EL “DOBLE A” DE RUBÉN SILVA
El bandoneón se llama así porque, como algunos otros, tomó parte del apellido de su inventor, un alemán llamado Band que lo construyó por una cuestión de necesidad que, se sabe, es la madre de todos los descubrimientos. En la tierra de Band era muy común realizar oficios religiosos en la campaña y el instrumento musical de uso era el órgano que, por su tamaño y peso, no resultaba de fácil transporte. Así fue entonces que el germano aludido resolvió inventar algo que, con sonido similar al de un órgano, resultara de fácil transporte y entonces nació el instrumento.
Entre tantas olas inmigratorias llegadas a las costas de nuestro país, algún bandoneón llegó en la maleta de uno de esos inmigrantes que, seguramente lejos estaba de sospechar que aquello que portaba estaba pronto a encontrar en estas tierras su destino definitivo y alejado de aquel para el que fuera creado.
A raíz de la introducción “tardía” del bandoneón entre nosotros los primeros conjuntos musicales de tango no lo habían incorporado, la guitarra, el violín y hasta la flauta eran los más usados, pero pasados unos años llegaría para quedarse para siempre y darle una impronta absolutamente propia a la música de tango, el bandoneón.
Pacho Maglio, “Paquita”, Troilo y Piazzolla forman parte de la elite de bandoneonistas argentinos seguidos hasta hoy por una saga que parece no perder continuidad.
Astor Piazzolla, probablemente haya sido su ejecutante más virtuoso, refiriéndose a la depurada técnica del músico marplatense, en recordado reportaje del año 1974 para la revista Crisis, “Pichuco” dijo: “Si yo gatillara (1) como “El Gato” (2) sería Beethoven”.
Allá por el año 1968, en calle Anchorena al 1100, actual casa de la familia Greco, existía lo que por entonces se llamaba “confitería bailable” y cuyos propietarios eran Mario Marconi y Juan Massachessi que fiel al origen itálico de ambos dueños tenía por nombre “Il Buco” donde una noche, Astor Piazzolla estuvo conversando con un grupo de amigos, admiradores y aficionados a la música del tango. Piazzolla llegó a nuestra ciudad acompañado de Amelita Baltar y del poeta Horacio Ferrer con el objeto de promocionar la ópera “María de Buenos Aires”, de reciente aparición discográfica de la que Piazzolla y Ferrer eran autores y Baltar su intérprete.
A esta altura no faltará quien se pregunte por qué razón figuras tan destacadas de nuestra música vinieron precisamente a Baradero que, como sabemos, no es una gran urbe y menos lo era en 1968. Es aquí donde entra en nuestro relato Alejandro “Maco” Peris, hombre al que Baradero le debe mucho en más de un sentido. “Maco”, un apasionado tanguero, había vivido por años en la ciudad de Buenos Aires, era un noctámbulo frecuentador del emblemático “Caño 14”, legendario local en el que los más grandes intérpretes tangueros de la época recibieron el aplauso de miles de admiradores. Maco fue amigo de prácticamente todos los grandes músicos de entonces, entre ellos de Piazzolla a quien además admiraba con enorme fervor.
Los tres invitados se explayaron un buen rato acerca de “María de Buenos Aires” y luego de la charla no era posible que se fueran sin que Piazzolla tocara algún tema para la veintena de personas que allí estaban, pero el músico había venido a Baradero para hablar de su trabajo y no para tocar el bandoneón, razón por la cual carecía de instrumento. Previsor, Alejandro Peris le había pedido al maestro Naldo Chapuis, presente en la charla, que llevara el suyo pero, por esas cosas que a veces suceden, a último momento Chapuis le pidió a Rubén Silva, ejecutante de bandoneón que era su amigo, músico de la orquesta que Chapuis dirigía y que había sido su alumno, que llevara su “Doble A” (3).
Se le solicitó a Astor que tocara algo para los presentes y, al preguntar Piazzolla con qué bandoneón lo haría, apareció, casi como por arte de magia, el de Rubén Silva. El eximio bandoneonista lo tomó entre sus manos para digitar los acordes de su “Adiós Nonino”. Tanto Rubén Silva como el que escribe creemos que no tocó más que eso, pero sirvió para que todos los que allí estábamos viviéramos una experiencia inolvidable.
Han pasado 48 años desde entonces y en Baradero tenemos, entre tantos otros privilegios que nos ha deparado la historia, el bandoneón en el que alguna vez tocara Astor Piazzolla.
Afortunadamente Rubén Silva, tal como acostumbra, lo conserva cuidadosamente guardado sabiendo que, además de la historia propia y grande que todo “Doble A” lleva implícita, el suyo tiene un “plus” que muy pocos pueden ostentar.
Gabriel Moretti
Noticia y fotos: El Diario de Baradero
(1) Gatillar: en la jerga tanguera se dice del bandoneonista, que “gatilla” las teclas.
(2) “Gato”: sobrenombre con que lo conocían a Piazzolla sus amigos.
(3) “Doble A”: es la marca más reconocida de bandoneones. Se formó con las iniciales del nombre de su fabricante: Arnold Auser.
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