SFT 192 – Dinámica Grupal – Prof. De Cesare N.
Estudiantes: E. Luciani- P. Rodriguez-M. Horisberger-J. Orqueida.

¿Hasta dónde estamos dispuestos a modificar nuestro cuerpo para ser aceptados?
En la sociedad contemporánea, los estándares de belleza impuestos por los medios de comunicación y las redes sociales han transformado el cuerpo humano en un bien de consumo. El auge de procedimientos estéticos como el bótox, el ácido hialurónico, los implantes o las cirugías plásticas ya no responden a un
deseo individual, sino que se inscribe dentro de una lógica de consumo.
Zygmunt Bauman (Trabajo, consumismo y nuevos pobres, 2007) sostiene que vivimos en una sociedad donde las relaciones y las identidades son frágiles y cambiantes. En este contexto, la apariencia física se convierte en un elemento clave para la aceptación social, y el cuerpo en un proyecto en constante construcción. La búsqueda de una imagen corporal ideal se vuelve una obligación moral, donde la insatisfacción perpetua alimenta el ciclo de consumo.
La sociedad de consumo nos empuja a reinventarnos constantemente, y el cuerpo se convierte en un proyecto en permanente transformación. Bajo esta lógica, la belleza deja de ser un atributo natural para volverse una obligación social. En Argentina, según datos de la Sociedad de Cirugía Plástica, el 70 % de los pacientes que acceden a procedimientos estéticos tienen entre 20 y 35 años. Cada vez más jóvenes, cada vez más presionadas.
Esta estética del consumo también genera mecanismos de exclusión. En la lógica social actual, los individuos que no pueden participar del consumo (ya sea por falta de recursos o por quedar fuera de los estándares estéticos dominantes) se convierten en los «nuevos pobres». La exclusión ya no se basa únicamente en la capacidad de trabajar, sino también en la imposibilidad de parecer. Es decir, quienes no logran mantener una apariencia socialmente aceptada son marginados tanto simbólica como prácticamente.
El mercado laboral se ha estetizado en paralelo al mundo del consumo. Los valores que sostienen el culto al cuerpo se reproducen también en ciertas lógicas del empleo. Hablar de un mercado de trabajo estetizado implica referirse a una sociedad que supervalora el cuerpo y la apariencia como formas de jerarquización social. La «buena presentación personal», que muchas organizaciones exigen, se vincula con los ideales de belleza contemporáneos. Así, los procesos de selección y reclutamiento ya no se basan únicamente en méritos profesionales, sino también en estándares estéticos que los mandatos médicos, los medios y el consumo han impuesto. Incluso se ha identificado una correlación entre belleza y salario: la imagen puede definir no solo el acceso al trabajo, sino también el valor asignado al mismo.
Hoy en día, pareciera que valemos lo que valen nuestros likes. La cantidad de seguidores, los comentarios que recibimos o cuán «perfecta» se ve una foto con filtro. Se han convertido en nuevas formas de validación. En esta sociedad líquida, nada es sólido, y eso aplica a la identidad que armamos en redes sociales. No somos una sola versión de nosotros mismos: estamos cambiando todo el tiempo para encajar, para gustar, para pertenecer.
La presión por verse bien, por estar siempre feliz o tener una vida interesante genera ansiedad. Cada vez más personas se someten a procedimientos estéticos o usan filtros para cumplir con un ideal que ni siquiera es real. Importa más la imagen que lo que realmente somos. Vivimos tratando de adaptarnos, de no quedar afuera, y eso genera una presión constante. En lugar de disfrutar de quiénes somos, muchas veces estamos actuando para una audiencia invisible.

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