
Deslumbrante Mallory:
No te preocupes. Lo entiendo. Me has empujado a lo lejos. Me cerrás todos tus accesos. No querés saber lo que tengo para darte. No querés intentarlo. Estás demasiado asustada. No “fue sólo un sueño”; fue también un juego. Acabo de entender cómo duele saber que no te tendré. Este es un sentimiento que no estoy dispuesto a vivir. No te conozco, pero te conozco; te conozco como nadie te conoce, porque, como te dije, yo te he creado. Sé cuán difícil es “encontrarte con tu creador”, pero veo que es todavía mucho más difícil poseer aquello que uno ha creado. Frankenstein jamás logró adueñarse de su monstruo.
Pero, como dije: no te preocupes. Si decido no hacerlo, no te necesitaré. Como sos mi creación [si fuésemos personajes de Blade Runner[1], yo sería el Dr. Eldon Tyrell; y vos, uno de mis replicantes], tal vez podría destruirte, algo que no haré. En lugar de eso te des-crearé. No será demasiado difícil:
No te volveré a mirar; nunca más te hablaré. Voy a evitar cualquier pensamiento que pueda relacionarse a tu reciente nacimiento; es más: te voy a des-nacer y serás nada; nunca serás ni jamás habrás sido.
Mi imaginación inventó este mito: junto a la memoria de mi imaginación, navegaste un instante por alguna sinapsis de mi cerebro. No obstante, del mismo modo que mi imaginación puede ser una fuerza creadora, puede también reducir lo creado a una onda tenue y sutil que muere al cesar. Cesarás.
De ahora en más, mi universo mental vibrará, ya vibra en este momento, en una dimensión que no tiene ningún lazo con la historia emocional o la memoria pasada de la que hacías parte. Estás fuera de esta historia.
Todo está olvidado para beneficio de tu no-existencia.
Vos me cerrás la puerta en la cara y yo hago lo que Nietzsche hizo con la puerta del paraíso.
La Deidad ha muerto.
Adriano.
No habían pasado más de veinticuatro horas desde el diálogo corto y ríspido frente a los ascensores del primer subsuelo. Ahora Mallory temblaba en el baño de damas del segundo piso, mientras leía la carta que Adriano le acababa de dejar, sin mirarla ni decirle una sola palabra.
Durante las semanas siguientes, la actitud de Adriano fue la misma que al dejarle la carta. Para él, Mallory ya no existía. ¿Había existido alguna vez? Algunas veces, obligaciones profesionales los situaban lado a lado en La Parfumerie. A pocos centímetros de Mallory, él interactuaba con clientes o con otros modelos. Su conocido carisma personal daba la bienvenida e incluía a todos sus interlocutores en general y a cada persona en particular que se encontrara en ese recinto —una de las cualidades profesionales extraordinarias que poseía.
Había, sin embargo, algo invisible e intangible que era dirigido sólo a Mallory: la nada; nada en absoluto. No había miradas, ni gestos explícitos ni otros indicadores físicos. Adriano negaba la existencia de Mallory, y eso la invisibilizaba.
La atención colectiva que la presencia de Adriano despertaba tenía como efecto secundario el aislamiento de Mallory. No era intencional, no era punitivo, no era un acto de agresión pasiva, ni era una venganza. La invisibilidad que ella había cobrado ante Adriano se reflejaba en Mallory como una clara vivencia personal de exclusión y abandono: Mallory nunca había sido ‘negada’ por nadie; esta era una realidad desconocida para ella. Se descubría abandonada y excluida de todo espacio que albergara a ambos, de cualquier evento que sucediera en cualquier ámbito en que los dos estuvieran presentes. Cuando Adriano se encontraba allí, Mallory desaparecía.
Pasados unos días, la sensación de haber desaparecido comenzó a persistir en Mallory, aun después de que Adriano hubiera partido. Los períodos de inexistencia se hicieron más y más largos. Algunas semanas más tarde, ella empezó a arrastrar su inexistencia a su hogar.
Debía hacer algo al respecto.

—Entonces… ¿Nunca más me vas a hablar?
—¿Perdón?
—¡Oh!, ¡Vamos, Adriano! … ¿Me vas a hablar o no?
Adriano evitó mirarla, pero cuando Mallory se acercó más y más, envolviéndolo en la nube de fragancia Catherine Deneuve que existía permanentemente a su alrededor, él levantó los ojos del frasco de Eau de toilette Spoiled que tenía en la mano.
Mallory estaba peinada de cabello tirante, anudado en la nuca con un lazo de terciopelo negro; vestía un raro mini vestido acampanado Azzedine Alaia de seda negra de mucho cuerpo, sin ningún detalle. Llevaba medias de color blanco translúcido, que desaparecían dentro del par de etéreas zapatillas de ballet Christian Louboutin, de cabritilla y raso negro, que Mallory llevaba en sus pies por orden expresa de monsieur Louboutin mismo, quien acababa de abrir su salón en París en sociedad con la princesa Caroline de Mónaco, y presentaba su línea de footwear en Bloomingdale’s esa semana.
Tenía puestos guantes blancos que subían hasta más arriba de los codos, rozándole los bíceps mínimos, firmes y delineados. En el dedo pulgar izquierdo, sobre el guante, lucía un extraño y enorme anillo ‘cabouchon’ Bvlgary de oro macizo blanco.
Adriano, por su parte, se hallaba vestido con el uniforme estándar Spoiled, de Theodore Beberly Hills: un tuxedo cruzado Ermenegildo Zegna de seda y lino blanco sobre una remera marinera pegada al cuerpo, a rayas horizontales color azul marino y blanco. Una bandana angosta Hermès de seda, también azul marino, se anudaba floja al cuello, y calzaba tasseled loafers[2] de fino cuero blanco. Eran Alfred Dunhill, edición limitada, y hechos a la medida de los pies de Adriano. Un look con un cierto toque marinero, pero sin duda este marinero sería el dueño de un yate MUY lujoso.
Sin hacer ningún gesto, fijaron sus ojos durante un largo tiempo, hasta que al fin Adriano dijo:
—Mirá Mallory, no hay nada sobre lo que debamos hablar aquí. Un deseo irrefrenable me arrastró hacia vos; sólo puede ser también la fuerza del deseo lo que te lleva a buscarme ahora. Entonces, si realmente considerás que hay algo que tengamos que decirnos es porque también hay algo que debemos hacer, desde hace ya unos días. Podemos discutirlo en Alô Alô, después de trabajar.
—Está bien, Adriano. Entonces te vendré a buscar aquí, al clip, a las siete en punto.
—OK. Te veo a esa hora, Mallory.
Él levantó su botella de Spoiled y colocó una llovizna de eau de toilette sobre la muñeca de un hombre muy viejo, que estaba acompañado de una anciana elegantísima, toda vestida de Chanel. Adriano le prestó una atención muy especial al sombrero Chanel de rafia negra y de amplia ala que llevaba la dama. Parecía la reconstrucción más lujosa en existencia del sombrero de paja del pintor Gauguin. No pudo evitar que Lucian le viniese a la memoria.
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*Continúa mañana
[1] Blade Runner: el “cult film” de ciencia-ficción dirigido por Ridley Scott. Dentro de la trama de la película, el Dr. Eldon Tyrrel, una especie de genio maléfico, crea androides [“replicantes”—seres bío-robóticos] que se utilizan como trabajadores en condiciones de esclavitud.
[2] Tasselled loafers: calzado tipo mocasín con dos borlas con flecos [tassels]achatadas que se unen en un nudo sobre la parte del zapato que cubre el empeine del pie.
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