Era una noche templada para esta época, había pasado una hora del nuevo día, 28 de agosto. Se escuchó la alarma de bomberos reiteradas veces.
Recibí un llamado,«se está quemando la estación, vení, vení». Tome la cámara y sin muchas ganas emprendí el camino hacia este barrio emblemático de la ciudad, en el camino supuse que sería algo menor. El boulevard Tomas Edison estaba cortado y desde lejos se veía la cortina de humo.
A medida que avanzaba una imagen dantesca se desplegaba ante mis ojos, autobombas, bomberos, gente, agua, ruido del fuego, pequeñas explosiones. Reduje la mirada a la pantalla de la cámara y empecé a tomar fotografías esperanzado en que el incendio seria controlado, pero las llamas crecían, la madera reseca por el tiempo y el abandono eran devoradas por esos lengüetazos ardientes que se escapaban por las aberturas. Me fui del lado del andén, me aleje en busca de una toma más abierta que diera un panorama completo de lo que pasaba, ahí fue cuando sentí que un tren se acercaba a paso de hombre y logré la foto periodística que buscaba. Después de esa toma, mientras respiraba el humo espeso reaccioné, me angustie como todos los que luchaban en vano para combatir ese fuego que ya había llegado al techo. Las llamas por el cielorraso se extendieron hasta la otra punta del edificio, había ruido, maderas que caían, chispas. Los bomberos se multiplicaban avanzaban hacia el amarillo intenso. Pero todo era en vano.
En poco más de una hora la centenaria estación del ferrocarril quedó destruida.
Al día siguiente la gente se acercaba a contemplar el desastre, se lamentaban, miraban como aun el humo seguía consumiendo los restos de tirantes y puertas.
Los chicos de La Asamblea de La Estación, guardianes no escuchados de ese pedazo de nuestra historia, recuperaban entre las cenizas parte de la biblioteca que recientemente habían inaugurado en una sala que recuperaron reparando las aberturas, las luces y lo poco o mucho que había quedado después que se desmantelo el transporte público más importante del país.
Los peritos dijeron que no se podía determinar el origen del incendio, el fiscal cerró la causa y con chapas se taparon las aberturas. Los carteles dicen peligro de derrumbe.
Hace un año ardió parte de nuestra historia.
Los motivos nadie pudo averiguarlos o no se preocuparon demasiado en hacerlo, las consecuencias están a la vista. La reparación histórica, hasta hoy solo una proclama dentro de un discurso, nada más.
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