Afuera es baradero e invierno y silencio
afuera es helado y mojado
afuera sopla un acuoso viento nocturno
y todo eso es siempre allá afuera
bien lejos del escueto límite del Cuartito azul
Lenta y morosa ilumina la candela el cubículo kitsch
sobre las pieles húmedas de los dos
un calefactor de cuarzo alimenta el ardor
y a quemarropa mantiene la temperatura constante
del espacio hirviente del Cuartito azul
Siempre hay abierta alguna botella de el zaragozano
don valentín o aun blancos san felipe súter
o cualquiera de esos tragos suaves que ellos dos no aprecian
pero no vienen mal si claman por vino
las bocas sedientas del Cuartito azul
Mantienen del criadores helado su ámbar malta
dentro de unos vasos panzones de cristal espeso
los cubos de hielo ya viejos
que con agua rancia fabricó un refrigerador sin puerta
—el único ser vivo en la casa ya muerta
que alberga el recinto del Cuartito azul
Los acolchados por el suelo se esparcen
y por el suelo como ceniceros también se esparcen
los platos de rústica y lejana cerámica
—de barro cocido en las faldas del Etna—
los manchan y queman los parisiennes negros que él pita
una picadura que se vuelve brasa ese mismo fuego además abrasa
los rubios marlboros de infinitos atados que fuma la fámula
y saturan de humo el sombrío éter del Cuartito azul
A un lado de las mantas en un viejo tocadiscos
gira gabriella ferri u ornella o mina o lucho dalla o batisti
cada uno a su turno monótono y dulce cuenta las pasiones trágicas
que generan los gemidos y todos los suspiros que se hacen eternos
en el eco de la arquitectura exacta del Cuartito azul
Con esas yacientes y esparcidas mantas colchonetas y almohadas
a la hora más absurda del amanecer ellos arman pacientes
su lecho amoroso antes de que apolo por las persianas se filtre
y el día brillante por entre las hendijas
encandile los muros del Cuartito azul
Sin fin son las horas de sofocante encierro
en su sueño no dormido lucha ella contra tanto insomnio
que siempre le alucina todo por-venir
la vigilia incesante jamás la abandona
como sí lo hizo antes el cruel rey morfeo
quien no la visita —nunca en absoluto—
en el espacio sagrado del Cuartito azul
Pero en el ámbito índigo de temblorosas sombras
bebe él —intenso y salvaje— el sabor felino
de Opium tabaco alcohol mosto y almizcle del maná de la afrodita
liba ella —su garganta ávida de transpiración— la sal y amargura
del elixir que exudan en espasmos las entrañas del fauno
en la instancia suprema y volcánica del Cuartito azul
De las siluetas trémulas de empapados cabellos
sus columnas óseas vibran cimbran tiemblan
y a la postre en una ofrenda excelsa
ellos siembran para siempre su simiente
en el suelo infértil del Cuartito Azul
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West Side Studios – Broadway & 94th Street, New York City, 3 de marzo de 1988
Ilustra el poema una fotografía de Olivier Valsecchi
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