
A la memoria de «Pocho» Bechtholt
La Congregación Hermanas Pobres Bonaerenses tiene a su cargo en nuestra ciudad el conocido colegio San José, del cual han salido numerosas maestras que por años ejercieron su magisterio. Las caminatas de las hermanas por las calles de Baradero no resultaban extrañas para ningún vecino, pero en la década del 60 comenzaron a usar autos y eso sí fue llamativo. Una Peugeot 403 del tipo “rural” les permitía trasladarse un poco más allá del ámbito en el que solían hacerlo, y ver esa Peugeot con una monja al volante fue el comentario de todo el pueblo por un tiempo, hasta que se hizo costumbre y dejó de llamar la atención.
Un domingo, varias hermanas decidieron hacer un viaje; tomaron la Ruta Provincial 41 y al llegar a la altura del almacén y bar “El talero”, propiedad de la familia Resich, tomaron un callejón que, para quienes conocen la zona, lleva al campo que fue de los hermanos Húnziker. Sin embargo, unas horas antes había llovido, y por lo tanto el camino estaba bastante barroso; los lugareños sabían que era de tránsito casi imposible, pero las hermanas igual se aventuraron porque desconocían tal condición. Como era previsible, la travesía no duró mucho: a pocos metros de la ruta asfaltada, la Peugeot se encajó en el barro y no pudo continuar… ni retroceder.
Las monjas bajaron del auto y, en busca de auxilio, caminaron hasta el bar de Resich, cuya hija por entonces era alumna del colegio San José. Resich las atendió cordialmente y les dijo que no se preocuparan porque él tenía un caballo oscuro para sacar la rural del barro.
En una de las mesas del almacén y bar, se ubicaba un paisano que, entre vino y vino, dejaba pasar las horas del domingo; sin otra cosa que hacer, decidió observar la resolución del problema de las monjas. Resich le colocó los arneses al oscuro y salió hacia el lugar donde estaba la Peugeot. A todo esto, el paisano acompañaba montado a su caballo, más que nada de espectador porque el hombre no ofreció ayuda en ningún momento.
Una vez en el lugar, Resich ató la cuerda de la que tiraría el equino al paragolpes de la Peugeot, azuzó su caballo y entonces, de una sola intentona, el rodado salió sin problemas. Las monjas se subieron, y en reversa llegaron al asfalto de la ruta. Ya distendidas, se bajaron y una de ellas dijo: “por fin, ¡gracias a Dios!”
Fue entonces que por primera vez abrió la boca el paisano espectador: “¿El quéeeee? ¿Gracias a Dios?… ¡gracia al oscuro e´Resich! ¿Por qué no le dijeron a Dios que bajara, se pusiera la pechera y las sacara él?”.
Sin poder dar crédito a lo que sus oídos escuchaban, una de las religiosas solo atinó a decir: “¡cómo ofende a Dios este hombre!.”
Gabriel Moretti
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