
Por Gabriel Moretti.
Nadie que lo haya conocido o sabido de sus tantas historias, pondrá en dudas que uno de los personajes más peculiares de la historia de Baradero, fue Eduardo “El Gordo” Giles quien, como resulta natural, habrá de ser principal protagonista en más de una oportunidad, de estas líneas.
Es necesario hacer una introducción para que los lectores que no lograron conocerlo se formen una idea de la persona a la que se hace referencia. El Gordo era un hombre corpulento de tez morocha, bigote y anteojos que siempre vestía de paisano. Tenía su casa cerca el lugar donde hoy la ruta provincial 41 forma una gran curva una vez que, yendo en dirección a Santa Coloma, se supera el camino que lleva a Ireneo Portela. Era, para graficarlo de algún modo, como el famoso personaje creado hace muchos años por Lino Palacio, “Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia” ya que tras ese hombre grandote y bonachón se escondía un chico.
Vamos ahora a la primera de las historias en las que Giles será figura principal. Eduardo se casó ya maduro con una mujer que pertenecía a lo que podríamos calificar como “patriciado” local; su apellido era Caamaño y pertenecía a la familia de la abuela materna del poeta José Hernández. La ceremonia de casamiento se llevó a cabo en la Iglesia Santiago Apóstol de nuestra ciudad y “El Gordo”, fiel a su tradición de vida, lo hizo vistiendo bombacha y corralera negras, de seda, camisa blanca con lazo al cuello, botas y una ancha rastra con tirador de plata. En la casa de fotos que tuvo don Andrés Martín, sita durante largo tiempo en Anchorena al 1000, se exhibía la foto de los esposos Giles-Caamaño tomada en el atrio una vez culminada la ceremonia religiosa en la que se aprecia la figura de Giles quien, sombrero en mano, posa sonriente junto a su flamante esposa.
La fiesta de casamiento se celebró en la chacra de Eduardo y cabe aclarar que “El Gordo” no había escatimado ni esfuerzo ni gastos ya que se encargó de dejar bien en claro que a los festejos estaba invitado “todo el pueblo” y ante semejante convite no fueron pocos los asistentes, más bien todo lo contrario.
Cuentan los que vivieron esas horas, que se dio en la fiesta, celebrada en el campo de los consortes un hecho llamativo cual fue la presencia de vecinos de todas las clases sociales, desde peones rurales hasta don Antonio Barbich quien era tenido por entonces como el hombre más acaudalado de Baradero.
El banquete fue memorable, empanadas, asado, chorizos y bebidas para quien quisiera, pero quizás lo más destacado de lo servido entre tantas cosas del mismo tenor, haya sido lo que sucedió cuando la fiesta se prolongaba hasta las primeras luces del alba: apareció un grupo de personas que ofrecían a los invitados facturas de panadería recién horneadas y mate cocido con leche para acompañar. Hoy la costumbre se ha hecho habitual en las fiestas, pero por aquellos años, década del 50, era una singular novedad y podría decirse que en este sentido “El Gordo Giles fue un precursor. En esa fiesta nadie pudo sentirse discriminado ya que quienes aunque fuera de curiosos llegaran al campo de la celebración, verían un cartel adosado a la tranquera de ingreso en el que se leía lo que sigue: “Si gusta, pase”.

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