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Baradero, reflejo de un país crispado y autodestructivo

Baradero, reflejo de un país crispado y autodestructivo

Baradero, reflejo de un país crispado y autodestructivo

27/03/2010

Categoría: Interés general, xHoy1

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La muerte de dos adolescentes y los incidentes del domingo pusieron a Baradero, una tranquila y próspera localidad bonaerense, en el centro de la atención mediática. PERFIL recorrió la ciudad y habló con las madres de las víctimas, con sus vecinos y amigos, con el intendente y con otras personalidades locales. La gente está crispada, exige justicia y carga contra los inspectores de tránsito, los “zorros grises”, a los que acusa de conductas autoritarias frente a los infractores, pero, al mismo tiempo, continúa llevando en moto a sus chicos sin usar el casco o cruza las vías del ferrocarril con las barreras bajas.
Enviado especial a Baradero.
Borges decía que todos los pueblos de provincia se parecen hasta en eso de creerse diferentes. Sin embargo, Baradero insiste en parecerse más a sí mismo. O al menos asumió ese rasgo de luctuosa distinción el domingo 21, a las primeras horas de la madrugada, cuando algunos muchachos que salían de los boliches incendiaron la camioneta que había embestido a los adolescentes Miguel Portugal y Giuliana Giménez –quienes viajaban sin cascos en una moto de baja cilindrada y murieron a consecuencia del hecho–, y luego, por la mañana, estos u otros chicos, y centenares de adultos, se agruparon en la plaza principal para pedir justicia por lo ocurrido y luego ingresaron en la Intendencia y robaron y quemaron buena parte del edificio municipal.
¿Qué extraño criterio de reciprocidad, qué curioso supuesto de equivalencia lleva a que la muerte deba ser vengada con la destrucción de objetos? La quemazón y saqueo de la Intendencia de Baradero también afecta a los propios habitantes del lugar, porque allí estaban, entre otras, partidas de nacimiento, fichas de empleo, constancias de aportes, los elementos mismos de manejo del pueblo. Por supuesto, no hay cobro ni revancha ni resarcimiento que compense la muerte de un hijo. Ese es el absoluto del dolor, para el que no existe ninguna correspondencia. No obstante, son los propios padres de los adolescentes muertos quienes no reclaman venganza sino justicia. En este punto, donde la tragedia se encuentra con lo insoluble, la política y lo social no acompañan sino que justifican con una palabra: “crispación”. La creencia es que el país está “crispado”. Una excitación inexpresable, injustificable, domina todos los ámbitos y lo explica todo. Como si los fenómenos colectivos fueran como las olas del mar o las agitaciones coreográficas de las hinchadas de fútbol durante los mundiales. El gobierno está crispado, la oposición está crispada, los medios están crispados. A la oposición la crispa el Gobierno que se crispa con la oposición que defiende a los medios crispados contra el Gobierno. El fantasma del mal son los otros, sus causantes, los culpables. Con su prodigiosa capacidad de síntesis. El gobernador de la provincia de Buenos Aires pareció resumir ese estado de las cosas cuando acusó de montarse sobre el dolor de un pueblo a un grupo de “infiltrados”. El lector memorioso recordará que la palabra “infiltrados” se comenzó a utilizar durante la década del 70 para acusar al adversario que no se podía nombrar –así como durante años no se pudo mencionar a Perón, en la idea mágica de que la supresión de un nombre implica la supresión de la persona–. El “infiltrado” fue, en los 70, el antiargentino, el agente extranjero, el sujeto puesto al servicio del mal, de la deslealtad, de la traición, de la conspiración. Ser un infiltrado era ser alguien o algo que debía ser extirpado quirúrgicamente. Una proliferación cancerosa. A ellos, cuchillos y quimioterapia, que fue lo que se utilizó durante esos años siniestros y los que siguieron luego.
Lo curioso es que nadie haya observado nada respecto de ese peculiar giro lingüístico que parece inspirarse en lo peor de nuestro pasado reciente, salido de labios de quien sería el delfín sucesorio de un gobierno como el kirchnerista. Hay una serpiente medieval, el Uroboros, símbolo de las mutaciones alquímicas, que se caracteriza por comerse a sí misma, empezando por la cola. Quizá la política argentina se explique mejor a través de algunas metáforas elementales.

Juventud divino tesoro. En la plaza principal del pueblo, frente a la confitería del Sportivo Baradero y en diagonal a la Intendencia incendiada, hay un grupo de compañeros de Miguel y Giuliana: juntan firmas para pedir justicia. Dicen que la policía de tránsito era brutal, que perseguía a la gente que iba en moto, que la encerraba y amenazaba. Que ellos, u otros, tuvieron que esconderse varias veces. Que eran brutales y los agarraban del brazo, los tironeaban, les hacían señales de fuck you: los zorros grises de la dirección de tránsito local. Que eran barrenderos ascendidos a un puesto que no sabían desempeñar, maleducados. Dicen que el incendio lo provocaron veinte rateros de los “barrios de por ahí”. Rateros y faloperos.
Ellos están ahí para hacer el bien, para solicitar al mundo que no se repitan las desgracias, para pedir que nadie ande en moto sin casco. Les señalo el cartel de su solicitud: “Cuidémosnos”, invoca. Indico que sobra una “s”. “¡Huy!”, dice uno. “¡Y yo que escribí asesinos las dos veces con c!”.

El Aleph. Los hechos ocurrieron a pocas cuadras de la plaza. Es zona céntrica. La esquina de Gallo y Anchorena, y los adolescentes fueron a dar sobre la vereda donde hay una librería. Enfrente, hay un supermercado chino. La gente del pueblo cree que la cámara de seguridad del supermercado registró los hechos, por lo que el fiscal de San Nicolás habría retenido el video como prueba. A simple vista, la cámara apunta hacia adentro del local. Sí se sabe que los peritajes para establecer la verdad de lo ocurrido –accidente común o embestida deliberada de la camioneta de la Dirección de Tránsito contra adolescentes sin casco- difícilmente podrán contar con esa camioneta, incendiada por los buscadores de revanchas. La verdad es siempre una aguja en el pajar de las interpretaciones. Lo que sí se advierte, en esa esquina, es el paso continuo de ciclistas y de motos de baja cilindrada. Cada treinta segundos, un adolescente sin casco que lleva a su novia sin casco, o un ciclista que, conocedor ya del paisaje circundante, mientras sostiene el manubrio con una mano va tipeando con la otra los mensajes SMS de su celular. Llega a la esquina y, distraído, sin detenerse, mientras va atravesando el cruce mira de reojo en dirección opuesto a aquella por donde viene el tránsito. ¿Valdrá la pena morir mientras se escribe “Ja” o “T kro” u “Ok” o “traé un klo d pan” o “bss”? Madres apenas adolescentes que vuelven del colegio o del jardín donde buscaron a sus hijos, y los llevan de a uno o de a dos, algunos con y otros sin casco. Criaturas de dos y tres años, abrazadas a sus espaldas, en dudoso equilibrio. No quiero ni imaginar una frenada súbita. Una madre con casco, su hija, de a lo sumo cuatro, atrás, también con casco. Y en el medio, entre ambas, en sánguche mortal, una criatura de a lo sumo ocho meses, sostenida por su hermanita, que no tiene nada de qué agarrarse.

Intendencia. Toda la planta baja de la Intendencia fue devastada. Negros manchones que combinan con el negro del plástico que cubre a lo que quedó. En medio de la devastación, lo que permanece intocada es el enorme busto dorado de Pedro Alberto Carossi, padre del actual intendente, y que lo precedió en el cargo entre el ’91 y el 2000. Los vecinos lo llamaban “el tío Pedro”. El hijo del tío nos espera.
Aldo Carossi es el rey menguado de un reino cuyas fronteras rectangulares son los cristales plastificados que trazan sus orografías caprichosas mientras cuelgan desprolijamente, flamean en los marcos. En el despacho, el apedreo no respetó una sola ventana. Dice que los hechos se están esclareciendo y asegura que ya están siendo identificados los delincuentes que se ampararon en un montón de personas que estaban disconformes, dolidas o sentidas por un hecho luctuoso como el ocurrido, para quemar cosas, llevarse sillas y computadoras..
—¿Ya están detenidos?
—No, detenidos no, pero aparecen en las fotos… Acá nos conocemos todos.
—¿Quiénes son?
—La mayoría tiene perfil de delincuente. Por lo menos de lo que yo he visto, la mayoría tiene algunos cargos pendientes con la Justicia y fundamentalmente con una relación muy mala con la Dirección de Tránsito, porque les habían secuestrado motos robadas.
—¿La Policía de Tránsito secuestra motos robadas?
—La policía de tránsito secuestra motos. Nosotros tenemos 500 motos secuestradas, que no son retiradas porque no tienen papeles. Y hay otra situación en Baradero, donde tenemos unas 10 mil motos y en por lo menos 8 mil andan sin casco. Yo creo que acá la enemistad de los chicos sucede porque hay una guerra entre la Dirección de Tránsito y los pibes. En vez de ser la caza del zorro, era cómo escaparle al zorro, era ver quién era más vivo porque le pasaba más cerca al policía de tránsito…
—Bueno, es lógico que los adolescentes deseen infringir cualquier ley. Ahora bien, desde el lado de los adultos, la acusación de los chicos es que la policía de tránsito no sólo era persecutoria, sino también violenta…
—Bueno, a aquellos que violan las leyes de tránsito, les cuesta mucho aceptar que quiebran las normas. La policía de tránsito no era la que perseguía, todos los operativos eran con policías. Ahora también hay situaciones que son… Primero, que la demonización ahora, con bandos enfrentados, está a la orden del día… Hace un tiempo venían dos autos con cuatro pibes borrachos cada uno, en contramano por la calle Malabia, a 60 kilómetros por hora. ¿Qué hace el policía? ¿No los sigue, no los detiene? Cuando se trata de la aplicación de la ley, el límite entre el uso y el abuso es muy finito. De ahí a que sea cierto que los golpeaban, que les ponían sogas, que les abrían la puerta… La verdad es que si ocurrió, es algo que se pudo haber escapado. Pero si con eso justifican no cumplir las normas… Hay cincuenta causas penales porque los pasan por arriba a los inspectores, los empujan, los lastiman.
—Con respecto a los hechos posteriores al accidente, el gobernador Scioli dijo que habían sido producto de infiltrados.
—Es cierto lo que dice Scioli, han ocurrido ese tipo de cosas. Nadie puede prever que van a ocurrir dos muertes, pero cuando ocurrieron dos muertes, en dos horas armaron…
—Pero usted dijo que acá en Baradero son pocos y se conocen todos, y ahora dice que hubo infiltrados…
—Sí, la prueba de que acá funcionó la carroña de la política. En el tema de los testigos ya hay dos o tres causas por falso testimonio, pero con chicos que hoy llamaron por ejemplo concejales de la oposición; uno de los chicos que declaró es Jonathan Pérez, lo llevaron el abuelo y el tío, el tío es radical y candidato a diputado, por la amenaza de muerte lo hicieron declarar. Es el famoso tema del video, él llegó media hora después al lugar de los hechos y filmó un video. Y decían que había visto una persecución, que no había prendido la cámara y la prendió después. Bueno, ése es un militante del duhaldismo. Eso no significa que sea Duhalde, ni que sea el concejal Marcelo Elmer, el representante local del duhaldismo. Pero hay punteros políticos metidos en el asunto. Uno se llama José Minino, que participó en este tema de los testigos y está probado en la causa. Y hay otra puntera que se puede ver cuando agita en el medio de la marcha.
—¿Y a qué sector pertenecen?
—Pertenecen al sector que estaba con el PRO de De Narváez y que ahora está con Duhalde, la agrupación Carrillo.
—¿Usted cree que el duhaldismo le quiere hacer estallar la gobernabilidad de la provincia al kirchnerismo, así como en el 2001 los punteros duhaldistas le hicieron estallar la gobernabilidad a De la Rúa?
—No, yo creo que esto tiene una connotación local. Nadie puede pensar que un accidente está armado, ¿no?
—Hay una versión que asegura que en los destrozos de la Municipalidad participó gente que trabaja para la propia Intendencia…
—Hay dos o tres; la mujer de José Minino es empleada municipal y aparentemente también participó. Pero hubo una gran parte de los empleados municipales que pusieron el pecho y salvaron muchas cosas.
—Usted asegura que la destrucción de los edificios fue realizada por punteros políticos, ¿descarta que también haya sido en parte una reacción espontánea de los vecinos?
—Acá hay dos cosas bien diferenciadas. Una es la bronca, el dolor y la disconformidad de 500 personas que no son delincuentes, que son habitantes de Baradero, que es gente bien, pero que sintió que se mataron dos chicos y que hacía la lectura de que los inspectores de tránsito habían provocado la muerte y salió a manifestar su disconformidad y su bronca. Pero su bronca llegó hasta la vereda de enfrente, ellos no cruzaron la calle. Y después vinieron los demás del otro lado, que aprovechando la bronca armaron todo, destruyeron, quemaron y robaron.
—Si las políticas que implementó fueron correctas, ¿por qué hizo renunciar a Scarfoni, el director de Tránsito?
—Porque fue un factor de crispación. Lo primero que hizo fue renunciar, porque sabe que con esta crispación… Si aplicó miles de multas en los últimos años, entonces hay miles de vecinos que potencialmente no están de acuerdo con él.
—La acusación de los chicos es que los inspectores no tienen formación ni preparación, que algunos eran barrenderos ascendidos…
—Debe ser en gran parte cierto… Andá a ver cuántos inspectores de tránsito tienen alguna formación; ni en Baradero ni en ningún otro lugar. Tratamos de educarlos con lo que se puede, no te voy a mentir, no te voy a decir que tengo ingenieros en seguridad vial. ¡No tengo un profesional de seguridad vial para poner de director de Tránsito!
—¿Por qué no se reunió con los familiares de las víctimas?
—Yo no quise ir al velorio, ¿en qué los ayudo? ¿Para quedar bien yo y profundizar el quilombo? Si en algún momento tienen ganas de verme, cuando quieran y donde quieran. En la esencia del dolor que tienen hoy, ¿de qué sirve que yo vaya a buscarlas para sacarme una foto?

Final. Salimos de la entrevista. Es de noche. Vamos rumbeando hacia la salida de Baradero. Cerca ya de las afueras, hay un cruce ferroviario. Las barreras empiezan a descender. El fotógrafo, que es quien maneja, frena el auto. Unos segundos después oímos un rumor trasero, rastrero. Para seguir la asociación, es una moto de baja cilindrada que viene a los santos pedos. El conductor tiene el casco puesto y la visera baja. Ejemplar. Frena, se arrima a las barreras bajas, busca el espacio entre una y otra, arranca y pasa. Cuando está cruzando, gira la cabeza para ver si viene algún tren.

Fuente: Perfil.com

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