
El periodismo ha sido históricamente una de las principales herramientas de la sociedad para acceder a la verdad. Se supone que los periodistas deben investigar, cuestionar y transmitir la realidad de forma objetiva, imparcial y sin presiones externas. Sin embargo, la manipulación de la información y el pago por entrevistas o noticias se han convertido en prácticas que ponen en duda la integridad de la profesión y la confianza del público.
Recientemente, el reconocido periodista Jonatan Viale admitió haber arreglado entrevistas, una declaración que refleja una realidad mucho más preocupante de lo que la superficie deja ver. Si bien no todos los periodistas incurren en estas prácticas, es importante reconocer que cuando un referente de los medios hace una confesión de este tipo, se abre una ventana a la reflexión sobre el estado del periodismo en la actualidad.
Las acusaciones sobre el pago de coimas a cambio de entrevistas son otro claro ejemplo de cómo el periodismo, que debería ser una fuente de transparencia y justicia, se ve arrastrado por intereses oscuros. El acuerdo entre empresas, políticos o personajes públicos con periodistas para obtener cobertura favorable a cambio de dinero o favores tiene efectos devastadores. No solo afecta la calidad de la información, sino que también deteriora la relación entre los medios y la audiencia.
El periodismo no puede permitirse caer en la tentación de vender su alma por audiencias rápidas o por el favor de quienes detentan el poder. Su función es mucho más noble y esencial para la democracia. Si el público no puede confiar en que lo que ve o lee en los medios de comunicación es veraz, se pierde una de las bases fundamentales de la sociedad civil: el derecho a la información.
Este tipo de situaciones no solo afectan la percepción pública, sino que también dañan a los periodistas que aún luchan por mantener la ética profesional. Los escándalos de manipulación alimentan la desconfianza y alimentan la narrativa de que todos los medios de comunicación están al servicio de los intereses de unos pocos, minando el trabajo de aquellos que hacen del periodismo un verdadero servicio público.
El reto es, entonces, recuperar la credibilidad de una profesión que, por su naturaleza, está llamada a ser el espejo de la sociedad. Para ello, es fundamental que tanto los periodistas como los medios de comunicación en general se comprometan con la verdad y la transparencia. Existen muchas formas de hacerlo, desde la autorregulación interna hasta el fortalecimiento de las leyes que protejan la independencia editorial. Pero lo que no debe permitirnos nunca es caer en la corrupción, ya sea económica o ideológica, que transforma a la información en un producto manipulable.
Al final del día, el periodismo no solo es un oficio, es una responsabilidad social. Las audiencias merecen saber lo que está pasando en el mundo, sin filtros ni distorsiones. Solo así podremos volver a poner la verdad en el lugar que le corresponde, lejos de las sombras que, lamentablemente, algunas veces la acechan.