Era una aventura. Hacer un festival con nada más que coraje en plena década del 60 solamente podía ser tarea de gente joven, y así ocurrió. Los tiempos eran muy otros, una espoecie de revoilución cultural se había producido y la música folklórica ocupaba todos los espacios habiendo relegado al tango mismo. Cosquín ya pisaba fuerte y en Balcarce se intentaba darle lugar al por entonces perdidoso tango.
Aquí se decididó reunir a las dos vertientes folklóricas, la ciudadana y la provinciana y fue así que nació «el festival del encuentro», nombre que llevará por siempre paralelamente al de la «Ciudad del Encuentro».
El gesto del entonces intendente Nicolás Caviglia, de poner la escritura de su campo en garantía por los contratos merece estar, y lo está, entre los más generosos y desinteresados de nuestra historia y por el escenario de tablas y caños armado en la Plaza Colón, comenzaría un 3 de febrero, como hoy, pero del año 1965, comenzarían a desfilar las más importantes y trascendentes figuras de nuestra música. La memoria nos alcanza para recordar a don Atahualpa Yupanqui y don Eduardo Falú entre esos primeros.
La llama encendida quedó hasta 1976 cuando pareció que se apagaba y, como en cierto poema histórico, alguien se preguntó, si «ese fuego agoniza, o si está haciendo la brasa y hay que soplar la ceniza» y para salir de dudas, decidió soplar con lo cual el fuego cobró vida nuevamente y hasta hoy se mantiene encendido «vivito y coleando».
Un recuerdo respetuoso hacia aquellos mentores que ya no están y el reconocimiento a los que lo recobraron y a los que hasta hoy sostienen la fiesta más trascendente que ha tenido Baradero en estos 400 años.
G.M.
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