Después de mirar un buen rato entre maniquíes de telgopor, chequear colores y largos, y probar diferentes looks, Alicia Beltrán (72) se decide por una peluca corta, de pelo lacio y castaño. Se quita el pañuelo y se mira en el espejo, con pelo. Se gusta más. “Tengo el cumple de 15 de mi nieta Romina, quiero verme bien”, cuenta. Su hija Natalia luce el cabello por encima de los hombros y lleva un mechón en la mano: “Siempre lo usé largo pero ahora me lo corté para hacerle una peluca a mi mamá. No alcanzó así que lo traje para donar”, comparte. Son de Los Polvorines pero ahora están en Baradero, donde diez voluntarias improvisan un taller de costura de pelo. Con la ayuda de tutoriales de YouTube aprendieron a hacer pelucas que luego reparten gratis. Las confeccionan con cabello que reciben por correo. Se dedican a esta tarea en forma silenciosa.
Pasan horas y horas dándole forma a las pelucas. Ya entregaron 600. También hacen turbantes y almohaditas con forma de corazón para el post-operatorio de cáncer de mama. Los sábados se juntan en un predio prestado que se llena de máquinas de coser, hilos y cintas de papel para elaborar las cortinas de pelo y las gorras de microtul que unen de manera artesanal. Reciben 150 sobres con pelo por mes.
Alicia mira sorprendida el trabajo. Agradece, toma mate, charla con una y otra. “Usaba un pañuelo de seda, pero se me corría. Esto es otra cosa”, suma entusiasmada. Tiene un linfoma en el estómago y va por la segunda sesión de quimioterapia. “No quiero enojarme, ya está, me tocó y ahora sólo pienso en salir, voy a recuperarme”, asegura. Su hija la abraza.
Se dividen por mesas, según su “especialización”. “El primer paso es separar los mechones según tipo, color y largo. Se necesitan alrededor de diez por peluca”, explica a Clarín Daniela Mangini (30), creadora del grupo de mujeres Doná Cabello Argentina.
El proyecto arrancó cuando Daniela decidió cortarse el pelo y quiso donarlo. “No me resultó fácil encontrar un lugar para entregar mi cabello, por eso armé el grupo de Facebook en 2012. Utilizaba el lema ´No lo tires, no lo vendas, donalo´. Llovía el pelo, un montón de gente quería ayudar y había mucha demanda insatisfecha de pelucas. En 2015, nos animamos con vecinas y amigas de Baradero a hacerlas nosotras”, repasa Daniela y muestra sobres con mechones.
Entre los paquetes de papel madera está el de Morena, que tiene ocho años y escribe desde Roldán, Santa Fe. “Me gusta mucho usar mi pelo largo pero sé que ahora va a ser más útil”, dice el texto que mandó por carta con su cabello castaño oscuro atado con una gomita rosa.
Las notas se guardan como tesoros. El cabello se separa. El de Morena se junta con el de otros de similar tono. El paso siguiente es peinarlo para sacarle las partes más cortas y armar las «cortinas» con ayuda de cinta de papel.
Algunas se dan más maña para coser a máquina esas hileras de pelo, otras se ocupan del próximo eslabón: la tarea artesanal de unir a mano cada capa de pelo a la gorra de microtul que oficia de cuero cabelludo. También están las que se encargan de la presentación: lavan, secan, cortan flequillos, hacen rebajados.
Le ponen tiempo, ganas y amor. Todos los días van a buscar el pelo que llega por correo de diferentes partes del país y del exterior y también hacen envíos de pelucas terminadas. Están activas y aseguran que el motor para seguir tiene que ver con que nunca pierden de vista el destino de su trabajo.
Beatriz Giaccomassi (41), que posa primero con rulos, después con melena rubia y flequillo y más tarde con pelo corto y morocho sin dejar de sonreír en ningún momento, es una de las razones que tienen estas mujeres para sacarles horas a sus hijos y nietos y dedicarlas a coser. “Llegué acá después de buscar mucho. No quería verme pelada, me maquillaba y no me encontraba en la imagen que me devolvía el espejo”, cuenta Bety, que es productora de teatro y televisión, tiene tres hijos y vive en San Isidro.
“Las pelucas que encontré a la venta por Internet eran caras y parecían de señora mayor. Empecé a googlear otras opciones hasta que di con un grupo que hacía unas en La Plata. Cuando las contacté me dijeron que tenían un año de lista de espera”, sigue. “Por suerte, pude llegar a Baradero, las encontré. La primera vez que vine había una nena acompañada de su papá. Traía pelo para donar, me conmovió muchísimo”, dice la mujer que está en tratamiento desde hace un año. “Nos pasa cualquier cosa y decimos ´me quiero morir´. Cuando te diagnostican cáncer, en mi caso de mama, empezás a apreciar la vida y te das cuenta de que no, no te querés morir”, agrega.
Beatriz habla a la cámara de Clarín con una contundencia que deja a todas mudas. Las palabras salen solas, sin pensar. Vienen de lo más profundo. “Admiro a estas mujeres. Ya sé adónde voy a donar mi pelo cuando me cure”, cierra. El silencio se interrumpe por el llanto bajito de una voluntaria, otra le alcanza un pañuelo y un abrazo. “Fuerza, Bety”, le gritan y la aplauden.
Carmen y su segundo round
A Carmen Sotomayor (64) se la escucha afónica. Recién en la mitad de la charla confirmará la razón: “Es el cáncer de esófago que volvió”. En 2016, le encontraron un tumor y le indicaron quimioterapia y rayos. “Todavía me acuerdo del día en el que salí de la ducha con el pelo en la mano. Fue después de la primera sesión de quimio. Súper impactante. Me tapaba con una toalla, no podía enfrentarme al espejo”, dice.
Esa vez se llevó de Baradero una peluca rubia. En 2017, visitó de nuevo la sede de Doná Cabello Argentina. “Vine para devolverla. Estaba curada, ya con pelo y con una alegría enorme. La traje porque me pareció que podría servirle a otra persona”, recuerda. Pero ahora le tocó regresar porque el cáncer volvió. “Llegué pinchada, para abajo, por el tema de la voz. Pero la charla con las chicas me hizo bien. Me contagiaron su buena onda”, cuenta y asegura que hoy se va a su casa con peluca nueva y energía para seguir con el tratamiento.
Vivir para contarlo y ayudar a otras, la historia de Noemí
Hace 22 años, a Noemí Mercado (61) le diagnosticaron un tumor maligno y debió hacer quimioterapia. «Quedarse pelada fue duro. En esa época, tuve que comprar una peluca. Hoy soy voluntaria de Doná Cabello Argentina e intento que mi experiencia sirva para acompañar a otras», dice.
“Tuve cáncer de mama, estoy operada y acá me ves”, señala con una sonrisa en la cara. El mismo mensaje que ahora le transmite a Clarínes el que le da a cada mujer que llega a Baradero sin ganas de enfrentarse al espejo y, en la gran mayoría de los casos, muy angustiada.
“Comparto lo que me pasó para darles coraje. Es un momento y hay que sobrellevarlo. El pelo crece, a mí me creció”, repite. “Entiendo el dolor porque lo viví y es grande. Pero estamos para hacerlas sentir mejor”, sostiene Noemí.
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