Henry Onofroff en Buenos Aires (1895) y  una jovencita baraderense Lidya Visca de Jeanmaire con poderes telequinéticos.
 
Conicet / Universidad de Buenos Aires 


A comienzos de marzo de 1895, llega a la ciudad de Buenos Aires un hombre que rápidamente se convierte en la máxima atracción de los teatros porteños. Durante tres meses su nombre habrá de aparecer con insistencia en los principales diarios de la capital. Sus acciones y sus experiencias devienen sin demora el tópico excluyente de conversación en los salones más reputados y en los círculos científicos más escépticos. Se trata del taumaturgo e hipnotizador Onofroff, cuyas concurridas funciones en los teatros Odeón y La Zarzuela fueron sin lugar a dudas uno de los hechos más significativos de la vida cultural porteña de ese año. 
 
 Un ilusionista en los salones de Mitre y en las oficinas de Ramos Mejía Poco era lo que se sabía sobre Onofroff cuando este sujeto pisa suelo argentino. Es cierto que algunos diarios, preparando su llegada, hablan de él antes de su arribo. El Tiempo, el 1 de marzo de 1895, refiere que el “célebre hipnotizador Enrique Onofroff” se había presentado hacía poco ante la Academia de Medicina de Madrid, cuando supo que se pretendía prohibir sus actos de hipnotización.
 
El martes 12 se produce uno de los encuentros más resonados de esta historia. Esa noche, Onofroff estuvo en los salones de Bartolomé Mitre, ante la presencia del ex presidente, miembros de La Nación, “señoras, niñas, caballeros distinguidos, hombres de ciencia y curiosos observadores”


. Por otra parte, se desencadena una suerte de debate teórico o científico sobre la naturaleza de los hechos observados; referido al espiritismo y a las ciencias ocultas y al punto de vista de la neurología. 
 
Por esos mismos días, y también en las páginas de La Nación, el nombre de Onofroff vuelve a ser utilizado para una consideración sobre fenómenos ligados a las disciplinas ocultas. De hecho, durante cuatro día consecutivos, entre el 28 y el 31 de marzo, aparecen en ese periódico artículos sobre los poderes sobrenaturales de una mujer de 17 años, vecina de Baradero. El texto, que por primera vez da noticias sobre los hechos, porta un largo título: “Un caso de fakirismo. ¡Enfonce Onofroff! La Señora V. de Jeanmaire en el Baradero. Floreros que bailan, saltan y vuelan”. En esa columna se refieren los hechos que habían conmocionado a los vecinos de esa localidad, en la cual una joven mostraba “facultades de atracción magnética superiores tal vez a las que han hecho de Onofroff la celebridad del día”.31 Cada vez que esta joven entraba a una habitación, los floreros comenzaban a moverse, y se escuchaban extraños ruidos en las paredes. Hacia el final de la nota se informa que el mismo Onofroff había tomado conocimiento de estos accidentes, y había prometido ir hacia Baradero para verlos en persona.  Al día siguiente aparece una segunda nota, que recoge las averiguaciones de un corresponsal enviado expresamente por el diario. Este último se había entrevistado con el padre de la joven, quien había confirmado los hechos, y había referido dos ocasiones en que su hija lo había hipnotizado.32 El día 30 el periódico publica, junto con un retrato de la joven Lydia Visca de Jeanmaire, un segundo informe del enviado especial, cuyo comienzo reza: “Regreso de tener una entrevista con la señora […], y habiéndola visto verificar varios de los extraordinarios fenómenos que produce, debo afirmar que, mediante el poder desconocido de que está dotada, hace cambiar de sitio, a la distancia, por el solo esfuerzo de su voluntad, los objetos que le son más familiares”.33 En efecto, allí leemos diversas experiencias exitosas (movimiento de objetos, imantación, etc.) que la joven había realizado en presencia del periodista. Como cierre de la nota, se informa que el señor Jeanmaire tenía deseos de presentar a su esposa a Onofroff, para que este “la tranquilice y le dé instrucciones prácticas sobre el modo de emplear sus facultades de un modo racional”.
 
Esta olvidada noticia sobre Baradero devela, en primera instancia, el modo en que la presencia de Onofroff volvió a abrir el espacio para debatir, en la prensa cotidiana, sobre problemas que por esos años aparecían mayormente en las páginas de las revistas espiritistas de la capital. 
 
Es momento de ocuparnos de un segundo tipo de debate construido alrededor de la presencia de Onofroff. Las experiencias del ilusionista llamaron rápidamente la atención de los médicos porteños, y alrededor de ellas se puso a prueba un renovado lenguaje neurológico y se debatió en profundidad sobre el problema de la hipnosis. 

Si bien lo discutido hasta aquí formó parte esencial de los debates generados por Onofroff, la controversia más resonante tuvo que ver con dos aspectos aún no revisados. El primero de ellos, ligado al hipnotismo y sus peligros, tuvo como protagonistas principales a importantes médicos de la ciudad. El segundo, en cambio, estuvo marcado por el descubrimiento de que las presuntas capacidades del visitante descansaban en la puesta en práctica de una serie de trucos escénicos.  

Al revisar las posturas asumidas por los médicos locales en relación con Onofroff, es interesante comprobar hasta qué punto las mismas fueron divergentes entre sí. 
A los fines de remarcar el posicionamiento paradójico de la medicina oficial respecto de los espectáculos de Onofroff, vale abrir aquí un pequeño paréntesis para ensayar un rápido bosquejo de la historia de la relación entre los galenos locales y el hipnotismo. 

 los médicos que en 1895 impugnaban con desprecio la posibilidad de que Onofroff pudiera realmente “adivinar” el pensamiento de los sujetos de sus shows habían leído quizá hacía poco con absoluta aprobación la tesis médica de Gregorio Rebasa; en esa tesis –que hasta la aparición, en 1904, del trabajo de José Ingenieros Los accidentes histéricos y las sugestiones terapéuticas, sería el tratado más completo sobre sugestión elaborado por un médico de la capital–, el autor imputaba a sus pacientes hipnotizados. 
 
Entre quienes quisieron creer, o no pudieron no hacerlo y se sintieron fascinados por el hipnotista se cuentan personalidades como Oscar Wilde, cuando aquel presentó sus espectáculos en Londres, en 1890; o el poeta nicaragüense Rubén Darío, que lo vio en Buenos Aires en 1895 y se puso de su lado cuando la ciencia disparó sobre el espectáculo. Y un cuarto de siglo después, todavía el show de Onofroff conservaba la capacidad de deslumbrar al joven Salvador Dalí, cuando éste asistió con su familia a presentaciones del hipnotista en Figueras, en 1920.
 
Estos debates médicos –y algunos otros, que analizaremos en el siguiente apartado– fueron la antesala inmediata del rápido declive del prestigio de Onofroff. Los periódicos comenzaron a dar lugar a críticas muy severas sobre las acciones del visitante, y la discusión erudita sobre la ciencia oculta y la hipnosis fue reemplazada por una denuncia frontal de los subterfugios profanos con los que el hipnotizador habría engañado a los porteños desde su llegada a la ciudad. 
 
De todas formas, ese presunto estado de calma llega a su fin el 30 de abril. Ese día se publica en La Nación una nota sobre la visita a la redacción de quien habrá de convertirse en el seguro verdugo de Onofroff. Un estudiante de derecho de 19 años llamado Manuel García, oriundo del Uruguay, se había presentado diciendo que podía realizar todas las experiencias de Onofroff;  
 
Más aun, anunciaba que en realidad cualquier persona podía repetirlas.62 En efecto, durante la sesión con los periodistas del diario de Mitre, llevó a cabo con total éxito actos de órdenes mentales, al estilo de Onofroff. Dos semanas más tarde, el joven visita la redacción de El Tiempo. 63 Y en los días que siguen, ese matutino imprime una larga serie de artículos –incluso más de uno por día, en sus ediciones segunda y tercera– destinados a condenar las experiencias del ilusionista, sobre todo mediante la revelación de los trucos de los que aquel se servía para efectuar sus presuntas adivinaciones. En uno de los textos más tempranos de esa campaña de desprestigio leemos que ese descubrimiento era en verdad una vergonzosa advertencia hacia los médicos y los intelectuales que se habían dejado fascinar por las supuestas capacidades del visitante: “¡Perdóneme Onofroff, el onofrofficidio! ¡Perdóneme el respetable público bonaerense que me ría a carcajadas por su increíble candidez! ¡Perdónenme las honorables corporaciones médico-científicas europeas y argentinas que me apriete los ijares al verlas en la más desairada situación que se puede concebir!”


 
En síntesis, el estudio del affaire Onofroff nos ha permitido resaltar hasta qué punto tanto en un imaginario más o menos popular, como en los hábitos de pensamiento de algunos sectores de la medicina oficial, había espacio para discutir la existencia de fenómenos extraños, e incluso “sobrenaturales”, para cuya descripción era menester apelar a la operatoria de partículas, fuerzas y vibraciones que por el momento escapaban a las lentes de la ciencia. Se puede agregar asimismo que lo sucedido con Onofroff en Buenos Aires convalida investigaciones recientes que señalan de qué manera los “charlatanes”, o ciertos personajes que habitan los bordes de las prácticas aceptadas por las academias, son protagonistas esenciales en los procesos de difusión y recepción de conocimientos y técnicas.


El siguiente y último desafío que citamos del hipnotizador, figura en el diario La Publicidad de Barcelona, en 1917. La publicación se hace eco de la detención de Onofroff tras una función en el Teatro Excelsior de Lima, Perú. Éste, según su rutina, invitó a varias personas a subir al escenario para realizar sus pruebas. Un joven empleado participante, una vez concluida la prueba, no salía del estado de hipnósis, pese a que “el célebre fascinador puso en práctica cuantos procedimientos se emplean para conseguir aquel efecto (…) La confusión fue tremenda. El enfermo fue sacado del teatro y conducido a un manicomio, sin esperanza de que recobre la razón. Onofroff quedó en poder de la policía. (…) Está en trámite el proceso ante los tribunales, y mientras tanto, permanece en el manicomio el desgraciado joven y Onofroff en la cárcel aguardando la sentencia.”
No conocemos el final de esa historia, pero sí que Onofroff continuó ejerciendo su oficio y que falleció a fines de 1930.

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1 COMENTARIO

  1. No es de extrañar, Porque tanto crecieron Zárate y San Pedro.
    El desconocimiento.
    A expensas de una refinería de petróleo, que no se hizo.
    Y un puerto, que podría haberle dado sentido a la ruta 41. Si hubiese llevado a un puerto sobre el Paraná , cruzando las islas. Donde hoy, y en el futuro. Se embarcaran las cargas de soja hacia el Pacífico.

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