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El peronismo es un hervidero; todo el mundo en la actualidad se arroga la condición de peronista tradicional, sacan a relucir su pasado militante, aunque muchos no pueden mostrar nada fuera del kirchnerismo; y a los más viejos les cuesta esconder su obsecuencia al último gobierno que enarboló las banderas del peronismo en los discursos, pero sin dejar de pisotearlas en la práctica.

Cuando se le pregunta a Massa por el PJ, dice que no es su pelea, que es sólo un sello de goma, que sólo quiere levantar sus banderas y los sueños del peronismo. Pero detrás de bambalinas manda a Bossio a romper, para garantizarse así ser una necesidad para el presidente Macri; sin el bloque del FR no hay posibilidad de leyes.

El peronismo tradicional no sigue las directivas de Cristina Kirchner, busca diferenciarse de su estrategia de dinamitar el gobierno de Macri, los sindicatos y los bloques que conforman el PJ, compuestos cada día por más diputados que responden a los gobernadores.

Busca negociar cada propuesta del Presidente, conseguir concesiones para sus provincias, las cuales van a pasar penurias eco-nómicas si se enfrentan al Gobierno nacional. Un toma y daca, en su estado más puro de la política nacional.

Durante su gestión, el kirchenerismo vapuleó al peronismo, y el cristinismo barrió con todos los liderazgos personales; no quedó nadie con suficiente peso político como para encabezar una reorganización partidaria.

Gobernadores como Urtubey y Das Neves acusan a la ex mandataria de ser la causante de la mayor derrota del peronismo en su historia.

La ausencia de la expresidente de los lugares de discusión hace acrecentar esa brecha entre el kirchnerismo y el peronismo; si la estrategia fue la ausencia para esperar el clamor popular para que vuelva, no está dando los resultados esperados. A medida que pasan los días, la fractura entre los dos espacios es cada vez más grande.

Los pases de factura entre los distintos sectores del peronismo están a la orden del día, nadie se hace cargo de la derrota, y las barbas largas son el look más requerido a la hora de disfrazarse para evitar el escarnio popular.

La supuesta traición de Bossio al FPV se pergeñó en el asado de Pinamar, organizado por Massa. Para el ex jefe de la Anses, formar un nuevo bloque justicialista resultaba importante. Su sueño es posicionarse como candidato a Gobernador del Frente Renovador, lugar que se encuentra vacante desde el magro resultado de Felipe Solá; pero para Massa, Bossio es sólo una cuña dentro del FPV que sirvió para romper; es mas fácil arreglar con traidores.

Algunos creen que la traición es sólo un estado en el tiempo. Si Bossio gana la Provincia se convertiría en el mejor estratega, pero ¿quién le garantizaría a Massa no ser el nuevo traicionado?

En las huestes massistas se preguntan: Si traicionó a Cristina, que le dio todo, ¿por qué nos va a respetar a nosotros, que no le dimos nada? Aunque alguno reflexiona que Maquiavelo entiende que la traición es parte fundamental de la política.

Lo cierto es que el peronismo no está en condiciones de enfrentar una interna, la cual puede ser muy dura, de mucho costo social y político; la mayoría opta por una lista de consenso, que todavía no está acordada, o una conducción tripartita, pero no se ponen de acuerdo en quiénes sean los tres integrantes de la conducción.

Si el 8 de mayo no hay solución, la jueza María Servini de Cubría dispondría la intervención, como lo solicitó Duhalde.

Al gobernador de Salta le convenía que sea Bossio el que encabece la ruptura y no sus diputados, así no carga con la culpa social de la traición; ningún Borocotó puede ser cabeza de lista dentro del peronismo; y conocedor como pocos del sentimiento popular, liberó el lugar para que sea otro el que cargue con las culpas.

Pero el peronismo bonaerense está en guerra, nadie se encamina a conducir a la gran masa de votantes; sin provincia de Buenos Aires no hay presidencia posible. Hoy esta realidad le sirve a Macri; si logra controlar la economía tendrá una Presidencia tranquila, pero no debe olvidar que un pueblo con los bolsillos vacíos y sin conducción política es un polvorín capaz de estallar en cualquier momento.

Por Mario Baudry

Director de revista La Tecla

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