Por Inambú Carrasquero -Por más que se esfuercen los optimistas a ultranza en hacernos creer que poniéndonos el bonete y agarrando la maraca, ya estaremos pletóricos de alegría como para engancharnos en la caravana feliz, sigo insistiendo que a esta Argentina de hoy, solo le cabe una sobria y recatada celebración, sobre todo, porque no hay mucho para festejar.
En cambio creo, que la sociedad adulta de Baradero, tiene por estos días, más que prepararse para el jolgorio, la impostergable tarea, la inmejorable oportunidad, de ofrecer a sus jóvenes un ejemplo contundente de responsabilidad, de madurez y valentía ciudadana, manifestando claramente que no está dispuesta a permitir hechos de impunidad, que continúen dañando, ofendiendo, lastimando y sobre todo, poniendo en peligro un futuro libre de aberraciones para ellos.
Estamos asistiendo, mirando, oliendo, palpando la impunidad, aquí, en el medio mismo de nuestra comunidad.
¿Qué es la impunidad? Nada más y nada menos que la falta de castigo, pero no en forma subrepticia, solapada, disimulada, ocultada; es la falta de castigo con desparpajo, con insolencia, con ostentación, a la vista de todo el mundo, como diciendo ¿y qué?, ¿quién tiene algo para decir?
Ante esta comunidad pasmada y paralizada, ostentan hoy la impunidad, por un lado, el repudiable sujeto que merece el castigo y no lo recibe y por otro, quien tiene la misión de juzgarlo y aplicarle el castigo y no lo hace, aludiendo vericuetos jurídicos tan poco comprensibles como creíbles, desprovistos de la lógica más elemental.
El hombre, dotado de razón, tiene conciencia de sí mismo, pero también de sus semejantes y así como tiene conciencia de su presente, de la incertidumbre de su futuro, también es consiente y responsable de su pasado; esto no puede ser negado por nadie que reclame el derecho de vivir en sociedad. ¿Cómo podemos aceptar la negación de la responsabilidad por su accionar en el pasado, de alguien que hasta ha confesado graciosamente, haber formado parte del régimen de terror que imperó en nuestro país a lo largo de siete años?.
En estos tiempos de desvalorización de la palabra, quizá escuchar o leer que alguien está acusado de cometer “crímenes de lesa humanidad”, no nos genere ninguna revolución interior y solamente nos parezca una mera clasificación vaciada de contenido. Esto no es casual, por eso digo que hoy es necesaria una expresión de repudio por parte de los ciudadanos adultos, porque, si para los jóvenes, la historia de aquellos años terribles, permanece lejana, carente de valor y de fuerza, sin que logren articularla con su presente y sus posibilidades en el futuro, nosotros los mayores, con nuestra indiferencia e indolencia, no hacemos más que corroborar esa idea.
No existe forma de que puedan imaginar la gravedad de aquella pesadilla y sentirse responsables de trabajar y manifestarse para que esa realidad no retorne, si nosotros, que la padecimos, les damos el patético ejemplo de convivir con la impunidad con total naturalidad.
En Baradero, el análisis y la revisión post dictadura, ha sido de una pobreza tal, que en parte explica este presente, no solo por las dificultades que implica incursionar y abrir juicio en acontecimientos en los que tantos hombres y mujeres perdieron la vida, sino porque nunca existió la verdadera voluntad de encarar un proceso de elaboración, reconstrucción y reparación de la memoria.
Sería lamentable permitir que se haga carne en la juventud, la percepción de que frente a estos hechos, donde sobrevuela la impunidad, nada puede hacerse, nada puede oponerse frente a procederes que no entendemos, propiciando peligrosamente la aceptación de un pensamiento dominante que avale el ninguneo de la justicia.
La impunidad llega y se instala en aquella sociedad que le hace lugar, prosperando gracias a la falta de compromiso y de participación, dispuesta a desterrar a la memoria, generando resentimiento y desigualdad y luchando a brazo partido hasta acabar con las instituciones.
Reivindiquemos la participación, la responsabilidad y el compromiso como instrumentos de realización de ideales colectivos, como herramienta práctica para mejorar nuestra sociedad y su dinámica institucional; necesitamos recuperar la credibilidad en las representaciones políticas, en el funcionamiento de la justicia y en la efectividad del sistema democrático
Debemos darle a nuestros hijos, nuevos modelos de conducta, para que alcancen la firme convicción de que, sin la justicia que medie, que vigile, que garantice el cumplimiento de las leyes, quedamos irremediablemente a merced de las bandas que se protegen entre si, para acumular poder y acrecentar sus privilegios.
No hay nada más nefasto para un país, que una sociedad hipócrita, que consienta a una clase política perdida en los laberintos de la corrupción y la impunidad
Inambú Carrasquero.
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