, Alejandra se anotó en una escuela secundaria nocturna en la que completó su secundario y, certificado en mano, se presentó en la oficina de personal del municipio solicitando que el título fuera agregado, junto con el de enfermera, a su legajo.
Creados los Centros de Atención Periféricos (CAP), más conocidos como «las salitas», fue transferida a ellos hasta la actualidad, en que diariamente viaja desde su casa en el Barrio Fonavi hasta la sala Dr. Federico Leloir, situada en Martín de Gainza al 3500, para atender allí a niños, madres, ancianos y cuanta persona requiera de sus servicios. Siempre está bien dispuesta y, con su particular manera de expresarse, logra que cada paciente, incluso los que llegan a la sala con algún dolor, termine esbozando una sonrisa. Entre sus tareas está la de salir a los barrios para vacunar los niños en épocas de campaña y Alejandra, que tiene como ingresos nada más que su sueldo de enfermera, compra una bolsa grande de caramelos, que paga de su bolsillo como tantas otras cosas que no serán para ella, y horas antes de salir a vacunar, prepara numerosas bolsitas conteniendo los caramelos que salieron de la bolsa grande, las anuda y coloca en alguna caja en las que las llevará con ella para obsequiarlas a cada niño que vacunará al día siguiente.
El corazón le salta de alegría, sus ojos brillan, húmedos por la emoción cuando percibe en la sonrisa de los chicos a los que entrega esos caramelos, que su esfuerzo está sobradamente recompensado. Cuando la vemos nosotros, nos congratulamos de que esta «arequera» que con sencillez y mucha gracia alegra la vida de tantos, esté definitivamente afincada en Baradero.
El Diario de Baradero
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