El humo blanco se alzó sobre Roma y con él una ola de esperanza. La elección de León XIV no es solo un relevo, es un abrazo al futuro. En sus primeras palabras, ese acento entre Chicago y Lima, en ese español cálido de quien ha caminado por calles de tierra, late la promesa de continuidad. La Iglesia no se detiene aquí, sigue su camino hacia las periferias, hacia esas grietas del mundo donde Francisco plantó la semilla de una fe más humana.
Qué hermoso es ver cómo el Espíritu sopla donde quiere. Un Papa nacido en Estados Unidos, pero moldeado por América Latina; un hombre que conoce los pasillos del poder vaticano pero no olvidó el olor a leña quemada de las capillas andinas. En su mirada hay algo que nos reconforta: no vendrá a construir muros, sino a tender puentes.
El desafío es enorme, sí. Tendrá que navegar entre los que piden más reformas y los que resisten cualquier cambio. Pero hoy no es día de dudas, es día de alegría. Porque cuando salió al balcón, con esa sonrisa de hombre sencillo, millones en todo el mundo sentimos lo mismo: esto no se acaba, apenas comienza. La Iglesia sigue viva, sigue caminando, sigue oliendo a oveja como quería el Papa Bergoglio.
Bienvenido, León XIV. Que tu pontificado sea tan fresco como el aire de los Andes al amanecer.
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