
No es la primera vez que las páginas de El Diario se ocupan del estado en que se encuentra el edificio de la estación de trenes de Baradero, el perjuicio que ello le causa al paisaje ciudadano y las consecuencias que, para toda una amplia zona, otrora dinámica y hoy languideciente, ha causado el desde de la actividad ferroviaria.
No ha quedado ninguno de los bares que existían alrededor de la estación, alguno, como El Nenúfar, abierto las 24 horas para atender a la numerosa clientela, de presencia cotidiana u ocasional, que a diario ocupaba sillas y mesas sobre las cuales humeaban los cafés y crujían las medialunas recién hechas.
Desde muy temprano, en el edificio de la estación, las carretillas, cargadas con los bultos de los distintos comisionistas, rodaban por el cemento del andén a la espera de ubicarse frente al vagón de encomiendas que las llevaría hasta la estación Retiro o a Rosario Norte. El furgón del correo llegaba con sus paquetes de cartas expreso que, saliendo a la mañana de Baradero, se entregaban a sus destinatarios esa misma tarde en la Ciudad de Buenos Aires.

Lo de Brancatisano, amplio local conocido como «La fonda del medio», hoy luce abandonado con candado en la puerta, pinturas políticas en sus paredes y un yuyal en la vereda que, por lo que puede apreciarse, espera inútilmente la llegada de la guadaña.
Solamente en el amplio playón del edificio de la estación, hay un carrito de comidas rápidas que, hay que agradecerle a su dueño, con su presencia torna un poco más agradable el panorama desolador que se presenta a los ojos de quien mira. Por lo demás, todo es abandono.

Como tatas promesas incumplidas. el edificio quemado, nunca sabremos por quiénes, se levanta fantasmagóricamente como símbolo de desidia y de fracaso. Los planos de reconstrucción y remodelación, aún discutibles, pero intento al fin, quedaron en los papeles o, más ajustado a la época, en los archivos del Autocad y la fecha del comienzo de las obras, anunciada en reiteradas oportunidades, quedó en anuncio. Lo que resta de nuestra estación está cada vez peor, los pocos trenes que pasan ni siquiera se detienen ya que a nadie se le ocurriría que, en el estado que presenta el edificio, alguien pueda estar esperando un tren.

Escombros, telarañas, desperdicios, malezas, herrumbre y abandono es lo que abunda, pero más todavía sobreabunda irresponsabilidad.
En el pequeño edificio en el que funcionaba el kiosco, hoy se ha instalado una familia, en toda otra construcción del predio, como las bases circulares de los tanques de agua, también viven personas en condiciones de precariedad y el edificio principal, abandonado por completo, sigue constituyendo un peligro para quienes se aventuren en él ya que en el estado que se encuentra, existe posibilidad de algún derrumbe.

No sabemos hoy qué es lo que acontecerá en el futuro ya que no solamente han cambiado las autoridades del Ministerio de Transporte sino que además cambiaron las ideas que se tiene acerca del transporte público y ferroviario en particular. Lo que para unos era inversión para los nuevos es gasto, pero antes de opinar de manera tajante, bueno sería esperar qué puedan hacer las nuevas autoridades comunales ya que el caso de la estación de Baradero es muy particular. Cierto es que, en el actual estado de coas, nadie querrá invertir dinero en una estación en la que ni siquiera paran los trenes y en la que reconstruida, quizás tampoco pararán, pero admitiendo que sea ésa la razón de los altos funcionarios encargados de darle curso al proyecto, también hay que tener en cuenta que Baradero no puede tener la estación ferroviaria, como está actualmente, de forma indefinida.


El Diario de Baradero
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