“Miguel de Cervantes”
Crueles estrellas y propicias estrellas
presidieron la noche de mi génesis.
Debo a las últimas la cárcel,
en que soñé el Quijote.
[poema de Jorge Luis Borges]
Queridos alumnos:
Recién llegado a New York después de una estadía de dos meses en París, es con gran placer que me siento a escribirles este agradecimiento que les debo hace ya tantos meses. Tarde es mejor que nunca, (“Más vale tarde que nunca”, dice la ‘sabiduría popular’, recuerden siempre esta gran verdad).
La gratitud que me inspira el momento hermoso que pasamos juntos en vuestro “hogar temporario”, se debe a lo inspiradora que fue para mí la conversación que compartimos sobre poesía (y sobre “la vida”, que es de lo que acabamos hablando, cuando la conversación se hace profunda).
La alegría de nuestro interés mutuo en esos asuntos tan trascendentales en los que nos concentramos durante esa tarde, perduró durante todos estos días (si no estoy equivocado nos encontramos un quince o dieciséis de junio de este año). Hasta este mismo instante, cada vez que evoco las imágenes que quedaron grabadas en mi mente de cada uno de ustedes, y de la sala donde nos reunimos, siento las emociones de ese momento. Esto es la pura verdad, se los aseguro.
Quiero recordarles un par de puntos centrales de nuestra conversación, ya que si mantenemos nuestra conciencia despierta con respecto a estas realidades, mantendremos abierta la puerta hacia un universo posible donde nuestra existencia adquiera significado. Después de todo, una de las preguntas fundamentales de la filosofía puede sintetizarse en lo siguiente “¿Por qué y para qué existimos?”.
Albert Camus fue un gran escritor francés de una línea filosófica muy trágica, ya que surgió del horror y la devastación —la destrucción y muerte— causada por la Segunda Guerra Mundial (o sea, a mediados de la década de los años 1940s). Esta línea filosófica se llama existencialismo (y hablamos de la justificación de la “existencia”, ¿no?).
Uno de los libros de Camus, “El mito de Sísifo” (si ustedes lo desean y les interesa pueden investigar quién es ‘Sísifo” y qué mito es ese), es un largo ensayo tratando de responder la pregunta “¿Vale la pena estar vivo?”. En otras palabras, Camus se pregunta si la existencia, el estar vivo, se justifica, y si la respuesta es un “sí”, entonces, tratar de hallar, articular, descubrir qué es eso que hace que la vida valga la pena ser vivida.
Como el libro se escribe en ese momento trágico, cuando la cuenta de los cuerpos muertos se cifra en millones, la alternativa que Camus presenta es muy radical; si la vida no se justifica es mejor estar muerto. Y en su caso, después de su largo análisis, como buen escritor y literato que era, este hombre llega a la conclusión de que la vida ‘sí’ vale la pena ser vivida, y debe ser vivida para poder abocarse a la pasión personal que la justificará, que en su caso es el arte – el arte de la literatura. En el leer, el pensar y el escribir —la creación de ese artefacto, la pieza, artículo, libro donde se condensa su creatividad literaria— es para este hombre lo que hace la vida digna y válida de ser vivida.
Como acabo de regresar de Francia vienen a mi mente pensadores franceses, por supuesto, y entonces recuerdo algo que dijo Gerard Fromanger (en realidad, citaba a Robert Filliou, que escribió lo siguiente): “El arte es eso que hace que la vida sea más interesante que el arte”, “L’art est ce qui rend la vie plus intéressante que l’art”.
Si realmente se están reuniendo de vez en cuando para discutir ideas válidas, ideas que se justifique escribirlas, transformarlas en páginas escritas, sea en forma de poema o de prosa, como coincidimos en la idea de hacerlo durante nuestra tarde juntos, ustedes pueden utilizar todo lo que escribiré a continuación como tema y motivación de algunos futuros encuentros. Como material para su taller artístico-filosófico.
Pueden ustedes, por ejemplo, antes que nada si les parece, “descifrar” el significado de la oración de Fromanger [Filliou]. Una vez hecho esto, pensar en lo que Camús se pregunta y responde, y de qué forma lo que dice Fromanger se relaciona, coincide o difiere con lo que propone el primer filósofo (Camús) en su Mito de Sísifo.
¿Por qué les propongo reunirse para esta tarea? Porque creo que esto presenta la oportunidad de que cada uno de ustedes, y ustedes como un todo, como grupo, usen su mirada interior para “interrogarse”. Como un ejercicio de buscar en lo más recóndito, lo más privado de cada uno de ustedes, esa cosa que mencioné aquella tarde, ese “qué”, que nos despierte en medio de la noche, o nos haga salir la cama sin pena ni pereza al despertar cada mañana.
Vamos a hablar entonces de la pasión personal. Esa que justifica nuestra existencia y le confiere significado al universo. Existimos porque hay algo que debemos realizar, algo que queremos hacer por sobre todas las cosas.
Veamos de forma central ese poema de Jorge Luis Borges, el gran padre literario de los escritores argentinos: se titula simplemente “Miguel de Cervantes”. En ese texto tan cortito, Jorge Luis Borges usa el mecanismo poético que yo usé en el poema que compartimos; ¿recuerdan “Vía Crucis”?
Ahí yo imaginé qué es lo que Jesús podría haber dicho si existiese un “monólogo interior” en la noche antes de su arresto, en el Monte de los olivos. Un monólogo interior es un “artificio” (o sea, una cosa creada, una “herramienta artificial”), para hacer que el lector de un texto escrito o la audiencia de una obra de teatro pueda saber qué es lo que el protagonista, el personaje central de esa obra o texto, está pensando: es poner un pensamiento en palabras escritas o habladas.
Así como “mi” Cristo habla en “Vía Crucis”, el Miguel de Cervantes de Jorge Luis Borges, habla en “Miguel de Cervantes”. Ambos usamos el mismo mecanismo, el mismo artificio literario para “hacer hablar a nuestros personajes elegidos”.
Esta estrategia, llamémosla, no es nada rara ni poco común, y hay famosos pasajes de personajes que expresan sus pensamientos en palabras (de otro modo ningún lector ni ninguna audiencia podría jamás conocer esos pensamientos de los protagonistas).
En teatro ese “monólogo interior” tiene un nombre. Se llama “soliloquio”, que significaría algo así como “la locución (el habla) de alguien que está solo”. Es muy famoso un soliloquio del príncipe dinamarqués Hamlet, protagonista de una de las más famosas obras de teatro ‘trágicas’ (una “tragedia”) del escritor inglés Shakespeare, que casualmente lleva como título el nombre de su protagonista: Hamlet.
En ese soliloquio, Hamlet, entre muchas otras palabras, pronuncia la que será probablemente una de las ideas más famosas de la literatura y el teatro de todos los tiempos: “Ser o no ser; esa es la cuestión” (To be or not to be; that is the question). No preciso ni decirles, porque sé de la inteligencia que ustedes poseen, que esta frase encapsula nuevamente la pregunta sobre si se justifica la existencia, y qué hacer para que la respuesta sea positiva: “¿Existir o no existir?” “¿Haremos lo que tenemos que hacer para que estemos realmente vivos?” y eso que haremos, “¿justificará o no el estar vivos?” (y yo agregaría “¿y cuándo y dónde lo haremos?” – las respuestas posibles las indagaremos más abajo)
Jorge Luis Borges, el padre literario de los argentinos; William Shakespeare, el padre literario de los ingleses; Miguel de Cervantes, el padre literario de los españoles. Agrupo todos estos autores, se los aseguro y juro, no de modo intencional, sino porque de un modo u otro todos ellos coinciden en expresar lo que siento que tengo que decirles, lo que siento que complementa y continúa nuestra conversación de la tarde de junio.
Veamos por qué abrí esto que les escribo no con mis palabras, sino con las de Jorge Luis Borges, pero palabras por medio de las cuales —como si él fuese un “ventrílocuo”— Borges hace hablar a Miguel de Cervantes:
Miguel de Cervantes escribió la novela fundamental de la lengua Castellana: Don Quijote de la Mancha. En menor o mayor grado, todos los que hablamos nuestra lengua tenemos alguna idea de quién es Don Quijote, ya que el personaje de lo que se considera “la primera novela moderna” o más simplemente “la primera novela” de la historia, es hoy más famoso que su mismísimo autor, o al menos igualmente conocido.
Todos sabemos que Quijote confundió unos molinos de viento de la región de España llamada La Mancha (tengo un buen amigo allá) y los atacó a punta de lanza, galopando en un caballo muy flaco y decrépito llamado Rocinante. Por supuesto que al golpear con la punta de su arma desde el lomo del caballo las enormes aspas –que giraban impulsadas por el viento— éstas lo derribaron y Quijote acabó maltrecho en el suelo manchego.
Lo que menos personas saben es que su autor, Miguel de Cervantes, fue de verdad un guerrero, durante los combates de cristianos contra árabes. O mejor, entre las fuerzas imperiales españolas y las fuerzas imperiales otomanas. Durante una batalla naval, la de “Lepanto”, Cervantes se hallaba alistado como marino de guerra de la Armada de España –ser ‘soldado’ era una profesión, y la palabra “sueldo”, para referirse al pago por un trabajo hecho viene del dinero que los soldados (sueldo) recibían por sus servicios.
En ese combate naval Cervantes recibió tres balazos de arcabuz mientras luchaba a bordo de una galera (llamada Marquesa) de la flota de guerra española, el 7de octubre de 1571. Ese día él estaba con fiebre muy alta, tal vez por una gripe, dicho sea de paso; pero a pesar de su enfermedad insistió en ser incorporado al combate, en lugar de permanecer en el camarote de los marinos, en condición de ‘enfermo’.
Durante el combate, dos tiros acertaron en su pecho. Estos no fueron mortales: se repuso después de una internación de seis meses en un hospital de Messina, en el sur de Italia. No obstante, de un tercer balazo que había recibido en ese momento, su mano izquierda quedó inutilizada para siempre, y por eso a Cervantes se lo conocía también como El manco de Lepanto.
En 1575, mientras navegaba en la galera “Sol”, de Nápoles (Italia) hacia Barcelona (España), el navío fue atacado por una flota pirata otomana. Cervantes fue aprisionado y trasportado a una cárcel de Argelia –un dominio árabe en el norte de África. Allí permaneció en prisión —haciendo trabajo esclavo— hasta 1580. Casi cinco años en una celda.
De este momento es que Borges hace hablar a Miguel de Cervantes en el poema que lleva su nombre, con el que yo encabezo estas páginas. Sería interesante si ustedes pudiesen interrumpir la lectura en este punto e ir todos a analizar el poema de Borges, desentrañar su significado, interpretarlo, antes de continuar leyendo esto que estoy escribiéndoles Y solamente después de haberlo hecho, continuar la lectura de mis palabras porque yo, a continuación, voy a arruinarles la posibilidad de interpretación “explicando” rápida y sintéticamente el significado de este poema.
Si quieren, entonces, hagan pues un alto aquí; vayan al poema, léanlo, discútanlo, y y sólo después regresen y lean la página siguiente.
Hasta luego!
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Continuando, entonces: Es muy simple desentrañar qué es lo que está diciendo Cervantes en su monólogo interior, lo que Miguel de Cervantes está “pensando en palabras”:
Esas palabras son inspiradas en un hecho real, ya que es sabido, porque fue el mismo Cervantes quien declaró que fue justo durante su prisión en esa cárcel cuando y donde “soñó, pensó y creó” a Don Quijote. Fue allí donde fue tomando notas, imaginando, y pre-escribiendo esa obra que justificó su existencia.
Borges en el poema “Miguel de Cervantes” utiliza la creencia en la “predestinación astrológica”: es decir, que la posición de los astros en el cielo en el momento del nacimiento de una persona, determina las acciones, el futuro y la fortuna; la suerte o la desgracia en las vidas de este ser humano, o sea, su destino. A esta ciencia –algunos prefieren considerarla “un arte”— se la conoce como ‘astrología’, como ustedes saben.
Borges le hace decir a Cervantes que en el cielo en el momento de su nacimiento (su ‘genesis’ —su origen o principio) brillaban “estrellas crueles” (las responsables por su enfermedad, sus heridas en combate), pero también “estrellas propicias”. O sea, estrellas que propiciarían hechos positivos, ventura, algo maravilloso:
Dice Borges, haciendo hablar a Cervantes:
“Debo a estas últimas” —las estrellas propicias— “la cárcel en que soñé el Quijote”.
Esto me parece maravilloso: La prisión de Cervantes no fue causada por las estrellas crueles, sino por las estrellas propicias: Fue aprisionado, encarcelado por obra de “la buena fortuna” (el efecto de esas estrellas propicias).
En la prisión, en la cárcel, le fue dado al gran escritor el espacio o lugar, y la inspiración y el tiempo necesarios e indispensables para pensar, para soñar, para identificar esa pasión y el objeto de la pasión.
Digamos, que allí, en la mazmorra árabe, se le hizo claro “el oscuro objeto de su deseo”. Y allí lo construyó. Fue en esa cárcel donde Miguel de Cervantes encontró la justificación de su existencia: crear ese arte-facto extraordinario y eterno, la novela Don Quijote de la Mancha.
Cervantes y su obra se transformaron en algo tan fundamental para la lengua castellana, que el mundo se refiere a menudo a la misma como “La lengua de Cervantes”. Y por supuesto que además la cárcel le brindó también una cierta forma de inmortalidad.
Reflexionen sobre todo lo dicho desde que nos encontramos por primera vez hasta ahora. Recuerden que yo les hice notar que, de la misma manera en que mis alumnos de New York están recluidos en la Universidad de New York para pensar y descubrir su pasión (y Cervantes pensó y halló su pasión en la prisión de Argelia, agrego ahora) a ustedes algunas propicias estrellas los han recluido en Baradero para que puedan hallar su pasión y así justificar su existencia, hacer de sus vidas algo válido y descubrir ese algo interior que los despierte en medio de las noches baraderenses, como seguro despertaría a Cervantes en el medio de las noches argelinas su sueño del Quijote.
Afectuosos y cálidos abrazos para todos ustedes, queridos alumnos.
Hugo Pezzini, New York, 1 de septiembre de 2016
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