Por Inambú Carrasquero – Días atrás escuchaba un pequeño debate entre los integrantes del programa mañanero de la Diferente, acerca del dispar tratamiento que los medios de nuestro país le dieron a la dolorosísima e increíble tragedia que sufre el pueblo Japonés.
Más allá del tratamiento que cada medio en particular le ha dado a semejante noticia, no pude sino asociar esa reflexión a la sensación que tuve no bien conocimos los primeros informes.
A pesar de las dimensiones del desastre y del persistente peligro de contaminación radiactiva que aun hoy está latente, no se convirtió en la calle, en los negocios, en los ámbitos de trabajo, en el tema excluyente, propio de cuando la conmoción o el espanto invade a la población, que deja automáticamente, todos los demás asuntos relegados a segundo plano.
¿Viste lo que pasó en Japón? ¡Qué desastre! ¡Increíble!, pero todo el mundo continuó con su trajín cotidiano, evidenciando que nos sentimos muy ajenos y muy lejos de aquella parte del mundo que se debate entre tanto dolor y el peligro inminente de más muerte todavía,
Tal como al salir de un cine, cuando luego de presenciar cómodamente sentados, alguna catástrofe provocada por la naturaleza, vamos a tomar un café, comentamos la película y, a lo sumo, antes de dormirnos, recordamos la escenas mas espeluznantes y nos estregamos al sueño plácidamente, así hemos acusado este golpe. En el fondo nos cuesta admitir que las terribles circunstancias que nos muestra profusamente la TV es una dolorosísima realidad que está teniendo lugar en estos precisos momentos en el otro extremo del mundo. Así hemos reaccionado, indudablemente, como forma de preservarnos ante tanto horror,
Entre las cualidades del ser humano, una de las más sorprendentes es la formidable capacidad de adaptación para lograr sobrellevar las condiciones más adversas que podamos imaginar.
A primera vista podríamos decir que un argentino de hoy, por ejemplo, es notablemente más insensible que alguien 50 años atrás; sin embargo, una reflexión más cuidadosa nos debería llevar a analizar la infinidad de acontecimientos que han llevado a nuestra sociedad a realizar innumerables ajustes y ejercicios de adaptación para desarrollar con mediana normalidad la vida familiar, laboral y social.
La cultura occidental en la que estamos inscriptos ha llegado al punto de aniquilar casi, valores y sentimientos que eran verdaderos pilares sobre los que se edificaban las sociedades y tal vez por eso hemos apelado a la “anestesia emocional” como el más importante y efectivo mecanismo de defensa para sobrevivir en medio de una realidad cada vez más dura y más descarnada.
Quizá por eso, estas líneas puedan ser evaluadas y comprendidas sólo por aquellos que ronden los 50 años; claramente, esta reflexión puede resultar incomprensible o intrascendente para un joven que nació y creció en medio de la crisis de valores que ha llevado a la sociedad actual, lenta pero inexorablemente, al estado de insensibilidad que advertimos en estos días.
“Estamos curados de espanto”, diría mi abuela, es decir, nos terminamos acostumbrando a todo, hasta perder la capacidad de asombro, aún ante los hechos más escandalosos, dolorosos y terribles.
Los argentinos, por ejemplo, ¿podríamos soportar sin estar “anestesiados”, la inconcebible sucesión de crímenes aberrantes que se suceden diariamente, haciéndonos perder la cuenta, sin que las autoridades se den por enteradas de que atravesamos una crisis sin precedentes en materia de seguridad?
¿Podríamos aceptar pasivamente como hasta el presente, la escandalosa corrupción que contamina todos los ámbitos, aun los más altos niveles institucionales de la Nación, fagocitando los recursos que luego faltan en salud, en educación y en seguridad?.
¿Cómo haríamos para aceptar que, pese a los discursos y declamaciones oficiales, los pueblos originarios sigan padeciendo el despojo, el maltrato, la persecución, la exclusión más abyecta y sus niños se mueran en una injusta e inadmisible desnutrición?
Sin la cura de espanto de por medio, ¿hubiera sido posible soportar pasivamente el atropello que significó la amenaza de parar el país y el patoteo a la prensa, como materialización del apoyo reclamado por el “trabajador” devenido en empresario que regentea la CGT y que se siente por encima de la ciudadanía con respecto a la justicia y llega al colmo de manifestarlo sin empachos?.
Aquellos que andamos pasando los 50, ¿podemos siquiera imaginar que durante los escasos períodos democráticos que vivimos, hubiera prosperado un funcionario de estado de la calaña de Guillermo Moreno o un intendente como A.Carossi, que llegó al colmo de la provocación al tratar a la oposición como “una manga de faloperos e hijos de puta”?.
¿Qué hubiera pasado en nuestra ciudad luego de un gravísimo acontecimiento como el del 21 de marzo? ¿Seguiría el jefe comunal, tranquilamente sentado en su sillón, dando muestras de altanería, insistiendo tercamente en su accionar ineficiente y suscitando, si cabe, más confrontación?
¿Hubiera admitido la sociedad baraderense, la falta de respuesta por las muertes de Giuliana y Miguel, y, en el colmo, antes del año, la pérdida de otro joven baleado por la espalda por un policía? ¿acaso nos prepararon para aceptar esto, aquellas horrorosas muertes de Analía y Marisol que hoy parecen enterradas en el más injusto olvido?. Si alguien hubiera vaticinado los hechos de inseguridad que hoy soportamos pasmados ¿le hubiéramos creído?. ¿Hubiésemos olvidado hace 40 o 50 años con la misma facilidad que en la actualidad, el estrago que la droga ha causado y causa en nuestros jóvenes?.
La andanada de horrores, atropellos, injusticias y mentiras que padecemos diariamente hacen que, inconcientemente, tratemos de minimizarlas y hasta de obviarlas.
Las noticias de actualidad nos sumergen en las sensaciones más angustiantes: miedo, indignación, estupor, impotencia, rabia, desaliento. . . . ; es comprensible entonces y hasta lógico,que iniciemos un camino de escapismo hacia lo banal, lo jocoso, lo intrascendente o lo simplemente entretenido. En esta página, por ejemplo, vemos que la mayor cantidad de comentarios y los más ingeniosos, los suscitan las notas de índole deportiva y si son de tono divertido, más todavía. Que “Gran Hermano” continúe siendo un éxito no es solo un botón de muestra, es la prueba de la gran necesidad de distensión, de cierta enajenación, para combatir o contrarrestar el agobio que nos produce la realidad en estos tiempos, frente a la cual, solo atinamos a evadirnos y anestesiarnos.
Inambú Carrasquero
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