
Pensamos que nuestras vidas están determinadas por algún profético «destino». Por eso, bajamos los brazos antes de tiempo sin perseverar porque nos convencemos de que «así lo quiso el destino».
De ese modo, nos hemos inventado dos oráculos infalibles que rigen nuestros caminos sobre la tierra: «un destino biológico» bajo la tiranía de los «genes» que serían los responsables de nuestros padecimientos orgánicos, incluso del cáncer contra lo que no tendríamos nada que hacer. Otra vez se nos escucha decir: «así lo quiso el destino».
También nos construimos «un destino existencial», gobernado por un poder supremo implacable y dominador que ya tiene definido cada uno de nuestros pasos sin que nada podamos hacer para cambiarlos. Por eso, si fracasamos en nuestros objetivos académicos, laborales o afectivos, nos consolamos con un resignado: «Así lo quiso el destino».
Pero, tanto las neurociencias como la teología desmienten ese prejuicio demoledor llamado «destino». La biología molecular ha demostrado que nuestros genes no son más que «memorias biológicas materiales», cuya expresión en nuestro organismo van a depender más del medio ambiente que del mismo gen. Por eso, tenemos poder de decisión sobre esos genes si nos aplicamos con sabiduría sobre los estímulos del medio tales como: la alimentación correcta, el control del estrés, la actividad física regular, las horas de sueño, etc. podemos decir: «depende de nuestras decisiones conscientes».
Ahora bien, cuando nos referimos al «destino existencial», la teología nos enseña que cada uno de nosotros es portador del «libre albedrío», o sea la libertad individual de elegir.
Por lo tanto, es mediante este albedrío que elegimos estudiar o no estudiar; transformar nuestra realidad laboral si no nos gusta lo que hacemos; también somos libres para elegir consumir o no sustancias tóxicas y sobre todo, elegimos con plena libertad a quien decidimos amar. Sin embargo nos preguntamos: «¿Quién me lo mandó a éste?»….La respuesta apropiada sería: «Nuestra propia elección y no el destino».
Finalmente decimos que somos artífices de nuestros propios destinos, tanto biológico como existencial…Y esto nos lleva inexorablemente a tener que dejar a otros de culpar…
Lic. Marcelo Diego Marega
Magister en Psicoinmunoreuroendocrinología
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