
Baradero, una ciudad que acoge a numerosas personas con discapacidad, menores y mayores de edad, enfrenta un desafío urgente y fundamental: la falta de accesibilidad y la nula inclusión de estos ciudadanos en la vida urbana. A pesar de que existen instituciones que brindan atención a personas con discapacidad provenientes de otras localidades, la ciudad aún no está preparada para garantizar que estas personas puedan disfrutar de los espacios públicos de manera segura, autónoma y con dignidad.
Es alarmante y profundamente injusto que, a pesar de ser una realidad evidente y conocida, el diseño urbano de Baradero siga sin adaptarse a las necesidades de quienes tienen discapacidad. Las calles, plazas y edificios públicos siguen presentando barreras físicas que limitan la movilidad de estas personas y las excluyen de una participación plena en la comunidad. Aceras en mal estado, falta de rampas en edificios públicos y una señalización inadecuada para personas con discapacidad visual o auditiva son solo algunos de los obstáculos que día a día enfrentan. Estas barreras no son invisibles ni invisibilizadas; están ahí, claramente visibles, y sin embargo, quienes tienen el poder de transformar esta realidad continúan ignorándolas.
El silencio y la inacción ante esta situación son incomprensibles, especialmente cuando se trata de una cuestión tan elemental como el derecho de las personas con discapacidad a participar activamente en la vida de la ciudad. A estos ciudadanos, incluidos los menores de edad, se les sigue negando el derecho de disfrutar de la ciudad en igualdad de condiciones que cualquier otra persona. Este desinterés por garantizar la accesibilidad de los espacios públicos no solo vulnera derechos fundamentales, sino que perpetúa una cultura de exclusión y deshumanización.
Es imperativo que las autoridades locales, en colaboración con las instituciones que albergan a estas personas, dejen de hacer oídos sordos a una realidad que está a la vista de todos. Las barreras físicas, sociales y culturales que siguen existiendo en Baradero deben ser eliminadas de forma urgente. La creación de rampas en lugares estratégicos, la mejora de la infraestructura urbana para garantizar la movilidad y la implementación de señalización adecuada para personas con discapacidades sensoriales son acciones mínimas que deberían ser una prioridad en la agenda política de la ciudad.
Además, es funtamental que se dé un paso más allá de la mera adaptación de la infraestructura y se implemente una verdadera estrategia de sensibilización en la comunidad. ¿Qué sentido tiene construir rampas si no se genera una conciencia colectiva sobre la importancia de la inclusión y la dignidad de las personas con discapacidad? La sensibilización no solo debe enfocarse en las autoridades, sino también en la sociedad en general, para que se comprenda que la inclusión de las personas con discapacidad no es un favor, sino un derecho.
Es fundamental que se coordinen esfuerzos entre las autoridades municipales, las instituciones que trabajan con personas con discapacidad y la comunidad en general para desarrollar rutas seguras y accesibles que permitan la autonomía de las personas con discapacidad, especialmente los niños. Además, la presencia visible de estas personas en los espacios públicos debería ser un motor para reflexionar sobre la diversidad y la necesidad de construir una sociedad más justa y equitativa. Su participación activa no solo enriquece a la comunidad, sino que también nos obliga a cuestionar nuestras propias actitudes y prejuicios hacia la discapacidad.
En resumen, es hora de que Baradero deje de hacer oídos sordos a las demandas más básicas de sus ciudadanos con discapacidad. Las autoridades locales y las instituciones responsables tienen la obligación de transformar la ciudad en un espacio verdaderamente inclusivo, donde las personas con discapacidad, independientemente de su edad, puedan disfrutar de sus derechos sin restricciones. No solo es una cuestión de justicia , sino también de humanidad. Una ciudad más accesible, inclusiva y consciente no solo beneficiaría a las personas con discapacidad, sino que enriquecería a toda la comunidad, promoviendo valores de igualdad, respeto y solidaridad.
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