“Es como rebobinar todo para atrás nuevamente”, es lo que nos dice Silvia Wirtz, quien ayer al mediodía sufrió un robo a mano armada en su autoservicio ubicado en la calle Juan XXIII al 15. Pasó al mediodía, ella no estaba en el local, cuando cuatro personas masculinas, cada una con un arma, entraron a su negocio y luego de disimular un ratito empezaron a violentar y amedrentar a los empleados y la gente que se encontraba comprando. “Lo trágico es que le impusieron a la gente mucho pánico, los golpearon fuerte, les quitaron los celulares, y los arrinconaron a todos en el fondo; a mi hija embarazada -que justo entró- la tiraron al piso y la golpearon. Duró mucho tiempo, y la policía se demoró demasiado, tardo más de veinte minutos en llegar”. Esas son las palabras de Silvia, quien aparte de indignada suena dolida, triste, angustiada. Ella nos dice que no es la primera vez que le pasa, que hace unos pocos años, otros mal vivientes ingresaron por la fuerza a su casa, les destruyeron todo y, lo peor de todo, golpearon tanto pero tanto a su marido que él no pudo recuperarse nunca más, empezó a enfermarse, cayó en depresión y ya no volvieron a ser los mismos. Silvia perdió a su marido a raíz de ese robo. “Las cosas cambiaron acá, nunca volvimos a ser los mismos. Yo quiero que alguien me saque la angustia que esto te deja, este tipo de cosas te enferman el alma, quedan secuelas”, dice. Y como ella afirma, lo material va y viene pero la vida no vuelve más.
En este último robo, sucedido ayer domingo, también golpearon mucho a la gente y la policía tardó veinte minutos en llegar. Es mucho tiempo para quien está sufriendo tirado en el piso. No hubo que lamentar muertes en esta ocasión, pero hay un daño moral y psicológico del cual difícilmente se pueda salir. La justicia tiene que venir, tiene que llegar, tiene que hacerse notar en estos casos. Esperemos que no sea otro caso más sin resolver.
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