La Mona Lisa, el más célebre y misterioso cuadro del mundo, esconde en realidad un auténtico testamento de su autor, Leonardo Da Vinci, quien quiso codificar la suma de su pensamiento en muchas diferentes disciplinas.
Esta es la tesis expuesta por Silvano Vinceti, presidente del Comité Nacional para la Valorización de los Bienes Históricos, Culturales y Ambientales (CNVBHCA), en base a una investigación llevada a cabo por los expertos del organismo que preside.
Según los estudios, el cuadro contiene «tres estratificaciones confirmadas», así como «tres signos internos» que demuestran que el famoso retrato es en realidad «el testamento filosófico, esotérico, religioso y teológico» de Leonardo, según publica un cable de Ansa.
Los análisis digitales de la obra han permitido descubrir dos letras escondidas en los ojos de la Mona Lisa: una «s», que coincide perfectamente con la grafía del pintor, en el ojo izquierdo de la mujer (el derecho, para quien mira el cuadro), y una «l» en el derecho, a los que se suma el número 72, escondido bajo un arco del puente visible en el fondo de la imagen.
«En la tradición cabalística, 72 letras componen el nombre de Dios, y el 7 es la creación del mundo, pero el 7 y el 2 se refieren también al Apocalípsis de San Juan, en el Nuevo Testamento. El 2 es el dualismo, la oposición, pero también la armonía de los principios masculino y femenino», dijo Vinceti.
La misma sonrisa irónica y misteriosa de la mujer representada en el cuadro resultaría entonces una expresión de la «madura y provocadora consciencia de sí» a la que había llegado el artista, así como el puente simboliza a la vez «la unión de lo masculino y lo femenino» y «la muerte y el regreso al vientre materno», imagen biológica de la armonía.
En las letras escondidas en el cuadro se hallaría la clave del misterio de la identidad del modelo representado en la obra, que según algunos historiadores posee rasgos masculinos.
La «l» sería una referencia al mismo Leonardo, pero podría aludir asimismo a Lisa Gherardini, la noble florentina que habría posado para el cuadro, y la «s» a Salai, apodo de Gian Giancomo Caprotti, el joven aprendiz que en 1490, a los 16 años, comenzó a trabajar con el artista.
Leonardo tenía una relación especial con Salai, en la que algunos han visto los signos de un amor homosexual, y varios críticos de arte han creído reconocer los rasgos del joven en otras obras del artista: el San Juan Bautista, el Angel Encarnado o la Monna Desnuda.
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