A mi familia y afectos.

De chico me enseñaron que hasta de las peores experiencias debemos y podemos rescatar una enseñanza, aunque muchas veces nos toquen vivir situaciones en las que parece imposible dar con la lección.

Hace meses que pienso y repienso en esa máxima, sin terminar de convencerme de que he encontrado lo positivo en lo que me toca vivir, pero sí reconozco que lo malo de estar encerrado y privado de la cercanía de mis afectos se contrapone con algunos cambios de actitud.

Asimismo, creo haberme vuelto más tolerante y más responsable, virtudes que siempre creí presentes en mí, pero cuya dimensión he comprendido mejor en este tiempo. Me aferro a la idea de que ahí está el aprendizaje que me toca.

Estoy preso, encarcelado, una posición a la que jamás creí llegar porque toda la vida me esforcé por hacer las cosas bien, más allá de que en este rol de árbol caído me haya llevado a sumar detractores, lo que era de esperar por el ámbito en el que me desempeñaba, la política.

Dirigente de un gremio fuerte (SMATA) y senador provincial; claro, cómo no iba a tener gente en contra si eso llega aparejado con la actividad, aunque francamente no esperaba que muchos que creí amigos me dieran la espalda.

Pero lo peor de todo vino de un lugar que siempre defendí, la Justicia, pero no en un sentido abstracto, sino de quienes ejercen ese servicio institucional primordial, que ni siquiera me conocían pero que obraron llevados por presiones ajenas a su función, por temor, obediencia, obsecuencia o vaya a saber qué factores o intereses.

Es que yo no había matado a nadie y no robé nada. Simplemente fui a la casa que había compartido con quien fue mi pareja para buscar objetos personales, una historia que parece haber estado planeada a ser distorsionada conque violé esa suerte de estado de sitio impuesto durante la pandemia; y si así hubiera sido, el sentido común lleva a pensar que era merecedor de una multa con consecuente causa judicial, pero jamás arrestado, procesado y trasladado a la cárcel.

Juro que llegué a sentirme como el personaje de Kafka en El Proceso, pues todo se dio como en un mal sueño del que pensé despertar en algún momento, hasta que debí asumir que no era una pesadilla, sino una realidad en la que vivo desde hace más de un año. Explayarme sobre mi expediente, sinceramente creo que está de más, para eso está el Google o los historiales de los portales noticiosos, mientras que para avalar mi pensamiento basta preguntarle a cualquier abogado penal, esté identificado con el oficialismo, la oposición o la imparcialidad.

“Que se joda”, dirán unos… “Bien hecho”… opinarán otros… y no faltarán los que celebren que “por fin meten preso a un político”. Y juro que los puedo comprender, si yo mismo he tenido pensamientos similares hacia terceros sin siquiera conocer detalles de sus causas, una costumbre que parece haberse naturalizado en una sociedad en la que acusar y condenar es casi un deporte.

Pero a la hora de la reflexión, que es mi mayor pasatiempo (e inversión), no puedo dejar de pensar que si esta odisea me ocurrió a mí, con mis fueros, mis vínculos, mi experiencia y trayectoria… que les toca a tantos que por ignorancia, falta de recursos y hasta “portación de cara” deben pasar parte de su vida en un inmerecido calvario, como víctimas colaterales de las mal llamadas “medidas ejemplificadoras”, que para el caso no es otra cosa que meter miedo injustificadamente.

He pasado por todos los climas emocionales. Me enojé muchísimo, me indigné, luego me entristecí y llegué a deprimirme como jamás me pasó, por no poder caminar libremente y ejercer lo más bello del mundo, que es el rol de padre. Ya me siento un poco curtido y eso me permite pensar en mí pero también en otros. No he sido un santo, tampoco me siento mártir, pero no soy una mala persona y sé que no merezco este castigo infundado y arbitrario. Y si, podría decirse que a esta altura ya estoy resignado, pero ello no quita que necesite hacer catarsis.

Soy Ariel Rosendo, ex gremialista, ex senador provincial por el departamento Pedernera y ex político. Actual procesado y habitante de una cárcel en la provincia de San Luis, no un asesino, no un ladrón o estafador, ni siquiera un sospechado de corrupción. A algunos le caeré mal porque sí, puede pasar, qué voy a hacer, pero acá sigo, rodeado de barrotes y solo soñando con volver a abrazar a mi hija, a soñar un futuro con mi incondicional pareja Cintia y honrar a mis queridos viejos, que gracias a Dios no se sienten avergonzados porque tienen muy claro que si estoy preso es por errores, por represalias o por malos entendidos, pero no por delincuente.

 

       Ariel Rosendo

 

lalinea.org

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