
Recientes teorías científicas afirman
que en una cierta dimensión del espacio sideral
existen infinitos universos paralelos.
Debo obviarlos, porque la extraordinaria aparición periódica de un ángel
me ofrece una prueba tangible de esa verdad.
De modo sobre-natural, se materializa ella a mi lado
para revelarme las múltiples posibilidades de la Perfección.
Asciende:
en su rostro escultural una semisonrisa singular de intriga e ironía.
Todavía helado del allá afuera
por un segundo tengo en mis manos el abrigo que la cubría
en ese cosmos distante donde ella habita.
Como necesito obtener una pista clara de su probable realidad
ella permanecerá unas horas a mi lado
mientras le robamos segundos al tiempo y los hacemos nuestros.
Cuando sus ojos encuentran los míos, chispas brillantes penetran mis irises
para después emerger por cada poro de mi epidermis agitada.
(“¿Por qué tiemblas?”, me pregunta de sorpresa cierta vez)
La elación existe entonces, en lo real de esos breves momentos
porque, para mi provecho, ella abrirá una hendija
hacia los intricados vericuetos de su rico y secreto mundo espiritual:
Así, me cuenta cosas.
El tono y acento de sus palabras,
resuenan en cada tendón tenso de mi cuerpo mortal
como si su voz hubiera sido construida mediante la digitación de cuerdas mágicas
y de esta forma ella prolonga el limitado arco del curso de mi vida.
Su risa es un alimento etéreo
que nutre mi sensibilidad a cada instante en que se vuelve presencia.
Entonces, la memoria de su eco perdura para siempre.
La sublime seda de su piel electrifica mis palmas
y la sensación de ese toque hace de mi ser algo inefable.
Ahora, si ella pone sus manos en mí
mi humanidad se justifica ante el absoluto:
Después de haber experimentado el terciopelo de sus palmas sobre mi piel
tomo conciencia de que la Providencia me ha dejado vislumbrar el Paraíso.
Ella está aquí:
En ese espaciotiempo me es brindada
—quiero decir, ella desinteresadamente me ofrece—
una idea primal de cómo debe ser la Eternidad.
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Traducido de mi versión inglesa original, en Pleasantville, New York. 21 de abril de 2018
Ilustración: Eros et Psyché, mármol de Antonio Canova, Museo del Louvre, París

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