Entonces resulta que el pasado jueves veintiséis de julio, me despierta por Whatsapp una llamada de Jeff desde la isla de Córcega. Éste me informa que el conocido escritor M.B. —ex pareja de su esposa Béatrice— acaba de fallecer, por lo tanto Jeff está llegando con ella y su hija Valentine al día siguiente a París para asistir al entierro que se realizaría este último miércoles 2 de agosto en un cementerio local (nunca entendí demasiado bien esta tradición primermundista de velorios de una semana de largo).

Béatrice vivió nueve años en pareja con M.B., de cuyo fallecimiento informan páginas enteras de Le Monde, Libération, y todos los otros medios periodísticos importantes de Francia. Si te interesa saber quién es, buscá en cualquiera de esos medios franceses la noticia del fallecimiento del escritor con esas iniciales, en las ediciones de esta semana que termina. Como no soy obituarista, y esta columna de BTI que yo firmo no publica obituarios, no escribo su nombre completo para respetar el dolor familiar. Un texto como el que me propongo escribir a continuación, fuera de contexto parecería más chusmerío que obituario.

A pesar del fin de la relación de pareja de M.B. con Béatrice, una de otro tipo —ésta de profunda amistad entre ambos— la sobrevivió durante los quince años siguientes a la disolución de la pareja; esas extrañas paradojas que crean las Fuerzas del Universo y la sensibilidad humana. Esta situación es tan verdadera que fue Béatrice quien se ocupó de la hospitalización y cuidado de M.B. durante una buena parte de la penosa etapa final de esa enfermedad que acabó robándole la vida al escritor.

Pero mi narración de hoy no se concentra en M.B., sino en Jeff— en él y en nuestra amistad, que cuenta ya treinta años. Jeff ya fue el personaje llamado “Bill” de mi aguafuerte parisina “Café Society”, incluida en mi libro Belleza Terrible. ¿Ven, aquí estoy revelando la identidad real de otro de mis personajes.

 “Café Society” ya se publicó en Baraderoteinforma, bajo ese mismo título, así que si vas a este enlace a continuación, podrás hallar ese artículo y de ese modo extender tu conocimiento de mi amigo Jeff, llamado de modo ficticio “Bill” en la misma, como acabo de decirte. La sección dedicada a Bill ocupa tal vez la tercera parte completa de esa aguafuerte:  https://www.baraderoteinforma.com.ar/aguafuertes-parisinas-cafesociety-por-hugo-pezzini/

Jeff aparece en “Café Society” porque allí describo los sábados de nuestra barrita de intelectuales en el Café Beaubourg, cercano al lugar desde donde hoy escribo esta columna, en la Rue Oberkampft. En la tercera parte del aguafuerte, además de muchos otros detalles, menciono que Jeff usa ese café como “su lugar de trabajo”. Lo que no revelo allí, es que sentados a diario frente a frente a una mesa del segundo piso del Café Beaubourg, a lo largo del año dos mil cuatro, mientras Jeff trabajaba en sus textos, yo escribí la totalidad de mi libro Occupy La Rive Gauche – Revolution: Paris, May 1968. Hasta un libro ya he escrito a su lado. Es mi mejor amigo en París, como durante la década del ochenta y los comienzos de la del noventa lo había sido en New York.

Conocí a Jeff en el año mil novecientos ochenta y ocho. Yo trabajaba de modelo en Bloomingdale’s, el famoso department store de Manhattan. Había conseguido ese empleo gracias a mi querido amigo argentino en New York, y primer compinche al llegar yo a esa ciudad, Jorge El Loco Murphy, nuestro coterráneo baraderense. El Loco era uno de los modelos más handsomes  (“pintones”) de ese establecimiento comercial y cultural. Lo califico así porque en los ochenta Bloomingdale’s era ‘a trend-setter store’ , es decir un establecimiento que determinaba las tendencias de la moda y hasta ciertos comportamientos sociales.

Jorge Murphy me presentó a su novia irlandesa de aquellos años, Susan Fini—quien, a la sazón, además de ser ella misma modelo, era también la manager de Ives Saint Laurent. Para mi entrevista de trabajo, nos encontramos para el almuerzo en el segundo piso de un pub llamado Hooligan’s, sobre la Avenida Lexington, a media cuadra de Bloomingdale’s.

Yo me había ‘acicalado’ de forma apropiada a la ocasión: me había hecho cortar el pelo stylishly y afeitar en una conocida barbería boutique de la Avenida Madison —de la que me hice cliente y lo continué siendo durante todos esos años de modelo. Había vestido ropas sofisticadas y elegantes al mismo tiempo. Llevaba un traje tipo tuxedo de finísimo corderoy color plomo de Jean-Paul Gaultier. Con finísimo quiero significar que la tela era de espesor muy delgado y las barritas del corderoy apenas un poquito más gruesas que un hilo de coser. Las solapas y  el cuello del saco eran de cabritilla al tono. Bajo el mismo vestía una camisa de seda Comme-des-garçons color marfil y una corbata finita Hèrmes coral iridiscente. Calzaba botitas estilo Beatles Cole Haan de gamuza, también de color plomo.

Jorge hizo nuestras presentaciones mutuas, y él, Susan y yo elegimos los platos. Comimos y bebimos conversando de todo un poco. Ya bebido el café y fumados nuestros cigarrillos, vi que Susan me observaba de arriba abajo con detenimiento mientras yo regresaba a la mesa después de haber ido al toilette. Cuando estuvimos sentados los tres una vez más, ahora esperando la adición (pagó la cuenta Ives Saint Laurent), Susan simplemente me dijo, “Sos igualito a Jack Nicholson” (¿ . . . ?) “Te contrato para un evento de una semana, y si funciona, seguís empleado”. Esa fue toda la entrevista. Trabajé en Bloomingdale’s durante diez años.

Bueno, volviendo a Jeff.

Jeff era uno de los modelos más excéntricos de Bloomingdale’s. Digo “uno de”, porque en el cuerpo de modelos de allí había varios personajes rarísimos. Fue en ese lugar que conocí a los primeros jóvenes de género ‘no binario’, por ejemplo.

 Harry era un chico precioso. De profundos ojos color esmeralda, pelo negro azabache, piel blanca como la leche, Harry vestía todo el tiempo ropas realmente no-genéricas o entonces algunas que enfatizaban ‘femenino’ o ‘masculino’ con tamaña ironía que desvirtuaban la autenticidad de su género. Y la manera como el las llevaba era una especie de burla, lo que en inglés llaman ‘a send-up’.  Algunos días llegaba de falda; otros, de pantalones palazzos, saruels, o túnicas largas; o de vestidos enteros, trajes de gangster y otros exoticismos por el estilo. Prestá atención que me estoy refiriendo a su guardarropas personal, no a los atuendos profesionales de modelo que vestía durante sus horas de trabajo como modelo profesional en Bloomingdale’s.

A pesar de haber vivido ya varios años en Buenos Aires y diez en Río de Janeiro, yo era todavía un chico de pueblo (tal vez siempre lo seré), aprendiendo el universo, aún ignorante de ciertas particularidades culturales de la avant-garde que surgía en ese entonces —y parece estar siempre surgiendo— en el  hemisferio norte. Era la avanzada contracultural primermundista incorporada al sistema —porque, ¿qué era Bloomingdale’s, sino la máxima manifestación comercio-cultural del sistema?

La modelo Hilarie y yo, estábamos almorzando como de costumbre en el dinerThe Garden” —siempre atestado de modelos y empleados de Blomingdale’s—, en la calle 60, frente a la entrada del personal del department store.  Le pregunté entonces a esa modelo —que salía conmigo y después sería mi segunda esposa (también es el personaje Mallory en mi novella “Mujer Beatles”): ¿Al final, Hilarie, Harry ¿es gay o straight (heterosexual)? ¿Es chico o chica? ¿masculin ou feminin, eh?”.

Ella me miró como si yo fuese un pajuerano. Con voz lacónica me informó: “Hugo, Harry está mucho más allá y por encima de esas categorizaciones simplistas; no precisas ser tan elemental”. Harry era no-binario; no-genérico. Así era la nueva realidad contemporánea a la cual New York y Bloomingdale’s me introducían durante los ochenta.

Con respecto a eso: una acotación importante a hacer antes de continuar es que todo lo que relato sucede durante la época del big boom del mercado de cambios de Wall Street. Esto es verdad, aun cuando después el boom prueba ser, por el contrario, the bubble, la burbuja —una burbuja que inexorablemente se pincha y determina el fin de la guita dulce color verde y la cocaína alba y barata —ambas abundantes y símbolos perennes que identifican a esa época en la historia, la literatura y el arte descriptivo de la ciudad.

En consecuencia de lo dicho, en New York estos trabajos de modelo eran muy bien pagos —era la época del consumo conspicuo desenfrenado. Todo se vendía muy bien—, por lo tanto en general los modelos eran chicos muy hermosos y mujeres deslumbrantes, que tenían este empleo como lo que en la época (y hasta hoy) se denominaba ‘a day job’ —algo así como el trabajo no-vocacional sin otro objetivo que la subsistencia  personal. Sucede que la gran mayoría de ellos era actrices, actores o artistas practicantes de otras manifestaciones diversas del arte: pintores, escultores, escritores, poetas, performers. Cuando yo llegué a trabajar a Bloomingdale’s, la actriz Anabella Sciorra, para citar un caso concreto, era una de sus modelos. En mil novecientos noventa y uno, la película Jungle Fever del director Spike Lee (creo que la titularon Fiebre salvaje, en castellano), y en mil novecientos noventa y dos,  The Hands that Rock the Cradle (o sea La mano que mece la cuna), de Curtis Hanson, confieren a Anabella Sciorra una fama semejante que consigue dejar su day job en Bloomingdale’s y dedicarse de modo exclusivo a su carrera de actriz. Es ahora ya una estrella. Yo mismo trabajaba de modelo en Bloomingdale’s mientras estudiaba literatura inglesa y norteamericana y escritura creativa en la universidad, y pintaba al óleo y al acrílico en mi tiempo libre en casa. Pagué mis estudios trabajando de modelo: era también mi day job.

Jeff y yo —ambos modelos— nos conocimos y nos hicimos amigos allí, durante una de esas promociones. Nuestra coincidencia de gustos e intereses en poco tiempo solidificó nuestra amistad de forma tal que ya ves: separados por el Océano Atlántico —yo en New York la mayor parte del año, y él en París por su parte de la misma manera— nos mantenemos virtualmente inseparables hasta hoy.  Mantenemos un contacto asiduo e intenso, y así permaneceremos por el resto de nuestras vidas, estoy seguro. En Manhattan compartíamos los night clubs (discotecas), los cines arte, las galerías y museos; los restaurantes, los parques, plazas y calles de Manhattan y hasta algunas chicas.

La excentricidad y bohemia de Jeff eran de otro tipo muy diferente del de Harry. Jeff conserva hasta hoy la mesura y elegancia gestual de un gentleman londinense o de un flaneur parisino. Si abrís la puerta de sus armarios todos los sacos y pantalones son negros, y  todas las camisas son de lino blanco.

Cuando lo conocí Jeff, era actor y pertenecía a una troupe de actores y autores teatrales de una organización con sede y sala de teatro en la Sheridan Square (plaza) del Greenwich Village de Manhattan, conocido como Circle Rep (por abreviatura de The Circle Repertoire Company). Tan sólo nombrar a los colegas de Jeff en el  Circle Rep ocuparía el resto de esta página así que sólo voy a nombrar a algunos más conocidos, como William Hurt, Cynthia Nixon, Timothy Hutton, Ben Siegler, Gary Sinise, Olympia Dukakis, Alec Baldwin, Cristopher Reeve,  Jennifer Jason-Leigh, Jeff Daniels, Laurence Fishborne, Demi Moore,  John Malkovich.

Mientras trabajaba en Bloomingdale’s Jeff actuaba en algunas obras teatrales y escribía otras en y para el Circle Rep. En Café Society yo recordé:

A Bill (Jeff) lo conocí años atrás en Manhattan, donde solíamos pasar horas sin fin, inmersos en charlas interminables y alcoholes extinguibles, en su departamento del edificio Westbeth de la cooperativa de artistas Artists Community, en el West Village. En New York, prefigurando el futuro sin saberlo, pensábamos al unísono la vida, y por eso más de una vez coreábamos “París”, bien sur.

Y así fue; desde hace un par de décadas —desde que Jeff se fue de New York— pasamos a encontramos casi siempre en París.

Lo curioso es que Jeff después de mudarse a París dejó de ser actor y hoy en día es exclusivamente escritor —escritor de un medio muy particular del mundo creativo: Jeff es autor de libretos de cartoons televisivos, eso que hoy se conoce como animation. Crea el argumento y texto de las historias que después los dibujantes —sean de trazo a mano alzada o diseño digital— desarrollan en imágenes.

El texto de los cartoons no se diferencia en casi nada de un libreto cinematográfico, por otra parte: allí se escribe la descripción del lugar de la escena, las direcciones para el movimiento de los personajes y se colocan las palabras que en los diálogos dicen los personajes, además de comentarios y sugestiones para los dibujantes, etc.

Jeff, por ejemplo, es autor/ libretista del dibujo animado Lassie —la versión en cartoon digitalizado (animation) de la antigua serie norteamericana, cuyo protagonista es un perro collie amaestrado. Esta “versión animation” de Lassie es muy popular en, Alemania, Estados Unidos, India —y en Francia, por supuesto, difundida por el canal de televisión TF1.

Para quienes no estén familiarizados con estos medios no tan conocidos de la actividad literaria y puedan imaginarla “menor”, —como forma de proveer algo de su background, su portafolio—, debo destacar que Jeff ya ha escrito varios episodios de la serie ‘sit-com’ (situation comedy) más popular de los Estados Unidos durante toda la última década del siglo XX, Seinfeld, cuyo protagonista es el comediante Jerry Seinfeld, y sus sidekicks son Elaine, George y Kramer.  

En el año dos mil cuatro, cuando trabajábamos —cada uno en lo suyo— en el segundo piso del Café Beaubourg, Jeff escribía un dibujo animado muy popular en Japón cuyos protagonistas eran dos patos. Estos dos patos componen una pareja con identidades remarcables, con roles de personalidad actoral muy claros y definidos —algo así como si fueran Laurel & Hardy, o Tom & Jerry, o Abbott & Costello, o Mutt y Jeff, pero patos.  Cualquier dúo cómico —ya sea de personajes humanos o de animales de comportamiento antropomorfizado, y sean éstos de carne y hueso o dibujados para la pantalla—, en este tipo de ‘comedia’ o ‘tragedia’, siempre interactua en situaciones que son coherentes con sus personalidades individuales. La audiencia conoce bien esas personalidades y de cierto modo intuye y espera que las acciones y reacciones de los personajes estén determinadas de acuerdo esas particularidades de la arquitectura psicológica de los mismos. 

Tengo que agregar que los dibujos animados —tanto la animation para las pantallas digitales o los dibujos manga para las revistas y libros de soporte papel— son un fenómeno muy importante de la cultura pop (popular), y un género de entretenimiento tan difundido en Japón como lo son las telenovelas (soap operas) en Brasil, Colombia o en otros varios países latinoamericanos. Es decir, generan audiencias de millones de telespectadores.

Pues bien, la anécdota que me disponía a contar es que en una mañana del año dos mil cuatro estoy tomando mi café au lait con un croissant en el Café Beaubourg (soy más madrugador que Jeff porque corro unos diez o quince kilómetros todos los días al amanecer), cuando éste llega y me dice que va a faltar unos días a nuestra mesa porque debe volar al Japón.

Debido a que —como describo en mi aguafuerte Café Society— aun cuando trabaja bajo contrato para esta corporación de Tokio, Jeff desarrolla toda su actividad profesional desde París vía Internet, smart phone, Wi-Fi, etc, este viaje sorpresivo e inesperado suyo a ese país me resulta algo anormal.

Lo interpelo sobre el porqué de esta expensa de tiempo y dinero (todo —pasaje aéreo, hotel y viáticos— corre por cuenta de Japón) en la que incurren los ejecutivos de la corporación sindicada que posee los derechos y distribuye su dibujo animado, cuando todo podría haber sido resuelto con un conference call (una conferencia telefónica). Jeff me explica con gran paciencia que la mesa de directores creativos no está convencida de ‘la motivación’ de los dos patos para justificar el modo como se comportan en el episodio que Jeff acaba de escribir y enviar para el próximo capítulo de esta animation.

En consecuencia, habrá una reunión ejecutiva en los headquarters (los cuarteles generales) de la corporación en Tokio a la cual Jeff debe estar presente en persona para explicar detalladamente y justificar de modo claro y satisfactorio el comportamiento de los patos. Debe convencer a esos directivos de que los patos tienen razones coherentes para actuar del modo en que lo hacen y pronunciar las palabras que pronuncian en ese próximo episodio de la serie. Jeff debe convencerlos de que existe un método en su locura, para citar a Shakespeare.

Cuando Jeff regresa de su viaje me cuenta con satisfacción que ha conseguido “venderles” su argumento con tan sólo algunas pequeñas modificaciones en los diálogos —algo que esos ejecutivos del departamento creativo creyeron necesario para la facilitarles a las audiencias de Japón la comprensión de la trama existencial de los patos.

Llamamos al garçon y pedimos una botella de Bordeaux y una tabla de quesos y fiambres, ¡qué diablos!

Hace una semana, es decir,  este viernes 27 de julio,  estoy acostado en la oscuridad del departamento de Oberkampft, acá al norte de Le Marais. La temperatura ha pasado de los treinta y seis grados en París y no tengo la más mínima idea de la sensación térmica, pero pienso que ríos de lava deben correr por les boulevards de la ville. No he salido a la calle en todo el día. 

Tengo los ojos cerrados y en mis oídos auriculares BEATS que no sólo proveen claridad total de sonido sino que también aíslan el ruido del ambiente exterior. Escucho música vía Radio France Jazz. La fuente emisora es mi iPhone. De súbito, interrumpe la melodía el ¡ping! que anuncia el ingreso de un email a mi casillero de Hotmail—a cuya cuenta tengo acceso y también controlo desde el iPhone.

Abro el email y es un mensaje de Jeff preguntando adónde diablos me he ido que lo he citado y ahora no atiendo el timbre. Azorado, me quito los headphones, me levanto y voy a abrir la puerta, cuyo timbre no podría haber oído jamás, por supuesto. Nos abrazamos y voy a la heladera para buscar unos quesos y una botella de vino rosé de Provence. Sé que este es el comienzo de otra  charla interminable.

Por circunstancias fúnebres,  Jeff y yo estamos juntos una vez más en París.

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París, sábado 4 de agosto de 2018

Foto: Jeff y su hija Valentine, en París, hace un par de noches.

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