Julio César Cepeda, coordinador de Huellas de Esperanza, programa de adiestramiento de perros para la asistencia a personas con discapacidad a cargo de presos, aseguró que desde que este se implementó se “redujo visiblemente la reincidencia”.
En referencia al programa que se implementa en tres unidades penitenciarias de Argentina, Cepeda explicó a Télam: “En seis años participaron del programa 79 reclusos y solo uno volvió por cometer otro delito. La medición de la tasa de reincidencia es baja y la de conflictividad es nula”.
El programa, creado hace 30 años en Estados Unidos por la hermana Pauline Quinn, actualmente funciona en 300 cárceles norteamericanas y varias de Europa. Este consiste en la capacitación de reclusos en el adiestramiento de perros para asistir a personas con discapacidad.
El proyecto, que coordina el trabajo de instructores, veterinarios, psicólogos, asistentes sociales y que en Argentina se implementa desde 2010 en tres unidades penitenciarias bonaerenses, demostró una reincidencia del 0.012 por ciento de los internos que formaron parte.
A raíz de los resultados positivos del proyecto, uno de los objetivos para este año es la ampliación de Huellas de Esperanza al módulo de internas transgénero y otro de internos mayores de alta conflictividad.
Cepeda considera que el proyecto es una herramienta extra para aquellos internos que tienen a sus familiares a miles de kilómetros: “Son personas que no reciben visitas que no tienen contacto con afectos cercanos y los perros les permiten dar y recibir cariño, ocuparse; además de trabajar con los beneficiarios que vienen de afuera y eso les permite vincularse”.
El entrenamiento consiste en enseñarle al animal a cerrar y abrir puertas, cajones, heladeras; levantar objetos del suelo; prender y apagar luces, sacar prendas de vestir, y además incluye un trabajo interdisciplinario y junto a otros reclusos en el cuidado del perro.
“Para alguien que está privado de su libertad significa dedicar tiempo para un tercero, sentirse útil y ganar una herramienta para el día de mañana, una posible salida laboral. Es ayudarlos a entusiasmarse en algo que desconocían”, aclaró el coordinador.
Patricia, madre de Milagros, una niña de seis años que padece una encefalopatía crónica no evolutiva, contó que la llegada de Adán, un labrador entrenado por internas de la Unidad 31 de Ezeiza cambió por completo la vida a su hija: “Ella no se animaba a caminar sola, jamás me había soltado la mano y el primer día que llegó el perro lo agarró de la correa y se largó como si lo hubiera hecho toda la vida. Fue impresionante”.
Por último, Cepeda indicó: “Es importante humanizar los establecimientos carcelarios. Nosotros sólo aparecemos en los diarios cuando hay una fuga o llegan casos mediáticos, pero la realidad es que a 300 metros de todo eso también hay gente que trabaja para devolverle a la sociedad algo bueno”. (InfoGEI) Ad
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