La Iglesia ha celebrado esta primera semana después de la noche santa de Pascua como un gran domingo. Es tan grande el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, que se nos ha ofrecido como un espacio sereno para paladearlo contemplativamente. En los primeros siglos de cristianismo, los recién bautizados en la vigilia pascual seguían vistiendo durante estos ocho días la vestidura blanca, símbolo de su nueva vida estrenada y de su dignidad.
En este segundo domingo, comienza el tiempo pascual hasta Pentecostés. 50 días para profundizar en esa vida y dignidad nueva que tenemos todos los bautizados.
Vivamos intensamente esta cincuentena y preparémonos para que Pentecostés sea la renovación de nuestro bautismo y confirmación como personas y comunidades.
Y para que no perdamos la razón profunda que movió a la Trinidad santa a realizar este plan de salvación para toda la humanidad, este domingo se llama: “Domingo de la divina misericordia”.
Instituido por San Juan Pablo II , en el año 2000 para recordarnos lo que Cristo nos transmitió: Dios es Misericordioso y nos ama a todos, “y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia”, como escribió Santa Faustina en su diario.
Oración a la Divina Misericordia pronunciada por Juan Pablo II para confiar el mundo a la Divina Misericordia, en el Santuario de la Misericordia Divina, Cracovia, el sábado 17 de agosto de 2002.
Dios, Padre Misericordioso, que has revelado Tu Amor en tu Hijo Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo: Te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre. Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana nuestra debilidad; derrota todo mal; haz que todos los habitantes de la tierra experimenten Tu Misericordia, para que en Ti, Dios Uno y Trino, encuentren siempre la fuente de la esperanza. Padre Eterno, por la Dolorosa Pasión y Resurrección de Tu Hijo, Ten Misericordia de nosotros y del mundo entero. Amén.
Comentarios de Facebook