Por su impronta de súper héroe que pareció imbatible y ser dueño de hazañas increíbles, en especial bajo la lluvia, Ayrton Senna representa aún hoy ese piloto admirado por millones, que llevó el automovilismo más allá del propio deporte. Sus números en una década son contundentes, pero aquel 1 de mayo de 1994, tras sufrir su fatal accidente en Imola, pasó a la inmortalidad por su combatividad, talento, sus luchas contra el sistema y la gloria que supo conseguir en la Fórmula 1.
Nacido el 21 de marzo de 1960 en San Pablo, desde chico demostró su personalidad cuando le pidió a su padre Milton que lo llevara al Kartódromo de Interlagos a practicar en los días de lluvia. No era solo la diversión de un niño, sino esa disciplina y perseverancia que desde muy chico lo llevó a ser el mejor piloto del mundo en su época.
Llegó a Europa en pleno auge del súper profesionalismo de los pilotos, cuando la preparación física comenzó a ser determinante con los motores turbo en la F1, que en el ecuador de los años ochenta orillaron los 1.000 caballos de potencia. Se hizo fuerte en Inglaterra, con un clima que solo por las lluvias se asemejó a su San Pablo natal. Se movió como pez en el agua en las húmedas y frías pistas británicas, en las que fue campeón de la Fórmula Ford y Fórmula 3.
En esos comienzos en Europa golpeó fuerte por sus títulos, pero también porque dejó en claro su personalidad. Casi se agarra a trompadas con el argentino Enrique Mansilla en una carrera de Fórmula Ford.
Por entonces puso al automovilismo por encima de todo y su temprano divorcio con Lilian Vasconcellos en 1983 lo focalizó por completo en su profesión, que lo catapultó a la F1 en 1984. No tuvo el presupuesto necesario para correr con Williams, McLaren y Brabham, con los que había realizado pruebas. La oportunidad llegó en Toleman, un equipo menos competitivo, y con los TG183B y TG184 diseñados por Rory Byrne (ingeniero que luego se destacó en Ferrari en la época de Michael Schumacher) el brasileño se pudo demostrar su potencial.
El 3 de junio de 1984, en su primera temporada, empezó a tomarle el gustito a Mónaco, donde sigue siendo el máximo laureado con seis triunfos (con cinco se ubican Graham Hill y Michael Schumacher). Bajo un aguacero brindó un show de superaciones en el que dejó atrás a campeones como el finlandés Keke Rosberg (Williams), el austríaco Niki Lauda (McLaren), y otro destacado como el francés René Arnoux (Ferrari). Quedó segundo y cuando se dispuso a superarlo al francés Alain Prost (McLaren), el director de la carrera, el ex piloto Jacky Ickx, dio por terminada la competencia con 31 de las 76 vueltas cumplidas por un tema de seguridad. Todo el mundo conoció a ese joven de 24 años, que comenzó a ser mirado de costado por las principales estrellas, como Prost, Lauda (ese año logró su tercer título), Rosberg y el entonces bicampeón mundial, Nelson Piquet (Brabham), quien sintió una amenaza en su compatriota.
El episodio en el Principado fue la primera de algunas de injusticias y supo que en la F1 las influencias, políticas e intereses creados iban a estar a la orden del día. Pero supo “tragar mierda” como dijo alguna vez Marcelo Bielsa y con “el tiempo todo se equilibró”. Y la primera gran revancha la tuvo con su bautismo triunfal, el 21 de abril de 1985, en el Autódromo de Estoril, Portugal, donde hizo la pole positions (mejor lugar clasificatorio) y venció con lluvia a bordo del icónico Lotus de color negro y la publicidad de la tabacalera. Venció por más de un minuto (1m02s978/1000) sobre el italiano Michele Alboreto y su Ferrari. Fueron los únicos que terminaron con el total de vueltas.
Otras cinco victorias lo ubicaron en la cúspide y ya era uno de los mejores. El 31 de mayo de 1987 llegó otro de sus hitos y fue el primero de sus seis triunfos en Mónaco.
Sus éxitos y el idilio con Honda lo llevaron a McLaren, donde formó dupla con Prost. Se dice que el primer rival que tiene un piloto es su compañero de equipo. En el caso de ellos se vio el duelo más importante en la historia del automovilismo. Su rivalidad llevó a la F1 y al automovilismo a lo más alto del deporte mundial. Nadie quería perderse una carrera y en especial cuando compartieron el equipo McLaren en 1988 y 1989, ya que era la máxima expresión de un piloto. Es decir, a igualdad de medio mecánico, la diferencia la hizo el factor humano. Y ellos estuvieron cabeza a cabeza en esas dos temporadas. Su rivalidad sigue tan vigente que fue recreada en el videojuego F1 2019.
Sus toques en Suzuka en 1989 y 1990 elevaron al máximo la tensión. El primer fue responsabilidad del francés, que generó el choque al querer doblar antes. El galo abandonó y Senna ganó en pista, pero fue excluido porque los comisarios deportivos consideraron que cortó camino. Se lo sancionó con el retiro de la licencia y el conflicto político se convirtió en un escándalo pues Jean-Marie Balestre, el presidente de la Federación Internacional de Automovilismo Deportivo (rama de la FIA que en esa época fiscalizaba las carreras), también francés, claramente jugó a favor de Prost, quien fue campeón ese año.
Senna apeló la medida y logró que le devolvieran la licencia y, a mediados de 1990, ya con Prost en Ferrari, el duelo llegó a su punto más álgido. Ayrton se cruzó con Balestre en la reunión de pilotos en Alemania por la ubicación de unos conos en una de las chicanas con el objetivo de bajar la velocidad. El dirigente cortó el diálogo al decirle “la mejor decisión, es mi decisión”. La bomba terminó de estallar otra vez en Suzuka, en la reunión de pilotos porque los directores de la prueba, con el voto de la mayoría de los corredores, decidieron que esta vez, en caso que un piloto se pasara en la chicana, sí podía esperar el tráfico, cortar camino y seguir en carrera. La decisión hizo explotar a Senna, quien abandonó el cónclave por considerar que lo estaban perjudicando. Hoy eso es inimaginable. En la largada, el brasileño se tomó revancha, pero se equivocó pues generó el choque con el francés con la clara intención de generar el abandono de ambos, sabiendo Ayrton que ante esa condición era campeón.
Volvieron a encontrarse en pista en 1991 y 1993, cuando el Profesor logró su cuarto título con el imbatible Williams-Renault. Tuvieron algunas remakes de sus batallas, aunque la maniobra más recordada de esa temporada fue en Donington Park, sede del Gran Premio de Europa, cuando superó a cuatro rivales bajo la lluvia antes de cumplir el primer giro, entre ellos, el propio Prost y un joven Michael Schumacher. “Estoy sin palabras, ¡realmente estoy en la luna!”, declaró Senna ese día.
En la previa de la última fecha de aquel año, en la rueda con los medios, el periodista Mark Fogerty le preguntó al brasileño cuál fue el piloto con el que más satisfacción tuvo al competir, en el pasado o en el presente. Muchos esperaron que mencionara a sus más fuertes rivales en la F1, Prost o Nelson Piquet. Pero no, Ayrton sacó otra vez un conejo de la galera y sorprendió a todos. Se tomó unos segundos para responder y dijo: “Tengo que volver hacia 1978, 1978 y 1980. En las carreras de karting. Era mi compañero. Su nombre era Fullerton. Él tenía mucha experiencia y me gustó competir a su lado porque era un piloto rápido y consistente. Él era para mí un piloto muy completo. Aprendí mucho de él. Eran tiempos de pilotos puros, carreras puras. Sin política, sin dinero en el medio. Sólo carreras. Tengo un muy buen recuerdo”, reveló Senna ese día. Esa declaración está en el inicio del documental de Asif Kapadia (2010). Su respuesta recordando a Terry Fullerton fue desde el corazón y en una clara chicana hacia el sistema.
A esa altura no se le cayó ningún anillo al reconocer quién fue su mayor referente, Juan Manuel Fangio: “Uno de los mejores pilotos de todos los tiempos es Fangio. No solo porque cinco veces obtuvo el título mundial, sino por su actitud. Yo tuve la oportunidad de encontrarme con él en distintos lugares en los pasados dos o tres años, vino a algunos eventos, a algunas carreras y realmente me gustó su manera de ver las cosas, su forma de encarar situaciones, sus conceptos sobre la vida, sus ideas sobre el automovilismo de su tiempo y el de hoy, y para mí no es solo un campeón mundial en la pista, sino también un verdadero caballero fuera del auto de carrera. Así que por esa razón es que soy una gran fan de él y lo admiro tanto”. Se reunieron dos veces en Buenos Aires y, tras ganar en Interlagos ante su gente, Senna lo invitó a Fangio a subir al escalón más alto del podio y se dieron un inolvidable abrazo.
En las retinas de los fanáticos queda aquella espectacular pole positions en Mónaco 1988, considerada la mejor vuelta en la historia de la F1. Luego de esa hazaña aseguró que “eso fue lo máximo para mí, no hay lugar para nada más. Nunca más llegué a sentir eso”. El tiempo fue de 1m23s998. Le sacó a Prost 1,427 segundos, la diferencia más grande en la era moderna y la segunda en la tabla histórica, detrás de la que Juan Manuel Fangio logró en 1950, cuando aventajó por 2,5 segundos al italiano Nino Farina, ambos con Alfa Romeo.
Su mística se fortaleció por ese aura de “Dios de las pistas” o “Magic”, como también se lo conoció. Era muy creyente y una vez contó que “hablaba con Dios” en la curva de Eau-Rouge del Autódromo de Spa-Francorchamps, una de las más espectaculares de la F1 por su velocidad.
Su fuerte personalidad arriba y abajo del auto lo convirtieron en un referente de sus colegas. Pese a algún tirón de orejas a un joven Michael Schumacher en Francia 1992, ese año también le salvó la vida a Erik Comas en Spa, en la clasificación del Gran Premio de Bélgica.
Pero en el país vecino sigue muy latente porque lejos de vivir en una burbuja, como puede pasar con muchas estrellas del deporte, Senna tuvo compromiso social y quiso ayudar a los que menos tienen. Antes de fallecer le transmitió esa inquietud a su hermana, Viviane, quien lidera el “Instituto Ayrton Senna”, una fundación encargada de recolectar dinero para colaborar con las escuelas públicas que concentran el 85 por ciento del total en Brasil. Colaboran de forma anual con 1,5 millones de estudiantes.
Senna fue un velocista nato y ese punto representó la máxima pureza de este deporte en la F1. Obtuvo 65 poles positions (el 40,37% de las veces que largó una carrera de F1 lo hizo desde la primera posición). A sus tres títulos mundiales en 1988, 1989 y 1990, se suman 41 victorias, 80 podios y 19 récords de vuelta.
Impotencia. Fastidio. Bronca. Dolor. Mal presagio y la muerte. Entre el sábado 30 de abril y domingo 1 de mayo de 1994, Ayrton Senna atravesó por esos eslabones que conformaron una cadena reflexiva interminable luego del accidente de su amigo Rubens Barrichello y el trágico choque de Roland Ratzenberger. Fue un proceso en el que el recordado brasileño se debatió entre la lógica, el sentido común y su pasión, que pudo más. Meditó su última la noche en el Hotel Castello, cerca de Bologna, y se la jugó por no rendirse y seguir luchando con un Williams FW 16 que ya no tuvo ayudas electrónica y dejó de ser el auto a batir. Llegó aquel impacto y la muerte. El muro de la curva Tamburello se quedó con el último gran héroe que tuvo la F1. El astro brasileño tenia 34 años. Fue el final cantado para una de las negligencias más graves en la historia de la FIA, que habilitó una curva de alta velocidad sin ningún tipo de contención o medida para frenar a un coche ante un despiste. La entidad rectora tuvo tres avisos con choques en ese mismo lugar: Nelson Piquet (1987), Gerard Berger (1989) y Michele Alboreto (1991).
Los pilotos en el máximo nivel son considerados como ases al volante. Capaces de hacer cosas arriba de un auto que son imposibles para el resto de los mortales. En la élite llamada Fórmula 1, Ayrton Senna fue el autor de maniobras imposibles, como domar un coche bajo la lluvia a más de 250 km/h o pelear hasta el final. Su liderazgo en la última vuelta de su existencia aquel 1 de mayo es lo que hoy sigue inspirando. Previendo desde su interior un mal desenlace, el brasileño siempre lo dio todo por ganar, hasta su propia vida.
infobae.com
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