“Creyeron como el carancho que estaba la vaca muerta y cuando la fueron a picotear se encontraron con que estaba viva. Se probaron el traje y convocaron a una marcha destituyente”. La reflexión gauchesca no pertenece a Benito Lynch sino al jefe comunal de Baradero, Aldo Carossi. Tampoco la acuñó el pasado 21, cuando una pueblada sacudió la tranquilidad del pueblo. La elaboró el año pasado, en agosto, tras enfrentar un conflicto gremial que acabaría en la toma del municipio. Al intendente Carossi le ocurrió lo que a Pedro con el lobo: de tanto llamar a la desgracia, el domingo anterior la ira de los baraderenses carbonizó buena parte de la intendencia y tres días después los compañeros de los dos adolescentes muertos, según se afirma, por el roce intencional de una camioneta de la Dirección de Tránsito, están ahí, a unos pocos metros de su despacho, en el cruce de San Martín y Rodríguez, juntando firmas para lograr su remoción.
Para no cocinarse al rayo del sol, los jovencitos de la escuela técnica Batalla de la Vuelta de Obligado van y vienen de la mesa de firmas a la sombra de la Plaza Mitre. Baradero tiene pocos árboles por culpa de la modernidad que en los 60 los erradicó de las dos calles más trasegadas, San Martín y Anchorena. “¡El casco! ¡El casco!”, les gritan los chicos a los motoristas, porque junto a la recolección de firmas han iniciado una campaña de seguridad vial. Los motoristas firman. Firman los que usan casco, los que no lo usan, los automovilistas y los contados peatones que al mediodía circulan por la zona. En 48 horas han reunido 5.000, una hazaña en un pueblo de 30 mil almas, 24 mil de las cuales viven en el casco urbano. En el Vuelta de Obligado las clases se flexibilizaron durante la semana de duelo y la dirección adoptó una decisión salomónica respecto a las faltas: tomó asistencia en el puesto de las firmas.
Es sorprendente la cantidad de motos de baja cilindrada que pasa por esa esquina. Uno de cada tres baraderenses tiene moto, sostienen. El cálculo hace algo más de 10 mil sobre ese trapecio de 30 cuadras por 20. Remises y motos son los medios de transporte habituales. Hasta hace poco andaba una sola línea de ómnibus, Alsibus, que cruzaba el pueblo para cumplir con su recorrido interurbano. Ahora hay otra, pero ninguno sabe cuánto cuesta el viaje. “¿1,50? ¿2 pesos?”. Nadie puede contestarlo. “Es lógico –explica el propietario de Raggio, un importante comercio de venta de motos, nuevas y usadas, que está frente a la plaza–, si se piensa que tienen que pagar ida y vuelta o un remise que cuesta cinco pesos. Con cinco pesos de combustible en la moto andan toda la semana. A veces la gente compra la moto y el casco lo deja para después, cuando cobra el aguinaldo”. Raggio vende unas cien motos anuales.
“Las ‘zanellitas’ de 50 ya no las usa casi nadie –cuenta Nicolás, de 17 años, alumno del Vuelta de Obligado–, todos quieren una Motomel de 110 o de 125”. Están de moda, dice, “son lindas, son para demostrar”. A esas horas, en la Cochería Cabrera, muy cerca de Plaza Mitre, están velando a un veinteañero accidentado en la misma madrugada en que murieron “el Portu” y Giuliana Jiménez. Las noches de Baradero, durante el fin de semana, siguen un patrón: la “previa en una casa, ir a bailar y antes o después dar una vuelta por la plaza”. Exéntrico (así nomás) y Punta Madero son los locales de baile más populares en Baradero, a 10 pesos la entrada. Los estudiantes secundarios saben que si quieren acceder a la universidad deberán emigrar; los del Vuelta de Obligado, en cambio, aspiran a que el futuro les traiga una pasantía en alguna de las grandes plantas de la zona. Con el título de técnico mecánico o técnico químico pueden empezar a soñar con Toyota, Quilmes, Papelera Del Plata.
GRACIAS POR EL FUEGO. Las llamas le han dado a la Municipalidad un aspecto fantasmal. Frente a ella está estacionado el ómnibus de las tropas de infantería que ha enviado la Gobernación. Son de Morón, General Rodríguez, Pilar, La Matanza. Hace dos días que, pese a haberlo prometido, la intendencia no les da de comer. Al fondo del edificio carbonizado, Carossi inspecciona los daños junto al secretario de Obras Públicas, Juan Panno. Panno, Pablo Scarfoni, el director de Tránsito, un ex chofer de la línea 151, de Transportes Plaza, y Sergio Tabaneli, administrador del Hospital Lino Piñeiro, son “los tres mosqueteros” del intendente y junto al secretario de Gobierno, Carlos Erroz, conforman el núcleo de hombres fuertes del distrito. Erroz llegó “handicapé” a su cargo de la intendencia: no es del pueblo sino de Chacabuco, su empleo en el Banco Provincia lo llevó a San Pedro. Al llegar a Baradero llevaba a la maleta la fama de un talante prepotente. Al quinteto que forman con el intendente y tiene su punto de reunión en el bar Pelecho hay que sumarle un sexto nombre: el de Raúl Franzoia, segundo en la jerarquía de la policía comunal, y lo que es fundamental, ahijado de Pedro Carossi, el padre del intendente, el que inaugura los más de veinte años de poder “carossista” sobre la ciudad.
DINASTÍA. Pedro Carossi era jefe de estación en Alsina y administrador de campos. Se convirtió en político de la mano de Luis Emilio Samer, “el intendente de todas las dictaduras”; a Carossi padre lo llaman “el último caudillo”, era un peronista al que le disgustaban las disidencias y le gustaba administrar la suma del poder público. Su muerte, en el 2000, dejó huérfano al justicialismo de Baradero. La agrupación que da soporte a su único hijo, Aldo, el intendente, tiene su nombre. Aldo no vive en Baradero sino en Alsina, una de las tres villas que componen el partido. Al terminar el secundario –por esos años conoció a Panno, su mano derecha–, buscó otros horizontes. Se recibió de abogado, se especializó en derecho civil y comercial, asesoró automotrices, estableció su estudio y su familia en la Capital. Para los baraderenses Carossi es un porteño al que no conocen ni los conoce. Y a la capital lo fueron a buscar en el 2003 porque necesitaban su apellido para una concejalía que reforzara la lista vecinal que contaba con boletas impresas por el PAUFE, el partido de Luis Patti. En el 2007, ya como Frente para la Victoria, ganó la intendencia con el 31 por ciento de los votos, la mitad de los que en el 99 había cosechado su padre contra la Alianza. Aldo también tiene fama de “duro” y ha sostenido que entre Zaffaroni y Giuliani, opta por Giuliani. El 28 de junio de 2008, perdió por 7 puntos, “como ‘testimonial’, en cambio como intendente gané”, aclara, y hundido en un sillón de su despacho descarga en Néstor Kirchner el fardo de la derrota. Carossi está convencido de la bondad de sus métodos y de la eficacia de su equipo: “Hemos tenido un accidente de moto en cuatro años y medio. Compare con las estadísticas de las ciudades vecinas. El nivel de delincuencia es bajísimo, uno de los más bajos de la provincia. Lo que pasa es que hay una enemistad manifiesta hacia la Dirección de Tránsito por parte de este grupo etario delincuentil (sic). Lo de la persecución es un mito. Esta locura fue una mezcla de política y agitación. ¿Si no cómo se explica que todo haya pasado en una hora y media? Hoy estamos enfrentando una condena pública mediática sin juicio previo”. Carossi niega que los sucesos del domingo pasado sean producto de un profundo malestar y niega los cargos que la calle le formula. Apenas admite que “mi padre era mejor político que yo. Yo soy muy riguroso con la ley. Una sociedad se gobierna cuando se acatan las leyes. Dura lex sed lex”.
Fuente: Criticadigital.com
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