
La planta, igual que los trabajadores, espera trabajar otra vez.
Dicen que la historia comenzó cuatro años atrás. Los alrededor de 60 operarios de la planta que en nuestra ciudad posee la empresa Germaíz S. A., comenzaron a notar que el natural deterioro de las instalaciones no se reparaba y que las cosas empezaban a ser «atadas con alambre».
A comienzos del año en curso las dificultades fueron más ostensibles y los sueldos comenzaron a percibirse de manera irregular hasta que llegado el 29 de marzo, los operarios cobraron por última vez.
Ante las dificultades, los propietarios de la empresa hicieron lo que todos hacen en casos similares: pedir la colaboración del personal, el clásico pedido de «poner el hombro». La frase aparece toda vez que las cosas andan mal, pero cuando andan bien, mientras los operarios siguen poniendo el hombro, los empresarios poenen el bolsillo.
Desde hace algo más de 90 días nadie aparece por la planta a dar explicaciones, a poner la cara y explicar qué será de la fábrica, qué del porvenir de los trabajadores y sus familias. Un verdadero ejemplo de responsabilidad social la de estos empresarios que han abandonado a su gente, la misma que le pemitió ganar buena plata durante años, a su suerte y dejarlos sumido en la incertidumbre. Existen dentro del plantel laboral, trabajadores con muchos años, más de treinta, de permanencia en la empresa; algunos de ellos fueron ascendidos de operarios a supervisores y éstos se cuentan entre los más afectados anímicamente por lo que está ocurriendo ya que se sienten traicionados por sus empleadores y, aunque así no sea, traidores ante sus supervisados ya que de alguna manera sienten que formaron parte de la patronal.
En una desapacible tarde de la semana anterior, Oscar, con su camioneta, descargó, con ayuda de un compañero de trabajo que permanece en la portería al cuidado de la planta abandonada por sus dueños, varios paquetes de comestibles, entre ellos uno voluminoso donado por la señora Emilce Riolfo, jubilada de 88 años, quien se sintió afectada por lo que les toca vivir a estos vecinos nuestros, trabajadores sin trabajo, que diariamente deben afrontar la vida con menguados recursos. Uno de ellos, padre de una hija discapacitada, sostiene su hogar mediante el sueldo de su esposa maestra. Otros han vendido o tienen en venta sus automóviles y el banco, que da paragüas cuando hay sol y sombrilla cuando llueve, reclama las deudas de casi todos.
Los afectados, pese a todo, no tienen más que palabras de agradecimiento: a los vecinos solidarios que abundan, a sus compañeros del sindicato de Rosario que sostienen la obra social, del SOERM y otros sindicatos de Baradero que están siempre presentes mientras aguardan la noticia que les de alguna esperanza y que tarda en llegar.
La planta se erige como una imagen fantasmagórica sobre el cielo encapotado agregando tristeza a un grupo de trabajadores que poco tiempo atrás tenían su puesto de trabajo, su sueldo y beneficios sociales asegurados y que, de repente, se encontraron con que fueron usados por un grupo de inescrupulosos que les mintieron, los engañaron y, lo pero de todo tal vez, les ha quitado la voluntad.

En la camioneta llegaron las provisiones para «aguantar».
Se necesita ayuda de todo tipo
Si bien, como quedó expresado, los operarios se sienten acompañados, hay que prepararse para una lucha que promete ser larga y es necesario que las autoridades comunales, tanto del Depto. Ejecutivo como del Concejo Deliberante, se interesen en este tema.
Cuando los empleados de una metalúrgica pasaron por una situación similar, se pusieron en marcha una serie de mecanismos sociales y políticos que permitieron formar una cooperativa que logró salvar la empresa que hoy continúa trabajando. De ser posible, ya que el gobierno ha cambiado y la visión política puede que no sea la misma, habría que intentar salvaguardar la fuente de trabajo porque Baradero está a la espera de que lleguen fábricas para dar trabajo a nuestra gente, pero mientras tanto hay que evitar que cierren sus puertas las que está ya radicadas y producían hasta hace unos cuatro meses.

La reja permanece cerrada como un símbolo de lo que sucede.
El Diario de Baradero
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