Si tengo que salir a tomar unos tragos, en general no busco lugares refinados ni elegantes. Acá en Nueva York, mi preferencia son los pubs irlandeses o —como segunda opción— los ingleses. Después de eso, alguna taberna cualquiera. No es que no me gusten los bares refinados o elegantes, de ninguna manera. Me gustan muchísimo y si pudiera pagar sus precios, también iría muy a menudo, aunque jamás dejase (no dejaría) de visitar pubs y tabernas con la misma frecuencia.

Lo que me atrae de los pubs irlandeses e ingleses es su autenticidad; hay un padrón arquitectónico —interior y exterior— de las Islas del Norte que se reproduce de modo natural y consistente en todos los pubs. Pub es una abreviatura de public house, o sea, es una casa pública de expendio de bebidas. Un living room para toda la comunidad circundante: el pub funciona desde la antigüedad como “la sala” a la cual las familias de las clases populares carentes de espacio adecuado en sus domicilios acudían para beber una(s) copa(s) con amigos y familiares. En el Far West, como bien lo sabés por las películas de ese género, el comercio de bebidas se denominaba justamente “Saloon”. El hogar medio anglo jamás dispondría de la amplitud, el confort y el décor que ofrece cualquier pub de barrio. Además, la variedad de bebidas que exhibe la estantería de cualquier pub, demandaría un bar personal oneroso y extenso, que por supuesto estas familias no estarían en condiciones de almacenar y reabastecer. Sobre todo si uno considera el cliché establecido con respecto a la capacidad de ingesta alcohólica del anglo-sajón estándar. Hoy en día estos comportamientos parecieran haber comenzado a modificarse, pero creo que la base histórica de ese mito aún no ha perdido veracidad. En fin; esto para justificar las características comunes de todos esos establecimientos: entrás a un pub, te sentís en tu casa.

No obstante, como esta mujer es muy sofisticada, goza de una situación económica excepcional y no nos conocemos lo suficiente todavía, no siento que exista el espacio de confort necesario como para llevarla ya a un pub cualquiera. Por ahora las apariencias irreprochables son necesarias (aunque al fin de la noche las cosas acaben siendo muy diferentes, como verás).

Digamos que esta es ‘nuestra primera cita’. Fue combinada entre los dos, como tal, de modo explícito: es la primera vez que ‘vamos a salir’ juntos. Debido a la situación que este compromiso crea, considero más apropiado que el tiempo que vamos a compartir transcurra en uno de esos bares cuya sofisticación creo que se ajusta perfecto a su talle. Describámoslo así, por medio de esta metáfora, ¿sí? Esta mina me impresionó como tal desde la primera vez que la vi. Este es el “país del automóvil” donde estas máquinas son casi una extensión del cuerpo físico: se producen e importan vehículos de toda marca y tipo,  y todo el mundo tiene uno. No obstante, esta mujer llegó y estacionó frente al bar del Upper West Side de frente hacia el río Hudson —donde la conocí— una cupé convertible británica Aston Martin color gris plata opaco, de ensueños. Máquina excepcional: persona de situación económica excepcional. En fin, te menciono este detalle para hacértela cortita con respecto al tema de su condición: la piba es “muy bien sucedida”, tal como dice la expresión portuguesa que solía oír en Río de Janeiro para describir este tipo de individuos y su “suceso” o éxito, cuando el mismo se revierte en confort financiero. La hembra está podrida en guita, como decíamos en Baradero.

Hombre de la noche que fui de joven, y con algo más de tres decenas en New York City ya en mi haber, por supuesto que sé muy bien dónde se hallan estos bares exclusivos que uno necesita cuando hay que salir con una piba de estas. Para nuestra cita elijo el bar del Hotel Saint Regis. El hotel está ubicado en la esquina de 5ta. Avenida y Calle 55, con entrada por esa transversal a la Quinta Avenida —más discreta. El bar del hotel se llama Old King Cole.

Aunque este cóctel se inventó en el Harry’s Bar de París, Francia, las buenas lenguas dicen que fue en el Old King Cole donde por primera vez en toda América se sirvió el clásico Bloody Mary. Sabés, ¿no? Bloody Mary quiere decir María sangrienta. Sus ingredientes son bien prosaicos: vodka, jugo de tomate, limón, un poco de salsa picante de pimiento rojo (Tabasco, por ejemplo) y pasta de rábano, también picante (horseradish). María sangrienta es como la apodaron a la ‘sanguinaria’ (valga la redundancia) reina María I de Inglaterra. Era hija de Enrique VIII y fue la última monarca católica de las islas británicas. Después de su reinado, la religión oficial inglesa fue la que estableciera su padre Enrique VIII, la anglicana, una de las varias ramas u “orientaciones” (“persuations”, dice la expresión inglesa) del protestantismo. Durante la Corona de la “in-fame” (es decir, de fama producida por cierta alevosía extrema) María I de Inglaterra, esta fanática religiosa quemó en la hoguera a más de trescientos protestantes (herejes disidentes, como eran calificados). De ahí su apodo, y a partir de esa metáfora de la in-famia, nació el nombre de este coctel color sangre: María sangrienta. Dejémoslo ahí, salgamos del Old King Cole y volvamos una vez más al pub y su mecánica.

Algunas singularidades de estos bares populares, los pubs —tal vez porque yo llegué a EE.UU. de Latinoamérica donde éstas no existían— a mí me resultan absolutamente confortables y gratificantes: Si uno entra solo a un pub, por supuesto que va a sentarse a la barra —muchos, entre los que me incluyo, también lo hacen si van en pareja (en realidad yo voy a la barra en cualquier lugar, popular o exclusivo: inclusive fui a la barra del Old King Cole esa noche fatídica de la cual te estoy contando. Observá la barra del Cole en la imagen de arriba.

El proceso en un pub cualquiera es puro y simple. Te sentás a la barra, como dije, y de inmediato colocás sobre este mostrador, bien frente a vos, dos o tres billetes (de veinte dólares, digamos). *Esa guita es sagrada y nadie excepto el bartender la tocará; está segura: Cualquiera que se aparta de la barra para ir a fumar a la calle o para ir al baño dejará su guita sobre la barra, seguro de que ahí la hallará a su regreso —y su banqueta libre ya que esa mosca sobre el mostrador también significa o señala que el lugar está ocupado.  Bueh. Te sentás, ponés ahí los morlacos y de  inmediato el bartender vendrá a saludarte y a tomarte el pedido.

El bartender: en América latina de modo incorrecto aún decimos “barman”, sea este funcionario hombre o mujer. En EE.UU. al menos, bastante más del cincuenta por ciento de los bartenders de los pubs anglos son del género femeníno. Además, esas chicas en general son de la nacionalidad del pub: irlandesas en los pubs irlandeses, inglesas  (o en su defecto, australianas) en los ingleses. Dicho sea de paso, bar-tender significa “quien atiende el bar”. Bien genérico —o mejor aún: no-genérico—, como podés ver. Barman es un anacronismo.

La cosa es que ella y yo entramos por los corredores laberínticos del Saint Regis y ascendemos la escalerita que lleva al recluido bar King Cole. Como es muy temprano al anochecer, el lugar está todavía casi vacío, pero la barra parece toda ocupada. Por suerte, notamos tres taburetes libres en su costado —laterales sobre el codo derecho de esa barra. Le decimos a la recepcionista que vamos a sentarnos ahí. Ocupamos los dos lugares más próximos a la curva del mostrador (o sea que queda libre el último taburete) y el bartender, un hombre muy hermoso, afeitado y peinado a la perfección hollywoodeana, y vestido de smoking color tabaco viene a tomar nuestros pedidos. Mi pareja elige un Manhattan —bourbon, vermut y angostura. Yo lo simplifico: pido para mí un “Old Fashioned” —es bourbon, angostura y un terroncito de azúcar. Empezamos bien, con una coincidencia de gustos: la base alcohólica de nuestros cócteles respectivos es la misma: bourbon, que es como se denomina el whisky de centeno.

Llegan los tragos y —sentados a esa proximidad íntima que las banquetas de cualquier barra favorecen— nos enfrascamos en una conversación que promete. Hablamos de nuestros viajes respectivos al comienzo,  algo más tarde de nosotros mismos, en una forma discursiva donde sería imposible negar que ya se ha iniciado un juego de acuerdo a las reglas generales del  flirt. Mientras ella habla, la  escucho y la observo. Es hermosa y esta noche está aún más hermosa: su cuerpo delgado va vestido con un atuendo tipo tubo, recto de seda negra, largo hasta la mitad de la pantorrilla y tiene un escote cavado tan profundo que su clivaje desciende entre sus dos pechos pequeños hasta casi el ombligo. Se ha calzado zapatos que aquí se conocen como pumps y en Francia como escarpines: de punta fina, sin detalles y de altísimo taco aguja. No preciso verles el logotipo para saber que son Christian Louboutin: cuando ella bajó del  coche para dejárselo al valet yo ya había notado las suelas rojas. Su maquillaje es muy sobrio; además, no lleva joya alguna en el cuello ni en las muñecas, pero sí un enorme zafiro azul en el dedo anular y los lóbulos de sus orejas sustentan dos pendientes que acaban en la misma piedra preciosa. Amarró con una cinta de raso negra ajustadísima su cabello largo en un bun (rodete) en el centro de la nuca. Es su peinado habitual de bailarina de ballet.

Como iba diciendo de lo que pasa en un pub: de inmediato la bartender se para frente a vos y entonces le pedís tu trago: no me gusta escribir “le ordenás”- a pesar de que ella bien pueda decirte al acercarse, “Are you ready to order?” —¿estás listo para ordenar? Estándar en un pub (o sea, la mayoría de las veces) es beber pints de alguno de los varios tipos y marcas de cerveza allí ofrecidas. O entonces algún whisky; en general escocés (Scotch) or irlandés (Irish). La cerveza es draft, o sea, tirada vía serpentina desde un barril, como te dije. El whisky, será servido sin hielo.  De esa forma se le llama straight up o cowboy, o entonces la otra opción es “on the rocks”, con hielo. El straight up vendrá en un vasito del tamaño exacto de la medida de whisky, el on the rocks en un vaso un poco más grande, pero tan sólo lo suficiente como para que entren los tres o cuatro cubos (rocks) de hielo que lo enfrían y el alcohol destilado. Este envase es mucho menor que el vaso tumbler (el bajo panzón) o el highball (el alto y un poco más estrecho) en los cuales sirven el whisky en Argentina. La pint de cerveza vendrá en un vaso de boca algo más ancha que la base, también de la medida exacta de la dosis de cerveza que contiene: La “pint” es una medida cúbica de líquidos en los países anglo sajones, donde el sistema centesimal no se utiliza. Una pint equivale a 473,176 centímetros cúbicos; para todos los efectos, calculá que cada vez que pedís una pínt más en la barra de un pub, te estás tomando casi otro medio litro de cerveza.

Los pubs un poquito más sofisticados tienen vasos de las varias marcas de cervezas disponibles con sus logotipos y formatos característicos, y todo pub que se precie ofrece una variedad de entre diez y una docena de marcas y tipos de cerveza, como mínimo. Pero el pub medio tiene esos vasos genéricos que describí, de vidrio grueso y sin logo de ningún tipo, todos de ese mismo formato y tamaño, y sea cual sea la marca o tipo de cerveza que ordenes,  ésta vendrá en uno de esos que miden exactamente una pint.

Digamos que pido una pint de cerveza Bass (inglesa; ambar). El  o la bartender vendrá en un minuto con el vaso de cerveza, lo posará sobre una oblea de cartón absorbente —se llama un coaster o un glass mat en inglés— con el nombre del pub o de una marca de cerveza impresa en el mismo. Sin decirte palabra, el bartender tomará uno de tus varios billetes de veinte, lo llevará a la caja, descontará el importe de la pint (entre siete y doce dólares, dependiendo de la nivel de lujo y/o sofisticación del bar) y traerá el vuelto, que colocará sobre los otros billetes que están sobre el mostrador frente a vos. Es como si ese dinero fuese propiedad común entre vos y el bartender hasta el fin de tu estadía en ese espacio. Pero hay un detalle muy importante. Cada vez que el bartender te sirva un nuevo trago, tenés que saber que al fin debés darle un dólar por cada uno de los tragos que te has tomado. Esa es la propina fija e inamovible de todo bar: las reglas de etiqueta de estos lugares demandan un mínimo de un dólar de propina por trago. La mejor manera de saber cuánto uno bebe y cuánto de propina uno debe dejar es agenciarse de un coaster o glass mat por cada trago. Si tenés siete obleas de cartón al final de tu estadía en el bar, sabés que has bebido siete pints y el bartender ha cobrado su valor: sólo debes dejarle siete dólares más, uno por cada trago, como te dije.

Estamos ya enfrascados en nuestro juego de seducción mutua cuando mi date dice que va a ir al toilette. Ha transcurrido un par de horas, hemos bebido tal vez ya dos o tres cocteles, y el bar se ha llenado. La única plaza disponible en la barra —y eso porque esta primera está oculta— es la que existe entre la pared y el asiento de mi compañera. Justo en el momento en que mi hermosa dama desparece del bar, entra a las instalaciones uno de esos anglosajones típicos que hacen que mi estatura media latinoamericana me parezca reducida al tamaño bufón del rey. A largos pasos se acerca este tipo y ocupa la banqueta de mi chica. Giro mi cabeza hasta que mi boca apunta hacia su oído (como el bar está lleno, la intensidad de la luz ha sido reducida y el volumen de la música, aumentado) y le disparo que esa banqueta ya está ocupada. Me mira sin interés o tal vez algo incomodado y en dos resoplidos se cambia de lugar hacia la butaca contigua: la que queda entre la de mi chica —en la cual por error el chanta se había sentado— y la pared. En silencio pienso que cuando mi cita regrese del toilette, ella estará ladeada por este grandote y yo. Esa perspectiva no me gusta nada. Sin embargo, en dos segundos me resigno a esta disminución inesperada en la privacidad de mi momento romántico y a la disminución proporcional de mi tamaño físico frente al Golem que ha llegado al bar. Todo eso es normal en la barra de un bar; no hay sorpresa alguna con respecto nada de todo esto. Sigo bebiendo.

Continuando con la mecánica del pub: ya estás sentado a la barra. Las barras de pub en general son hermosas, de madera noble.  Hay algunos pocos casos en que la superficie horizontal superior es de cinc. En su centro se halla instalada la estación de canillas de cerveza, cada una con sus manoplas con el logo de la marca de cerveza que su respectiva tubería transporta y expende. Desde lejos uno observa las canillas, y si está familiarizado con el mercado de cervezas, no precisa consultar ningún menú para decidir qué brew beber:  las palancas de las canillas ya han hablado.

En un nivel más bajo y ya como escondida detrás de la barra —pero puede ser que embutida en la misma— se halla emplazada la pileta de lavar la vajilla y vasos, Hay también una sección horizontal del mostrador que se levanta y su frente vertical se abre, formando así un pasaje de entrada y salida. Por allí ingresa y egresa el bartender desde la barra hacia el salón. Detrás de la barra, entre la barra y la estantería adosada a la pared trasera, corre un pasillo  estrecho (un ‘corredor”) pero de suficiente amplitud como para permitir que dos (o varios) bartenders circulen en direcciones opuestas de modo simultáneo y se crucen sin dificultad. Contra la pared (muchas veces una boiserie o un espejo) se constituye la estantería que contiene las botellas; o sea, el bar propiamente dicho.

Vuelve mi acompañante del toilette y saluda a nuestro nuevo vecino. Él responde su saludo con animación, y de algún modo natural y espontáneo se inicia una conversación entre ellos dos. El hombre es ejecutivo de inversiones de una corporación con presencia en Wall Street, cuyo nombre mi oído pierde debido a los decibeles del ruido ambiental. Ella y él intercambian sus nombres y así se presentan formalmente. El tipo es un huésped del hotel y viene de Washington D.C. De una forma que a mí me parece un poco humillante, mi potencial pareja me presenta a este tipo a mí. ¡Ella me lo presenta a mí!, aun cuando ya yo lo había obligado a cambiarse de asiento mientras esta belleza estaba en el toilette y ella ni siquiera sabía de la existencia de este hombre. No obstante, el sujeto se comporta como si nunca antes hubiera notado mi presencia. Le digo mi nombre y me menciona el suyo. Así es como nos conocemos. Por su conversación, me entero de que cuando no está viajando por el mundo, mi pareja invierte sus abundantes ingresos en el mercado de acciones, lo que ha causado que al conocer la profesión de este inesperado agregado forzoso a nuestra noche, ella se enfrasque con él en una conversación sobre inversiones y mercado accionario, un tema sobre el cual mi analfabetismo es manifiesto  y absoluto. No poseo una sola acción de ningún tipo. No importa; ellos dos se zambullen en la piscina del dinero y los productos de inversión y sobre eso discuten e intercambian teorías largo y tendido: en el cluster de la historia contemporánea, nos hallamos en el núcleo mismo de la efímera época de la burbuja de Wall Street. La plata dulce vuela por las calles de los Estados Unidos. Yo, como no puedo participar de esa charla que no me atiene ni me interesa, y ante la imposibilidad de seguir trabajándome a la diosa, sigo bebiendo, más y más y  más y más. Ya no bebo Old Fashioned, sino que medidas de bourbon on the rocks.  Una tras otra, ¡para qué andar con vueltas!

Motivado por lo que había escrito más arriba sobre la barra de un pub, hago un aparte. Dije que cuando voy a un pub, “me siento a la barra”. Eso equivale a la expresión inglesa: I sit at the bar.  Barra = Bar. De modo  literal, el  sustantivo  “barra” define o describe un objeto de formato geométrico y largo considerable, tridimensional y hecho de planos o entonces circular: Una barra de hierro, una barra de madera, una barra de cemento, de plástico, de oro, de plata, etc. Observá que el mostrador largo y recto que llamamos ‘barra’ de cualquier bar, así lo llamamos debido a ese formato: es una barra tridimensional hecha de planos. Su idéntico inglés es bar. A bar of gold es una barra de oro. De un bar, se llama bar su mostrador o barra, pero por extensión, bar es también el local que hospeda o contiene a ese mostrador. Además, bar es también la estantería con todas las botellas de bebida. En última instancia, ‘bar’ es también el stock o aprovisionamiento de bebidas mismo: Sabés muy bien que si en tu casa tenés toda la bebida agrupada sobre o dentro de un mueble, a eso lo llamas “el bar”, y también te referís llamándolo el bar al conjunto o stock de bebidas que poseés, ¿no es así?: “Juan tiene un bar considerable;  vamos a su casa por unos tragos, antes de salir; hagamos la previa en su bulín”.

En fin; llega un momento cuando me doy cuenta de que estoy realmente borracho. No tengo idea del paso del tiempo, ni tampoco por lo tanto de cuanto hace que mi pareja no me dirige la palabra, enfrascada como está en su charla sobre guita, valores y productos financieros con el huésped del hotel. Miro hacia su espalda, ya que ella se ha vuelto en la dirección de su interlocutor, y de acuerdo a todas las apariencias, me ha olvidado. Mi intención era advertirle que voy a llegarme hasta el restroom de hombres, pero me parece innecesario hacerlo, ya que es como si yo no existiese. Me levanto de mi banqueta y parto hacia el baño.

Como este es el bar del hotel, para hallar un baño de hombres debo dirigirme hacia los laberínticos corredores exteriores al bar. Salgo del bar, en comparación con su algarabía y música, de inmediato me golpea el silencio absoluto de estos pasillos. Es ya cerca de la medianoche.  

Voy al mingitorio y descargo mis old fashioneds y mis medidas de bourbon on the rocks. Me lavo las manos y emerjo del restroom y me dispongo a zigzaguear de regreso hacia el bar por las mullidísimas alfombras de los corredores. No obstante, estoy mucho más borracho de lo que imaginaba, o de lo que tenía consciencia: puede que esté también borracho de frustración, de aburrimiento, de humillación, o de alcohol mismo o. . .   all of the above. No podría decirlo. Lo cierto es que de súbito el mundo desaparece bajo mis pies y siento que caigo hacia atrás, en cámara lenta, de espaldas.

Nunca jamás en mi vida me había caído de tan borracho, pero siempre hay una primera vez. Mi espalda y mi nuca golpean sobre la alfombra y —siempre en cámara lenta y en absoluto silencio— estas partes de mi cuerpo rebotan un par de veces sobre el piso, y por fin me descubro acostado boca arriba, en mis mejores ropas, sobre el suelo de un corredor alfombrado del Regis Hotel. No entiendo cómo, pero —surgido de la nada— en ese preciso instante se materializa a mi lado un botones rigurosamente uniformado y de gorrito pillbox, quien me ayuda a levantarme preguntándome ansioso si me encuentro bien, repitiendo Sir, entre palabra y palabra:

Sir, are you OK, Sir? Sir, do you need any assistance, Sir? Sir. Is it anything wrong, Sir, with you, Sir?

Yo me levanto y repito de modo vehemente que estoy bien, que estoy  ok ok ok ok ok ok ok ok, . . . y huyo del botones en la dirección opuesta a la que intentaba dirigirme. Llego a la escalerilla del bar, la ignoro y sigo zigzagueando hacia la salida, en una imaginaria línea recta. Así me dirijo hacia la recepción y salida del hotel. Empujo las puertas y, ¡ahhhhhh!, me hallo por fin en la vía pública. Giro en la esquina de la calle 55 y tomo la 5ta. Avenida en la dirección sur, pero después de unos pocos metros tengo apoyarme contra la pared porque siento que me voy a caer una vez más. Me apoyo entre dos vidrieras; creo que cierro los ojos el tiempo deja de transcurrir.

Cuando los abro es porque mi hermosa mujer está a mi lado. No sé cómo me halló. Ni me lo pregunto, ya que es ella quien sin demasiada preocupación me pregunta si estoy bien, si creo que soy capaz de caminar. No parece sorprenderle ni desilusionarla o desmotivarla mi estado de ebriedad. L Contesto que sí, que estoy muy borracho pero que puedo caminar. No hay espacio para otra cosa y entiendo que para ella esta verdad no tiene valor moral alguno. Está mucho más allá de todo eso. Me mira como si yo fuese algún niño que ha hecho una travesura leve que no merece reprensión en absoluto, ya que ese es el comportamiento que se espera de tal individuo. Me sonríe con un gesto de ironía, diversión (amusement) y ternura. O con algún otro significado que —tal vez debido a los vapores alcohólicos— no consigo ‘leer’ con claridad. Me toma la mano, la levanta hasta mi pecho, me la abre y deposita sobre la misma una llave adosada a un pesado medallón de bronce con el logotipo del Saint Regis Hotel y un número de habitación: 501. La hermosísima mujer me enlaza del brazo y, juntos, volvemos tambaleando hacia la entrada del Saint Regis Hotel.

Dentro de unas horas pediremos el desayuno.

____________________

Pleasantville, New York. Sábado 12 de septiembre de 2020

Ilustraciones:

1y 2 : El bar Old King Cole del hotel Saint Regis 

3 : El pub irlandés The Dead Rabbit (El conejo muerto)

 

Comentarios de Facebook