«el que no es feliz con poco, no será feliz con nada»

José «Pepe» Mujica, expresidente de Uruguay (2010-2015), sigue siendo una figura viva y activa, no solo en la política de su país, sino también como un referente mundial de la humildad y la austeridad en el ejercicio del poder. A sus 89 años, continúa brindando entrevistas, participando en eventos y manteniendo una visión crítica del mundo actual, reafirmando el estilo de vida que lo ha caracterizado. Conocido como «el presidente más pobre del mundo», Mujica se destaca por su coherencia y sencillez, valores que contrastan fuertemente con la vida de muchos funcionarios que ocupan cargos menores y que ostentan lujos desproporcionados.

A lo largo de su vida, Mujica ha rechazado los privilegios del poder. Durante su mandato, vivió en su modesta chacra a las afueras de Montevideo, donde aún reside junto a su esposa, Lucía Topolansky. Mientras era presidente, se negó a vivir en la residencia oficial, prefiriendo su hogar rural, donde sigue cultivando flores y criando animales. Donaba gran parte de su salario —hasta el 90%— a causas sociales y, hasta hoy, destina sus ingresos a ayudar a los más necesitados.

La famosa frase de Mujica, «el que no es feliz con poco, no será feliz con nada», sigue siendo una guía en su vida cotidiana. Aún maneja su viejo Volkswagen Fusca y mantiene un estilo de vida austero. La imagen de Mujica, con su ropa sencilla y su actitud cercana, sigue siendo un símbolo de un liderazgo basado en la cercanía con el pueblo y en la convicción de que el poder es una responsabilidad, no un privilegio.

El contraste con muchos funcionarios de menor rango es evidente. A pesar de no ocupar los puestos más altos, algunos de estos políticos disfrutan de lujos que no se corresponden con el espíritu de servicio público. Autos de alta gama, viviendas lujosas y un estilo de vida distante de las realidades que enfrenta la mayoría de la población parecen ser comunes en ciertos sectores de la política, donde el sentido de austeridad que predicó y practicó Mujica está ausente.

Este contraste subraya una verdad incómoda: que en muchos casos, los cargos de menor rango no implican menos responsabilidad ante el bienestar de la sociedad. Por el contrario, los funcionarios en estos puestos deberían ser los primeros en seguir el ejemplo de Mujica, quien siempre defendió que la política es una herramienta para mejorar la vida de las personas, no para enriquecer a unos pocos.

Mujica continúa siendo un referente mundial, no solo por sus ideas, sino por vivir de acuerdo con ellas. Su coherencia entre el discurso y la acción es lo que le ha ganado el respeto de propios y extraños, y lo que lo convierte en un modelo a seguir. Incluso hoy, en sus discursos y entrevistas, recuerda que el poder no es un fin en sí mismo, sino una oportunidad para servir al bien común.

El legado de Mujica está más vigente que nunca. No es necesario ocupar el cargo más alto para practicar la humildad y la sencillez. La verdadera grandeza se manifiesta en la capacidad de vivir con poco y trabajar por los demás, un mensaje que sigue resonando con fuerza en su vida y obra. Para aquellos que ocupan cargos menores, el ejemplo de Mujica es un recordatorio constante de que la simplicidad y la empatía son los pilares de un verdadero servidor público.

Hoy, José Mujica, aún en plena actividad política y social, sigue siendo una lección viva de que la austeridad no es solo una cuestión de palabras, sino una forma de vida.

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