
Además de crear miseria, si para algo sirven las recurrentes crisis económicas que nos toca vivir, es para que se caigan alguos mitos que, paralelamente, dejan ver cuántas mentiras nos cuentan sin parar. Durante la década de la «Convertibilidad», aplicada para «planchar» el precio del dólar y así supuestamente detener la inflación, ésta llegó al 60%. Dicho sea de paso, tal cosa sucedió cuando la emisión monetaria estaba absolutamente detenida, prohibida por la misma ley y, claro está, el valos del dólar era inamovible. El recordado 1 a 1.
Cuando hubo gobiernos que intentaron sostener el poder adquisitivo de los salarios, se culpó a esa determinación de ser causante de la inflación. Por estos años, los sueldos están pauperizados y los precios continúan indetenibles. Puede concluirse rápidamente, que ni la emisión monetaria, ni la retracción salarial ni la fijación del precio del dólar han resultado eficaces cuando se trató de frenar la inflación. Sí, en cambio, lo fueron los controles de precios, siempre tan criticados, tal vez por eficientes, por los mismos que generan la inflación sin que nadie se atreva a acusarlas: las grandes empresas monopólicas.
En los últimos tiempos, se ha vuelto a la política de libertad económica, cosa que en la práctica y en nuestro país, significa algo así como dejar «el zorro libre en el gallinero, libre». La voracidad insaciable de los llamados «formadores de precios» no se detiene ante nada. El consumo no para de caer y la retracción de precios, anunciada como consecuencia inevitable, no llega jamás. Por el contrario, los aumentos continúan sin pausa.
Una encuesta que está realizando la página local BTI, da cuenta que más del 61% de los que respondieron, ha manifestado que su mayor preocupación es el trabajo mientas que las otras dos opciones, seguridad y obras, se reparten el resto de las opiniones de manera más o menos similar con un leve predominio de la primera de ellas.
El mayoritario reclamo de trabajo revela a las claras que es eso precisamente lo que está faltando en nuestro medio (y en todo nuestro país).
Hace escasos días se produjo en nuestra ciudad la apertura de un supermercado que, entre sus características, posee la de formalizar diariamente ofertas de sus productos, algunas de las cuales, mucho más inmersos como estamos en una vorágine alcista, resultan convenientes para el bolsillo del consumidor. Pues bien, resulta notorio en las góndolas, el «saqueo» que se produce de esos productos más baratos. A la mayoría de esos compradores ya no le interesa la marca, la presentación y hasta, en ciertos casos, tampoco la calidad: una sola cosa se busca: el precio más bajo.
Mientras nuestra sociedad vive el drama de verse obligada a pagar lo que debe comer a un precio que está fuera del alcance de sus flacos bolsillos, en un país en el que abundan los alimentos, resulta que repentinamente, en lugar de que dicha abundancia resulte un beneficio para la población, para lo único que sirve es para comprobar referencialmente como pasa la miseria a ser lo que abunda.
Se comprende que quien ha llegado a la función pública pretenda hacer lo mejor y también que reclame un tiempo razonable para encaminar las cosas: pero cuando se han vencido todos los tiempos posibles, cuando la miseria se agiganta, cuando se pierden puestos de trabajo, uno espera de nuestras autoridades comunales no que intervengan en la economía nacional, pero que al menos digan algo concreto. Que en sus discursos, como ocurre, no le hablen tanto a los jóvenes de lo que nos depara el futuro sino que hagan referencia al presente que es lo que preocupa ahora.
Meses atrás estas mismas páginas advirtieron que lo que se estaba gestando era una tragedia y que los que con su silencio cómplice terminaran avalándola, serían señalados en el futiuro por el dedo acusador de los numerosos perjudicados de hoy. Nuestra función periodística también nos obliga a decir lo que se está callando. No es con silencios ni con esperanzas que nunca se concretan como debe procederse. A poner las barbas en remojo y asumir la responsabilidad que cada uno tiene en estas horas más que difíciles.
Gabriel Moretti
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