Por Giselle Olmedo
Te pasan por al lado. No te miran, no te registran, no estás ahí. De vez en cuando tenés suerte, a alguien parece importarle tu existencia. No. Te equivocaste, no les importó tu existencia, sino que les dio asco. Te miraron, pero con desprecio, por sobre el hombro y de costado. Alguna que otra vez, alguien te mira de frente. Pero si es desde la lástima ¿para qué? En muy pocas ocasiones sentiste que realmente te vieron. Como persona, como otro que es igual pero la tiene difícil. Estás en todos lados, sos parte del paisaje que la sociedad no deja de naturalizar. Tenés cinco años, diez, dieciséis, treinta, cincuenta y dos, setenta. Sos de cualquier género, de cualquier nacionalidad, de cualquier color de pelo y de piel.
Te faltan tantas cosas. Te falta ropa, y te morís de frío o de calor. Te falta calzado, y te duelen las plantas de los pies de tener que caminar así. Te falta comida, y se te estruje la panza de no comer, o de comer mal. Te falta un lugar para dormir, y si tenés suerte te conseguís un colchón más o menos, y una frazada para no congelarte. Te falta un lugar para asearte, para ocuparte de vos. Te falta amor, porque te sentís solo y vacío, aunque al lado tuyo caminen mil personas. Y si lo tenés, no alcanza, porque el amor no te llena la panza, no te abriga; porque el amor es difícil cuando estás con tu mamá, tu papá, tus hermanos, y todos necesitan y ninguno tiene. Te faltan sueños, te los robaron, ya no tenés ganas de esperar algo más. Te falta paciencia, ¿quién tiene tiempo para esperar algo mejor entre tantas carencias?
La sociedad te exige cosas: que aguantes, que no te enojes, que pidas por favor y gracias, que te falte todo, menos amabilidad. Te usan para lavar culpas, para llenarse la boca hablando de su solidaridad oportunista, para pararse en el pedestal de la “buena gente” que tira migajas para coronarse de bondad. Te piden que labures, cuando no tenés ni siquiera un lugar para dormir (porque la calle sabes que no lo es). Te critican por pedir, cuando en realidad no te queda otra. Te apuntan con el dedo porque es más fácil si todo el mal cae en vos. Los problemas los generan los que tienen, y la gente no te deja de mirar como si vos fueses culpable. Te violenta que otros tengan, te hace hervir la sangre. Te molesta, porque el discurso es que si querés algo entonces tenés que romperte el lomo como los demás. Te jode, porque te dicen eso los que se acuestan con la panza llena, en una cama, y cuando se despiertan en pleno invierno toman algo caliente. Te lo dicen quienes no tuvieron una familia violentada por la desigualdad social y el dolor de la necesidad en su fase más aguda.
Existís sólo cuando hay que buscar a quien cargarle la mochila de las miserias. Después no importas. Tenés hijos, y no podes darles ni un vaso de leche, ni una habitación para que descansen, ni educación para que sueñen despiertos. Sos un niño que no está jugando, sino pateando calles infinitas pidiendo monedas, al que la gente le da algo pero con cuidado de no tocarle la mano. Con tus cuarenta años, se te complica conseguir un laburo, porque ni siquiera hay para jóvenes que tienen un lugar en el que vivir, menos para vos. Sos una persona grande, tu salud tambalea y te da entre rabia y vergüenza pedirle a los demás, pero no te queda otra. A veces tenes suerte y dormís en un hotel medio pelo, en general tu destino es la calle. La lluvia te inunda las zapatillas rotas, te moja las medias y te ablanda la piel. El frío te cala los huesos convirtiéndote en una máquina de temblar. Todos quieren que nieve como aquel 9 de Julio, pero a vos te causa angustia y terror. El sol te hace arder la cabeza, te duele todo y no hay agua que alcance. Y entre todo lo que parece apagarte de a poquito, que los que caminan a tu lado no te tengan en cuenta, no sientan que algo está mal y sean incapaces de tener un mínimo de empatía, parece ser la gota que rebalsa ese vaso que es el único que no tenés vacío.
Vos, si lees esto, probablemente no estés padeciendo todo lo anterior. Vos estás del otro lado. No mires al costado, miralos a la cara. Que son personas como vos, pero que viven con la incertidumbre de no saber cuánto puede empeorar. Que son personas como vos, con necesidades que no nacen de la falta de esfuerzo, sino de una sociedad que se rige por la norma de no distribuir para todos y para todas lo mismo. Que están ahí, aunque los ignores, y así como el frío la indiferencia también les cala los huesos.
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