Una esquina de Baradero con particular historia
Hace poco más de seis años El Diario publicaba una historia baraderense que en parte se reitera ahora.
En una de las esquinas del cruce de las calles Sáenz y Fray Justo Santa María de Oro, durante largos años funcionó un comercio conocido como «La Chalita», los vecinos más antiguos se acuerdan que antes de estuvo allí don Armando Lenguitti con Ñaró-Suixtil, casa dedicada a la venta de indumentaria masculina en la que también trabajó por años don Orlando Francisquelo.
La Chalita duró los años suficientes como para que sea recordada por muchos, y tiempo después, contribuyó a ello una casa de empanadas (memorables) que hacía Belky, una morocha salteña que anduvo por estos pagos, junto a sus hijos y que eligieron denominar a su negocio, acertadamente quizás, «Empanadas La Chalita».
Todo el palabrerío precedente va desembocando en el meollo de la historia, curiosa, que vamos a contar.
El gran escritor Abelardo Castillo, porteño de nacimiento y sampedrino por adopción, abarcó varios géneros literarios, así es que ha incursionado en la novela, en el cuento y en el teatro. Entre sus últimos trabajos se cuenta la novela «El Evangelio según Van Hutten» y en ella relata lo que sigue: Siendo Castillo un adolescente, ya tenía inquietudes literarias y así fue que decidió mostrarle sus escritos a un sampedrino de extraño nombre, quien era considerado una autoridad en varios temas en aquella ciudad. Se llamaba Bosio Arnáez y a él acudió Abelardo en busca de crítica y consejo. Leyó el hombre lo que el joven le había entregado y, de inmediato, comenzaron los interrogantes: «¿Por qué escribió viejecillo y no viejo? ¿Por qué dice sendero y no camino?..» ante lo cual el escritor principiante atinó a decir… «Y, maestro, es mi estilo”. La respuesta fue ésta: «Vea jovencito, antes que tener estilo hay que escribir bien».
Tuvimos la enorme suerte de poder consultar con alguien que tiene edad y andanzas suficientes para haber conocido a los protagonistas de ese diálogo. Sabíamos que conocía a Castillo, por lo que acudimos a su intacta memoria para saber si también recordaba a Bosio Arnáez. Nos dijo que sí, pero que no le hubiera sido necesario conocer San Pedro, tal como él lo conoció, para saber de Bosio Arnáez, ya que el hombre, siendo profesor de varias especialidades, tuvo una academia de enseñanza que funcionó en Baradero. La pregunta que surgió de inmediato fue: ¿Y dónde funcionaba esa academia? y ¿sabe usted lector qué recibimos como respuesta?: En la esquina de «La Chalita».
Lejos estábamos de suponer que, años después sucedería lo que ahora cuando, un joven escritor baraderense decidió abrir, en el mismo lugar, un café llamado Baltimore, seguramente a manera de homenaje a Edgar Allan Poe, quien nació en la mencionada ciudad norteamericana. Lo llamativo es que lo literario sigue ligado a esa esquina puesto que el café Baltimore tiene un complemento poco usual y único entre nosotros: además de café hay libros a disposición que puede tomar de una amplia biblioteca todo el que por allí recale.
La historia era desconocida por el dueño de «Baltimore café y libros», por lo que resulta inevitable pensar que hay ciertos destinos inevitables.
Fuente:El Diario de Baradero
Comentarios de Facebook