Es indudable que la presencia de Jesús en quien sea, donde sea, cuando sea, produce una verdadera revolución, es decir, después de El, nada permanece igual.
Algo así pasó en nuestra ciudad. El Cristo de la Hermandad, no llegó a nosotros por casualidad, era necesaria su luz para iluminar esta comunidad en tinieblas y al igual que una habitación a oscuras en la que no podemos distinguir lo que hay en ella, al encender la luz se nos revelan los objetos, con sus dimensiones y colores, con una contundencia tal, que ya no suponemos, sino que vemos la realidad.
A medida que este Cristo, aceptado y acompañado por algunos, resistido y vituperado por otros, iba surgiendo de ese tronco añoso y monumental a través de las manos del artesano, la inmensa y destellante luz que irradiaban sus formas, fue dejando visibles tal vez como nunca expuestas, las virtudes y las miserias de esta ciudad, aletargada, empecinada en increíbles defensas de lo inútil y negativo, obcecada y un poco cobarde a la hora de jugarse en serio.
El artesano siguió adelante, acompañado por pocos, en medio de la siempre injusta y vil maledicencia, pariendo a este Cristo que es para nosotros, no para él; él se va, ya se fue, como pájaro libre a quien no le cortan las alas unos cuantos cachivaches lenguaraces que envilecen con su mediocridad y su resentimiento todo lo que miran y tocan.
Luis Sissara ni siquiera contestó las inverosímiles criticas y acusaciones de las que fue objeto, mejor dicho, no contestó con palabras, sino con hechos: prosiguió su obra, manso, dispuesto y curtido y la entregó concluida en tiempo y forma, como lo había prometido; y entonces dicen que dijo “ lo único que les pido es que no lo dejen tirado”.
Seguramente quiso decir: “Acá lo tienen, es de Uds, y si van a entronizarlo, háganlo todos juntos, que sea ese gesto, el símbolo de una comunidad que es capaz de unirse, de reconciliarse, de hermanarse, de renovarse, de jugarse para generar cosas buenas, nobles, y demostrarle a los inservibles de siempre que a pesar de ellos, de su mezquindad y de su pobreza espiritual, Uds. tienen reserva de fuerzas para emprender caminos nuevos y mejores que los alejen de ese destino de chatura y de estancamiento que es lo único que pueden lograr los escribas y los fariseos de la actualidad”.
Creo que Luis Sissara, en su largo peregrinar, sembrando Cristos de la Hermandad, estará curado de espanto: habrá visto mucho y habrá aprendido mucho también; sabrá que en todos lados están los que suman y los que restan, los que aportan y los que solo critican, los que curan y los que envenenan, los que dan y los que quitan, los entusiastas y los resentidos, los que ennoblecen y los que bastardean, los que restauran y los que arruinan, los valientes y los cobardes, los auténticos y los simuladores, los que la reman y los oportunistas . . . Espero que no le hayamos asombrado especialmente. Pero su misión terminó, hizo su parte y dejó en nuestras manos un Cristo que está esperando que lo levantemos y lo llevemos triunfante al lugar que le hemos destinado para permanecer entre nosotros, como muestra de que somos capaces de encolumnarnos con fe y con fuerza para recorrer un nuevo camino, limpio y despejado, por el que encontraremos, seguramente, un destino mejor.
Inanbú Carrasquero
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