Por Diego Guisande – Para hacerse una idea de quién fue Evita hay que recordar siempre algunas características, que no por muy conocidas resultan menos interesantes.
María Eva Duarte era mujer, hija ilegítima, de familia muy modesta, se hizo actriz y locutora por sus propios medios y murió a los 33 años. ¿Cómo pudo ser quien fue? ¿cómo pudo contribuir de un lugar tan destacado a cambiar el rumbo del país y los destinos de millones de personas?
Que fuera mujer ya resulta llamativo, en un mundo que seguía dominado por los hombres y donde ellas ni siquiera tenían reconocido el derecho a voto, pero destacar sólo este aspecto contribuye a la versión machista de la historia en que se margina los roles de las mujeres.
Cleopatra en Egipto, Isabel la Católica en España, Isabel I de Inglaterra o Juana de Arco en Francia muestran el protagonismo y liderazgo que muchas supieron construir, tendencia a la que no fue ajena la Argentina desde sus mismos inicios, y que conserva al día de hoy.
Que fuera hija ilegítima y pobre es bastante más sorprendente, ya que este tipo de injusticias sociales son más difíciles de superar que el obstáculo de la discriminación debida al género.
Existen cientos de historias de empresarios de proveniencia modesta que supieron hacerse un camino al éxito económico sin estudios ni capital, pero no son tantos los casos conocidos en que la misma víctima de una injusticia logra acercarse al poder político para cambiar las condiciones que determinaron su marginación. Quizás Nelson Mandela y Mahatma Gandhi son de los pocos ejemplos en este sentido.
También resulta llamativo que de tantas opciones haya elegido dedicarse al mundo del espectáculo, donde suele predominar incluso hasta el día de hoy la banalidad y la superficialidad. No son pocos los que saltaron a la política desde una carrera artística, pero resulta obvio que a Evita esa vida le hubiera resultado chica.
Sin embargo, si estas características no la hicieran ya única, hay que recordar aún que a la fecha de su muerte no tenía más que 33 años. Adolescente, prácticamente niña, lo conoce al General Perón con sólo 24 años, y su destino queda definitivamente ligado al tres veces presidente de la Argentina y a la historia del país.
Es imposible imaginar que alguien, al intentar interiorizar estos datos, no sienta una enorme admiración por los prejuicios y obstáculos que Evita tuvo que superar para alcanzar la dignidad de ser amada por millones de personas.
Sólo una enorme voluntad, unida a un perenne compromiso y a una inquebrantable lealtad, pudieron hacer de esa joven y humilde actriz la incansable luchadora de la igualdad y la justicia que el pueblo conocería y adoptaría como “jefa espiritual”.
De repente, como si el destino se hubiera dado cuenta que una persona como ella era prácticamente una imposibilidad estadística, el cáncer se la llevó el 26 de julio de 1952, dejando desamparadas a las millones de personas que participaron de su funeral.
Y cuesta creer la crueldad y la infinita cobardía de quien el día de su muerte escribió aquella tétrica leyenda en alguna pared de Buenos Aires. Cuesta creer que alguien se haya vanagloriado de que una enfermedad realizara el trabajo sucio de sus oscuras intenciones. Cuesta creer que Evita, una joven de no más de 33 años, resultara finalmente vencida por el cáncer, luego de haber resistido todo el odio acumulado que la persiguió incluso más allá de su muerte.
También resulta difícil pensar a Evita ajena al pueblo y ajena a Perón, pensarla de forma individual cuando ella se fundía con “sus descamisados”, recortarla de su historia y de la historia de todos los argentinos, recordarla sin mencionar a la CGT.
Evita fue mucho más que ella misma, pero empezar por conocerla es también rendir homenaje a todo ese pueblo que la apoyó, la engrandeció y la lloró.
Comentarios de Facebook