
Las encuestas -tanto las del oficialismo como las de la oposición- dibujan un paisaje político revelador: los vecinos han dejado de confiar. Las calles destruidas, las veredas intransitables, el acceso a Alsina convertido en vía crucis, el sistema de salud en terapia intensiva, la inseguridad que crece como maleza y la basura que se acumula en esquinas forman un catálogo de fracasos que ya no admite eufemismos.
Lo más elocuente de este ocaso no es el descontento ciudadano -previsible cuando los servicios colapsan-, sino el silencio incómodo del propio oficialismo. Ni voces que defiendan lo indefendible, ni cartas sucesoras que quieran heredar este desgaste. El vacío de candidaturas habla más fuerte que cualquier encuesta: cuando hasta los propios evitan asociarse con una gestión, el diagnóstico está escrito , lo saben quienes gobiernan Baradero.
El tiempo de las advertencias se agotó. Lo que viene ahora es más contundente: o una rectificación histórica (con hechos, no discursos) o un final previsible en las urnas. La ciudad merece algo mejor que este limbo donde nada funciona… ni siquiera la maquinaria política que debería ofrecer salidas.
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