Muchas veces hemos escuchado la vieja sentencia que asegura que la muerte, al final, nos iguala. Si bien es cierto que así ocurre en algún sentido, lo sucedido horas atrás en París hace que determinadas aristas de la cuestión lo desmientan bastante.
Digamos en primer lugar y para aventar toda duda, que estamos en contra de la muerte. De todas. No hay muertes «buenas» y «malas».
Un comando armado, ¿se sabrá alguna vez de dónde provino y quién lo armó?, irrumpió en las oficinas de una revista semanal francesa y asesinó a 12 periodistas que allí trabajaban por entender que la revista, «Charlie Hebdó» su nombre, se había burlado del profeta Mahoma.
Lo que siguió es de público conocimiento; miles de fotos con personas exhibiendo el cartel «Je souis Charlie» y ayer, una marcha por las calles de París encabezada por líderes políticos entre los que se encontraban el primer ministro de Francia, Francois Hollande, su colega alemana, Ángela Merkel y, entre otros varios, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.
No lo vamos a hacer muy extenso: años atrás, el gobierno estadounidense, presidencia de R. Reagan, decidió bombardear la vivienda familiar del líder libio Mohamed Kadaffy. Se trataba de una tienda de campaña porque así le agradaba pasar buena parte de sus días al dirigente libio.
En ese bombardeo pereció una joven hija de Kadaffy sin que a ninguno de los líderes europeos se le moviera un pelo por la desgraciada suerte de la jovencita. Mucho más cerca en el tiempo, aviones franceses, entre otros, bombardearon la ciudad capital de Libia, Trípoli, causando un número de muertos indeterminado que, como eran tantos y además libios, no fueron motivo de la consternación de ningún poderoso de la tierra. Añádase que horas después, Kadaffy fue ubicado, sometido a vejámenes y asesinado ante la sonrisa de los líderes políticos europeos que hoy, ante los sucesos de Francia, se muestran tan compungidos.
En la guerra eterna que se libra en Siria, hace escasas semanas la corresponsal de un diario árabe fue asesinada y la noticia tuvo entre escasa y nula trascendencia.
Netanyahu, responsable de la muerte de centenares de periodistas palestinos, marchó también ayer. A escasos metros de él caminaba también el presidente palestino repudiando, con una autoridad y dignidad que otros no poseen, todo tipo de atentado.
En su magistral obra «Rebelión en la granja», el irlandés George Orwell escribe la frase que se hizo famoso lugar común: «Los hombres son todos iguales, pero hay algunos más iguales que otros». Parafraseando al novelista, podría decirse que los muertos son todos iguales, pero hay algunos más muertos que otros.
Gabriel Moretti
Comentarios de Facebook